¿La chifladura es hereditaria, se contagia o solamente se remeda? Si para López Obrador, México, este país que vive con miedo, se hallaba en un momento estelar de su historia, ahora la presidenta Claudia Sheinbaum presume: “Vamos a dar ejemplo al mundo con la reforma judicial”, una reforma reprobada por instituciones, académicos y colegios de abogados del país y del extranjero porque perfila una dictadura constitucional.

La sobrerrepresentación que ostentan Morena y sus aliados en el Congreso de la Unión —producto de una elección de Estado y de arreglos oscuros para comprar legisladores— deja a los obradoristas con las manos libres para reformar la Constitución y lo están haciendo sin altura de miras, de manera aviesa.

El proyecto del ministro Juan Luis González Alcántara constituye un juicio severo e implacable a una reforma nacida del resentimiento que no se propone enmendar las contrahechuras evidentes del sistema judicial, menos aún atender los graves problemas de la corrupción y la impunidad, sino cobrar venganza con la Suprema Corte y reemplazar a juzgadores profesionales por otros cuyo mérito principal sea la incondicionalidad.

En su proyecto, González Alcántara advierte que “tanto el sistema de postulación de candidaturas como el sistema de listas generado para la votación, corrompen los fundamentos de nuestra República representativa y democrática.” También dice que el sistema aprobado no ofrece garantías para que se emita un voto informado. El electorado no podrá contar con información tan elemental como para qué cargo compite una persona, en el caso de que logre aprenderse su nombre de entre los 1155 candidatos.

No solo debe escandalizar el contenido caprichoso y viciado de la reforma judicial, sino, también, la flaqueza moral y la sevicia de los legisladores y de los intelectuales que en otro tiempo merecieron respeto, pero que hoy, catequizados o engatusados desde el poder, hacen malabares para defender lo indefendible.

El martes pasado en estas mismas páginas, Ignacio Morales Lechuga advertía: “La soberanía popular está estructurada en la división e independencia funcional y concertación de tres poderes, no en la confabulación de dos para someter al tercero, al que despojan de su independencia y autonomía y le mutilan una de sus facultades más importantes, la de impugnar o frenar leyes que se consideren contrarias a los derechos fundamentales de los mexicanos”.

Ante la renuncia de los ministros de la Corte, acto de congruencia y dignidad, Gerardo Fernández Noroña y Ricardo Monreal insinúan que el Senado podría no aceptar su renuncias para despojarlos de su pensión. Estamos ante la embriaguez del poder. No es soberanía, sino soberbia. No les ha bastado el atropello a la Constitución, quieren a los ministros humillados, de rodillas. Ganaron en una elección de Estado y ahora ejercen el poder con vileza y ruindad.

Hace muchos años, cuando el PAN iba en ascenso, don Luis H. Álvarez le advirtió a los panistas: “nunca nos derrotó la derrota, que no nos derrote la victoria”. Hoy a los obradoristas que ganaron a la mala, los está derrotando su victoria.

Presidente GCI

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