Una trágica noticia llamó poderosamente mi atención en días recientes. Un niño de 11 años de edad se suicidó la semana pasada en la ciudad de Piedras Negras, Coahuila. El menor supuestamente dejó una nota póstuma, en la cual apuntó que estaba harto de las prohibiciones de sus padres, entre ellas, la de no escuchar las canciones del cantante Peso Pluma, conocido nacional e internacionalmente por hacer famosos los denominados “corridos tumbados”.
A continuación reproduzco parte de una de las canciones del joven intérprete y compositor de 23 años de edad, originario de Zapopan, Jalisco:
Es veneno, da pa' arriba de muy buena calidad
Los teléfonos no paran nunca de sonar
Si bien es alguna plebita, es porque un cliente quiere más
Y, bien forrados, los paquetes van
No hay pendiente, no puedo fallar
Siempre estoy listo para cruzar
Polvo, ruedas y también cristal
El último video que Peso Pluma publicó en redes sociales la semana pasada tuvo 1.6 millones de reproducciones en YouTube solo en los primeros 22 minutos. Al momento de escribir esto, el video acumula más de 47 millones de visitas. Todo un fenómeno viral.
Desde un enfoque de comunicación, este fenómeno social podría explicarse de manera que el contenido de las letras de estas canciones puede llegar a interpretarse como apología del delito, promoción del consumo de drogas o falta de respeto a la dignidad de las mujeres. Y lo que debe subrayarse es que no se trata del único cantante que transmite estos mensajes; se trata de toda una cultura que normaliza y reproduce estos contenidos.
La reflexión a la que quiero referirme es que los medios convencionales para introyectar valores a los jóvenes están dejando de ser eficaces. La educación que se genera por los padres y por los maestros en las escuelas tienen ahora un intermediario: las redes sociales. Estas plataformas digitales están al alcance de niños y jóvenes, la mayoría de las veces de manera indiscriminada, lo que las convierte en el mundo a través del cual se comunican, aprenden y habitan las 24 horas del día.
El filósofo alemán, Peter Sloterdijk, tiene una línea de pensamiento que puede explicar parcialmente el problema. En la actualidad, las sociedades humanas no permanecen auténticamente unidas, debido a la inquietud y la ansiedad, que son alimentadas también por los medios de comunicación. Tal estrés general en las sociedades, combinado con un exceso de libertad, ha provocado que individuos de diversas etnias, naciones y familias se vinculen, sobre todo, mediante intereses comunes a través de las redes sociales, pero no forzosamente de manera afectiva.
Concluye el filósofo que estas redes de conexión, amplificadas por los sistemas de comunicación, pueden colisionar entre sí o, bien, trabajar en favor de la humanidad en su conjunto. De cada uno de nosotros depende el resultado.
La falta de cohesión en valores, la apología a conductas antisociales y su masiva aceptación, me lleva a pensar que estamos fallando en el resultado. Por desgracia, en nuestro país hay ejemplos de sobra sobre la colisión en las redes de conexión.