La salud de un Presidente, no solo física sino también mental, es un asunto de seguridad nacional, y en nuestro país son muchas las señales que muestran que el Presidente sufre afecciones que alteran su pensamiento y su comportamiento. ¿Cuáles son los principales indicios de su alejamiento de la realidad?
Lo primero es su convicción de que El creador le ha asignado una misión, esta idea se expresa nítidamente en sus delirios de grandeza, en su afán de compararse con las grandes figuras de la historia de México: Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. En su delirio pretende que la Cuarta Transformación constituye un acontecimiento a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Otro síntoma que muestra que algo está mal en su cabeza reside en su insistencia en negar la realidad argumentando que él tiene “otros datos”, si realmente cree lo que dice estamos ante rasgos esquizoides.
Su paranoia y su victimización constituyen otros ingredientes enfermizos. López Obrador descubre conspiraciones y hasta intentos de golpe de Estado donde solo hay reclamos legítimos o una lectura crítica a su gobierno.
Otro ingrediente preocupante es su insistencia en que México vive “un momento estelar en su historia”, mientras las extorsiones se multiplican y la violencia alcanza una bestialidad que no conocíamos. También resulta delirante su compromiso de acabar con la corrupción —no de combatirla o contenerla, sino de acabarla— y contrariando las evidencias cotidianas de la corrupción de su gobierno y su familia, presume que “ya se acabó la corrupción de los de arriba.”
Y qué decir de su compromiso de que para marzo tendríamos un sistema de salud “como el de Dinamarca” o de su Mega Farmacia “con todas las medicinas del mundo” que podrían llevarse a cualquier rincón de México en menos de 48 horas, y la tontería de que gobernar no tiene ciencia y de que los funcionarios deben reunir un 90% de honestidad y 10% de capacidad profesional.
Igualmente malsana fue su decisión de cancelar la construcción del nuevo aeropuerto de Texcoco para sustituirlo por la base aérea militar de Tizayuca, o su insistencia en la austeridad mientras se va a vivir al palacio virreinal.
Es demencial también su idea de que los criminales son pueblo y por ello llama a darles abrazos, no balazos, o qué decir ante su proclama de que él (“su dignidad”) está por encima de la Constitución y las leyes. Y lo más reciente: su confesión de que habla con Juárez: “Han sido incontables los momentos en los que he acudido a él para pedirle consejo, y nunca me ha fallado”. López Obrador parece encontrarse en un estadio que los psiquiatras llaman borderline.
Posdata: Hace dos décadas, Abdalá Bucaram, El Loco, tuvo que ser removido por ser “mentalmente incapaz” para gobernar Ecuador. Desde el inicio de su administración se enfrentó con casi todos: partidos, empresarios y obispos a quienes acusó de ser corruptos, conspiradores y burros, “seducía a la gente desesperada, engañándola con facilidad con una oratoria de charlatán de feria”, escribió el corresponsal español Joaquim Ibarz.