El 2 de octubre de 1968 permanece en la memoria como una de las páginas más oscuras de nuestra historia. La mente enferma de Gustavo Díaz Ordaz imaginó una conspiración comunista en lo que era, meramente, el reclamo por la oxigenación del sistema.
Unos días antes de la matanza, Díaz Ordaz anticipó desde la tribuna de la Cámara de Diputados lo que ordenaría a los militares: “No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario”. Diputados y senadores priistas se levantaron de sus curules para aplaudir.
En cumplimiento a sus órdenes, el jefe del Estado Mayor Presidencial (EMP), Luis Gutiérrez Oropeza, ordenó a integrantes de ese cuerpo que aquel miércoles ocuparan posiciones estratégicas en el edificio Molino del Rey y otros que daban frente a la plaza; cuando apenas iniciaba el mitin diversos contingentes del Batallón Olimpia ingresaron desde distintos puntos a la plaza con bayoneta calada; se desató el infierno.
Estuve en la Plaza esa tarde fatídica y con gran ingenuidad imaginé que al día siguiente el país se paralizaría, que la sociedad repudiaría un crimen de lesa humanidad. Cuando al día siguiente me presenté a trabajar en la refinería “18 de marzo” en Azcapotzalco encontré a un grupo de trabajadores leyendo en un diario de circulación nacional las noticias de los hechos, después de terminar la información sobre “el enfrentamiento”, pasaron a la sección de deportes.
Por resignación, ignorancia o frivolidad, el grueso de la sociedad se olvidó de la matanza y festejó, solo diez días después de la masacre, la inauguración de los XIX Juegos Olímpicos.
La experiencia del 2 de octubre llevó a algunos muchachos a emprender la lucha armada, muchos murieron, otros fueron encarcelados, otros más engrosaron las filas de organizaciones opositoras y el resto regresó a la “normalidad”.
El 4 de diciembre de aquel año, el Consejo Nacional de Huelga (CNH) publicó el “Manifiesto a la Nación 2 de Octubre” en el que denunció la falta de libertades políticas para la mayoría de los mexicanos, la concentración en pocas manos de la riqueza, los vastos desequilibrios regionales y un sistema impositivo injusto, al tiempo que precisó su adversario: el carácter antidemocrático de las estructuras políticas.
De alguna manera, el movimiento estudiantil de 1968 constituyó el inicio de las luchas cívicas que derivaron en la alternancia y en el interludio democrático que interrumpió la 4T. Como ocurría en 1968, hemos regresado al país de un partido prácticamente único. Los legisladores de Morena y sus aliados replican el servilismo de los priistas de entonces: aprueban sin leer las iniciativas que desarman la precaria democracia; como ocurría con Díaz Ordaz, todos los poderes se concentran en un solo hombre.
En el colmo, algunos vividores incrustados en el gobierno se proclaman herederos de las luchas del 68; entonces fueron las víctimas, hoy son los victimarios.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate