El reciente acontecimiento en torno a Turning Point USA (el asesinato de su principal referente y fundador, Charlie Kirk), organización juvenil conservadora fundada en 2012, refleja, sin anestesia, las tensiones ideológicas y políticas que atraviesan la realidad política estadounidense. No es un episodio violento aislado, es el producto de un clima social que erosionó el diálogo democrático, marcado por la polarización extrema y la expansión amplia del discurso de odio.

Atendamos sucintamente algunas dimensiones que destacan en la coyuntura: la organización conservadora y su retórica excluyente, la defensa del armamentismo como principio fundacional de la libertad estadounidense, los riesgos de descomposición interna y la interpretación teórico-política que señala el peligro de una guerra civil.

En lo que hace a la retórica de Turning Point USA, desde su fundación se autodefine como “un movimiento estudiantil nacional dedicado a identificar, organizar y empoderar a los jóvenes para promover los principios del libre mercado y el gobierno limitado”, que por cierto es la agenda del gran capital, de los grupos concentrados, del 1% de la población mundial que posee casi en su totalidad la riqueza y recursos del planeta. Recordando a J. Reyes Heroles, de que el fondo es forma, la orientación real de esta organización ultraconservadora la ha convertido, en su práctica, en un espacio de radicalización discursiva que alimenta el odio y legitima la exclusión.

1. Algunas joyas para ilustrar: Charlie Kirk, su cofundador y rostro visible, ha desplegado un repertorio que combina la teoría del gran reemplazo (el miedo a la inmigración, como si los migrantes fueran asesinos, violadores y devoradores de mascotas, tal como se le endilgó la acusación a migrantes haitianos), con un abierto discurso anti-LGBTQ+, racista y antiinmigrante. Por ejemplo, utilizó “insultos antitransgénero en varias ocasiones y animó a Donald Trump a prohibir la atención médica que afirma el género, exigiendo que los proveedores fueran sometidos a un ‘juicio al estilo de Núremberg’” (teleSURtv.net, 12/09/2025).

Las afirmaciones de Kirk no son exabruptos ingenuos, sino expresiones sistemáticas de una agenda política que busca construir un “ellos” demonizado frente a un “nosotros” amenazado. Kirk llegó a sostener que “la delincuencia negra es un problema grave en nuestro país” y que “los negros merodeadores andan por ahí buscando diversión para atacar a los blancos”, en un momento histórico en que hay un revisionismo del fenómeno de la esclavitud en Estados Unidos, para modular el dolor que generó, en especial en la población negra. En un debate abierto, de esos que promovía Kirk y la organización que encabezaba (“Demuéstrame que estoy equivocado”), comentaba que EUA era mejor antes de los años 40 del siglo XX, porque al haber más control sobre la población negra había menos homicidios y robos, lo que además beneficiaba a la población negra.

2. Sobre los palestinos, Kirk públicamente negó su existencia. Siguiendo la narrativa de invisibilizar a la población palestina (como hemos documentado en estas páginas), Kirk repite el credo, asimismo argumentando que no hay territorio palestino, que el territorio del saqueo actual es donde estaba asentado Judea. A contracorriente de las voces que señalan que Israel está practicando un genocidio y que está matando de hambre a la población palestina, negó este hecho, escribiendo en X: “No, Israel no está matando de hambre a los gazatíes”. Frente a los musulmanes en general, los acusó de extremistas, a la par de que sus creencias religiosas no son compatibles con Occidente, con sus valores. Su último mensaje en X a los musulmanes y la izquierda abonan a la construcción de la violencia, sin límites: “El islam es la espada que la izquierda usa para degollar a Estados Unidos”.

3. Otro aspecto que destaca es el culto a las armas y la violencia como identidad, que se enarbola en la idea de “proteger sus derechos divinos por medio de las armas”. El armamentismo se erige así no sólo como un derecho constitucional, sino como una supuesta garantía metafísica de la libertad y el orden. Amparada bajo la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, ratificada en el lejano 1791 (ahora sí que La ley del revólver revisitada), sostenía que "Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas". Las matanzas en auditorios, centros comerciales, cines, escuelas, iglesias, forman parte del largo abecedario donde aparece en el enunciado un sujeto (la sociedad enferma) y un predicado (la muerte, la angustia, el miedo). Esta narrativa, alentada tanto por Trump como por sus seguidores, se conecta con episodios de violencia política reciente. Gabrielle Giffords, víctima de un intento de asesinato, advirtió: “Las sociedades democráticas siempre tendrán desacuerdos políticos, pero nunca debemos permitir que Estados Unidos se convierta en un país que afronte esos desacuerdos con violencia”. Recién veía en un canal de noticias las diferencias entre lo enunciado por Robert Kennedy después del asesinato de Martin Luther King y las palabras de D. Trump, posterior al asesinato de Kirk. En el primer caso, mesura y la convocatoria a encontrar un camino que disminuyera la polarización: "Lo que necesitamos en Estados Unidos no es división". Pongamos de cabeza todo esto para ubicar a Trump. La exaltación de la “ley del revólver” se instala como un elemento constitutivo de la cultura política conservadora estadounidense, donde el acceso irrestricto a las armas legitima la resolución violenta de los conflictos.

4. Noam Chomsky, en 2020, advertía sobre los riesgos en la historia reciente en Estados Unidos, catalogándola como una crisis terminal. Planteaba el filósofo y lingüista el peligro global que representaría la continuidad de Donald Trump: “Una posible reelección de Trump sería una crisis final, terminal, que puede tener consecuencias muy serias”. No se reeligió inmediatamente, pero vivimos las consecuencias (convertir a Gaza en un centro paradisíaco, el cerco a Venezuela, la guerra arancelaria contra todos, entre otras). Pero atención, siguiendo la advertencia de Chomsky: esta deriva no es únicamente estadounidense, sino que se entrelaza con tres amenazas planetarias: la guerra nuclear, la catástrofe ecológica y la destrucción de la democracia. Regresando al fin del período de gobierno anterior de Trump, recordemos (sin dejar de reflexionar en la erosión de las instituciones democráticas): “Trump empezó a decir que si no le gusta el resultado de las elecciones no va a dejar su puesto. Es una amenaza directa” (Noam Chomsky: "Hay riesgos inminentes de una guerra civil en Estados Unidos", Página 12, 20/09/ 2020).

De nueva cuenta, este tipo de posiciones, lejos de ser declaraciones anecdóticas o ingenuas, se enmarcan en un proceso de debilitamiento sistemático de los contrapesos institucionales y de construcción de un poder personalista -exacerbado con la algoritmización de la sociedad y la decadencia de la organización política deliberante-.

5. Siguiendo la veta del Riesgo de guerra civil y la lógica amigo/enemigo, el politólogo Elvin Calcaño Ortiz advierte que Estados Unidos se encuentra fracturado por dentro. El antagonismo ha llegado al punto en que “una parte de la comunidad política desconoce la legitimidad de la otra” (El imperio se rompe por dentro, Jacobin, 26/07/22). Retomando a Carl Schmitt, señala que cuando la lógica de amigo-enemigo se instala dentro de una misma comunidad política, lo que sigue es la violencia y la descomposición interna. “Sin un marco legítimo donde entre grupos amplios y diferentes de una comunidad resuelvan sus querellas y equilibren sus aspiraciones, lo que queda es la violencia. Y, con ello, la descomposición interna” (el discurso de Trump alienta el desequilibrio y la polarización, recordando la comparación Kennedy-Trump).

En este contexto, el discurso de odio promovido por Kirk y legitimado por Trump no sólo divide políticamente al país, sino que erosiona las bases mismas de la convivencia democrática. Estados Unidos aparece entonces como “un país roto por dentro”, en el que la posibilidad de una guerra civil ya no es una hipótesis de ciencia ficción, sino un temor compartido incluso por actores institucionales.

Calcaño escribe el artículo dos años después de la conferencia de Chomsky. La recurrencia de los deshilados de la democracia no es de última hora, el asesinato de Kirk sí. No es un acontecimiento o un accidente, sino un proceso y un producto socialmente construido el que rodea el asesinato de Kirk y la dinámica de Turning Point USA, como expresión de una dinámica estructural: el ascenso de una ultraderecha que combina odio racial, supremacismo, culto a las armas y deslegitimación de las instituciones democráticas.

La convergencia de discursos como el de Kirk con liderazgos como el de Trump ha generado un terreno fértil para la violencia, alimentando una narrativa que convierte al adversario en enemigo absoluto. Como lo expresó Chomsky, cada año de Trump en el poder “significa estar más cerca de la medianoche”.

Frente a este panorama, la sociedad estadounidense se encuentra ante una encrucijada: profundizar la deriva hacia la violencia y el autoritarismo, o reconstruir un espacio de reconocimiento mutuo que permita procesar los conflictos dentro de marcos democráticos. Esto en lo doméstico, porque también la respuesta a esta tensión definirá no sólo el futuro de Estados Unidos, sino también el rumbo del orden global. Una prueba clave es lo que se está discutiendo en la Organización de las Naciones Unidas. En Asamblea de la ONU se avaló la solución de dos Estados e Israel tildó de “vergonzosa” la votación. Con 142 votos a favor, 10 en contra (Israel, EUA, Argentina, Hungría, Honduras, entre otros) y 12 abstenciones, la Asamblea General aprobó la “Declaración de Nueva York”, que condena los ataques de Hamas, exige la liberación de rehenes y propone que Gaza quede bajo control de la Autoridad Palestina.

El asesinato de Kirk no es motivo de festejo, para nada. Su familia es la víctima inmediata. Más allá de este hecho doloroso, sus ideas degradaban la condición humana, y se articulaban a un conjunto de ideas que forman parte de la agenda política conservadora que, como influencia, es decir, como capacidad de generar obediencia, ha desembocado en acciones violentas también: la toma del Capitolio o el martillazo en la cabeza a Paul Pelosi, marido de Nancy Pelosi, del Partido Demócrata, presidenta de la Cámara de Representante en ese momento histórico, como ejemplos. ¿La ley del revólver y el desconocimiento del otro o la acción política y la rehechura del tejido social?

(UAM) aley@correo.xoc.uam.mx

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