Ayer por la tarde salió humo blanco de la chimenea de Morena. Terminó la incertidumbre... y la simulación. Llegó la hora de desarmar el tinglado.
Alfonso Durazo, el gerente de Morena, hizo el “sorpresivo” anuncio: dio a conocer el dictamen del pueblo (y de quien lo encarna). Será Claudia Sheinbaum la encargada de recibir la estafeta (no el bastón de mando), porque nadie que no sea Andrés Manuel conducirá el Movimiento de Reconstrucción Nacional.
En distintos momentos López Obrador reveló cínicamente que —como ocurría en los tiempos de hegemonía priista—, sería el Supremo Elector. Lo hizo primero, cuando vulgarizó el proceso llamando “corcholatas” a los suspirantes y reservándose el papel de “destapador”. Lo volvió a hacer cuando dijo que él no se equivocaría como el general Cárdenas cuando optó por el conservador Manuel Ávila Camacho en lugar del radical Francisco J. Múgica. El mensaje iba dirigido a Marcelo Ebrard y a quienes proponían que después de 6 años de estropicios y ocurrencias, debían seguir seis de moderación y reconstrucción.
Claudia resultó la elegida porque es su creación, la nacida de sí, la que no ha tenido otra aspiración que responder ciegamente a los mandamientos de su creador, la que ofrece darle continuidad a la transformación, protegerlo cuando deje la Presidencia y garantizar su paso a la Historia.
Lo que sigue será la movilización de todos los recursos del Estado (financieros, políticos y judiciales) para ganar por las buenas o las malas la elección presidencial y, de ser posible, lograr mayorías en ambas cámaras del Congreso de la Unión, condición indispensable para cimentar eso que llaman Cuarta Transformación. Pero no la tienen fácil, desde la irrupción de Xóchitl Gálvez, la certidumbre de López Obrador se convirtió en duda y su risa burlona en mueca.
El único hecho fuera de libreto fue el posicionamiento de Ebrard que anticipa la ruptura, no otra cosa expresa su decisión de llamar cobardes a los más altos dirigentes del partido, Mario Delgado y Alfonso Durazo y de afirmar que Morena cada vez se parece más al viejo PRI.
De romper con Morena, Ebrard tendría al menos dos opciones. Una es irse a Movimiento Ciudadano como candidato presidencial, lo que no le generaría daño mayor a Morena, pero sí al Frente Amplio por México. ¿Querrá hacer eso? Otra posibilidad sería sumarse al Frente, encararía entonces una ofensiva brutal, pero desde allí sí podría dañar a Morena.
Por su parte, Claudia tiene dos desafíos por delante. El primero, vencerse a sí misma: sus miedos, sus carencias, su palidez... Lo segundo —y solo en el caso de ganar la Presidencia—, navegar en un mar proceloso a la sombra El Señor de Palenque, porque lo siguiente sería el Maximato reloaded en el que Sheinbaum desempeñaría el triste papel de mandadera que cumplieron Pascual Ortiz Rubio, El Nopalito, y Abelardo L. Rodríguez, de quien habiendo dejado la Presidencia no dejaría el poder.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate