El 1 de enero de 1959 entraron triunfantes a La Habana los barbudos de Sierra Maestra. La guerra de guerrillas venció a un ejército desmoralizado y el dictador Fulgencio Batista huyó de Cuba; se exilió, primero, en República Dominicana y, después, en Portugal.
Fidel Castro, un personaje singular por su astucia y perversidad, decretó muy pronto una reforma agraria que expropió grandes extensiones de tierra y nacionalizó la industria azucarera y otras propiedades de norteamericanos; el choque resultó inevitable.
Poco después, el 2 de diciembre de 1961, Castro se declaró marxista-leninista. En el contexto de la Guerra Fría, un país localizado a unos 165 kilómetros de Florida se convirtió en aliado de la URSS. La crisis de los misiles, en octubre de 1962, puso al mundo al borde de la tercera guerra mundial.
En sus primeros días, la Revolución cubana emprendió una campaña para acabar con el analfabetismo. Sus éxitos en materia de salud y deporte y su discurso antiyanqui inspiraron a millones de jóvenes en una América Latina lastimada por la voracidad del imperio y crueldad de dictaduras militares patrocinadas por los gobiernos norteamericanos.
Con el auspicio soviético, el gobierno castrista promovió guerrillas comunistas en distintos países de América Latina, sin embargo, muy pronto la CIA encontró la fórmula para extirpar al foquismo guerrillero.
Durante tres décadas, el régimen cubano pudo sostenerse gracias al apoyo de la Unión Soviética y del bloque socialista, pero la economía cubana —centrada en la producción y exportación de azúcar y en el turismo— nunca pudo diversificarse y la caída del bloque soviético en 1991 dejó a la isla en el desamparo.
Cuba sufre hoy, después de más de 64 años de dictadura, una notoria degradación. El pueblo cubano vive con hambre y miedo, los opositores al régimen han enfrentado al pelotón de fusilamiento o la cárcel.
Con una visión petrificada en los años 70 del siglo pasado, López Obrador admira profundamente a Fidel Castro: “era un gigante”, ha dicho, y como el Señor de Palenque, la presidenta Sheinbaum mantiene la decisión de apoyar a ese gobierno que tiene a su pueblo sumido en la miseria: asegura el patrocinio a los médicos cubanos, sigue regalándole —“por razones humanitarias”— petróleo y ha financiado la impresión de millones de libros de texto; internacionalismo proletario, le llaman. Estas medidas le sirven a la presidenta para subrayar su sentimiento antiyanqui, pero constituyen una provocación al gobierno de Trump sin entender que el horno no está para bollos.
Mientras el pueblo cubano sufre el racionamiento de la comida, la falta de medicamentos, los apagones y otros males, la casta gobernante, significativamente las fuerzas armadas, concentra privilegios.
El gobierno obradorista ha mantenido un silencio ante el escandaloso fraude electoral que le permite a Nicolás Maduro retener el poder en Venezuela. El alineamiento de México con las dictaduras de Cuba y Venezuela porta una señal ominosa. ¿Ese es el perfil de la Tierra Prometida que imagina Andrés Manuel, la República de los Pobres?
Presidente de GCI. @alfonsozarate