Uno de los ingredientes que contribuyeron a construir la imagen de un López Obrador cercano al pueblo fue su forma de vivir: su modesto departamento en Copilco, su automóvil Tsuru, y los 200 pesos en la bolsa; así lo explicaba el propio Andrés Manuel: “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, y recomendaba a la gente vivir de manera austera, con la ropa indispensable, un par de zapatos y un vehículo modesto.

Ninguno de sus devotos intentó siquiera cuestionar el origen de los recursos que le permitieron tantos años sostenerse, mantener a su familia y financiar su movimiento. Casi nadie se atrevió a sugerir lo que parece revelarse: que parte del financiamiento de Morena y de su líder provenía de contribuciones del crimen organizado.

Como señal de austeridad, López Obrador viajaba en vuelos comerciales mientras los miembros de su comitiva (secretarios de Estado, personal de apoyo) viajaban en un avión militar al mismo destino, de forma que la puesta en escena no resultaba más económica, sino más costosa (hoy la doctora Sheinbaum repite la simulación).

Pero los llamados a vivir con sencillez nunca calaron en sus hijos basta recordar la Casa Gris de José Ramón ni en la clase política obradorista. Gerardo Fernández Noroña es el ejemplar más representativo de una clase política sin clase en la que aparecen figuras patéticas como Pedro Haces, Adán Augusto, Ricardo Monreal, Cuauhtémoc Blanco, Andrea Chávez, Félix Salgado Macedonio, Lenia Batres, Francisco Garduño y un largo etcétera.

La “austeridad republicana” ha servido como fachada para ocultar el pillaje de recursos de distintos rubros, incluidos los sectores educativo y de salud, para financiar las pensiones sociales y los proyectos prioritarios. Los costos sociales de esa supuesta austeridad los estamos pagando desde ya y serán más graves en el futuro próximo.

Transcurridos los seis años de “honestidad valiente” y de “austeridad republicana”, la nueva clase gobernante se quita la máscara y se muestra tal cual es: una camarilla de arribistas disfrazados de pueblo; son los fantoches, como les llamaba Andrés Manuel a esos que viajan en camionetas de lujo, con achichincles que les cargan el portafolio.

Cuando las apariencias ya no importan y los exhortos de la presidenta son como llamados a misa, legisladores y alcaldes transitan por las calles en vehículos que cuestan más de 2 millones de pesos; van a reuniones transportados en helicóptero de lujo cuyo costo del vuelo rebasa los 5 mil dólares; festejan el cumpleaños de uno de los suyos en el lujoso Caroline’s 400 del exclusivo Hotel St. Regis.

Al principio parecieron episodios excepcionales: la boda ostentosa de César Yáñez, el descubrimiento de la Casa Gris de José Ramón López Beltrán, el turismo parlamentario en business class de Fernández Noroña… Pero hoy ya se volvió un descaro.

Es la forma de vida de una izquierda arrabalera, vulgar, de nuevos ricos que hasta hace poco bebían cerveza y ron, pero ahora beben coñac con Coca-Cola.

Presidente de GCI. @alfonsozarate

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