Cuando Morena llegó al poder, prometió algo que sonaba casi bíblico: “acabar con la corrupción”. Sin embargo, la realidad terminó siendo otra: la corrupción no solo no desapareció, sino que se institucionalizó como nunca. Hoy, lo que debería ser un error aislado de unos cuantos, se ha convertido en un sistema tolerado, alimentado y hasta justificado desde la cúpula del poder.
El caso más brutal es el del huachicol fiscal. Estamos hablando de un desfalco superior a 600 mil millones de pesos, una cifra tan grande que cuesta dimensionar su magnitud. Es como si hubiéramos perdido, de golpe, el presupuesto de salud, educación y seguridad. Se nos dijo que se combatía el robo de combustible en ductos, pero nadie mencionó que el verdadero saqueo vendría disfrazado de facturas falsas, complicidades oficiales y omisiones deliberadas. Esa red de corrupción no fue creada por delincuentes a las sombras, sino por funcionarios y operadores que, desde el propio Estado, encontraron la manera de vaciar las arcas públicas.
A ello se suma otro episodio igualmente indignante: el robo en SEGALMEX. El programa que debía garantizar alimentos a las familias más pobres se convirtió en la caja chica de políticos y empresarios sin escrúpulos. No se trató solo de robar dinero; se trató de quitarle comida a quienes más la necesitaban, condenando a miles de familias a la incertidumbre alimentaria. No hay traición más grande a la justicia social que esa.
Como si no fuera suficiente, se destaparon también los escándalos de medicinas compradas a empresas cercanas al poder, muchas de ellas sin experiencia ni infraestructura, pero con contratos millonarios. Lo que siguió fueron hospitales vacíos de insumos, tratamientos suspendidos y pacientes en riesgo. Al mismo tiempo, los padrones de programas sociales se volvieron un misterio, manejados con opacidad y usados como armas políticas. Hoy nadie puede asegurar a ciencia cierta cuántos beneficiarios reales existen ni cómo se distribuyen los recursos.
Estos casos no son manzanas podridas dentro de un costal sano. Son la prueba de que la corrupción se volvió política de Estado. Morena no llegó para desmontar el viejo régimen de privilegios, sino para replicarlo con descaro. En lugar de construir instituciones sólidas, se dedicaron a desmantelarlas, dejando un terreno fértil para el abuso.
Y lo más doloroso es que millones de mexicanos siguen esperando aquel cambio prometido. Siguen esperando que la gasolina sea más barata, que los hospitales estén equipados, que los programas sociales sirvan para aliviar la pobreza y no para ganar votos. Siguen esperando que el gobierno sea honesto, transparente y decente. Pero cada nuevo escándalo nos recuerda lo contrario: que lo único que sí cambió fue la manera de justificar la corrupción.
Hoy México vive bajo un gobierno que ha hecho de la impunidad su escudo y del saqueo su estrategia. No estamos frente a errores administrativos o excesos de algunos funcionarios: estamos frente a un proyecto político que encontró en la corrupción la forma más efectiva de mantenerse en el poder. Y eso, en cualquier democracia, es la mayor traición posible.
Presidente Nacional del PRI