Hace poco más de un siglo, se estima que fueron asesinados alrededor de 1.5 millones de armenios. Es una cifra de terror, sobre todo cuando se calculaba que la población armenia oscilaba entre 1.8 y 2.5 millones de personas. Con estos datos, se plantea que entre el 60/80% de la población armenia fue asesinada. Un vistazo a las fotografías deja en claro el tamaño de la crueldad, combinando el hambre, la sed, la enfermedad, la daga y la pólvora. Los argumentos para el asesinato de los armenios aludían a la traición, al desprestigio armenio, a su colaboración con las fuerzas rusas, en la guerra Rusia-Turquía. El comando encargado de la construcción de una narrativa que justificara la violencia hacia la población armenia estuvo a cargo de los Jóvenes Turcos, una agrupación nacionalista, extraordinariamente violenta, que culpaba de la derrota turca a los armenios.

En México, el proceso revolucionario de principios del siglo XX también costó la vida a un alto porcentaje de la población, alrededor del 10%, calculando la población en 10 millones. Pero fue producto de lo que el historiador estadounidense John Phelan sintetizaba, pensando sobre todo el siglo XIX, aunque la Revolución es correlato de esta acumulación de contradicciones marcadas en esta franja temporal: buscando su rumbo, México se estaba despedazando. Una saga de violencia producto de condiciones históricas distintas.

Regresemos a Armenia y el tamaño de la crueldad. Se trató de una destrucción planeada de una comunidad específica, que implicó barrer a la población del territorio. Fue una eliminación sistemática, en donde se conducía al matadero a la población armenia. De 1915 a 1923 fue la historia cotidiana, esos años de terror, asesinatos, violaciones, despojos, burlas, anulación de la personalidad. A estos hechos de violencia extrema, el único límite era el cansancio de las manos asesinas en jalar gatillos, violar a diestra y siniestra a la población armenia, desollarla sin importar la condición de sexo o edades y despojar de los bienes a los señalados. En esos años lejanos, pero no tanto en la historia de las sociedades, algunos testimonios resaltaban: “Las autoridades otomanas empezaron las deportaciones en masa y estuvieron seguidas de una campaña sistemática de asesinatos llevada a cabo por kurdos y circasianos”. Qué ironías de la historia, aún se sigue esperando la aplicación de la justicia frente a este período de terror.

Hagamos un ejercicio, es un jaloneo, es cierto, pero no un abuso conceptual. Quitemos los nombres de los armenios y pongamos en la picota a los palestinos. Recordemos que Golda Meier señalaba: “¿Palestinos? No sé lo que es eso”; mucho más cercano a nuestros días, Orit Strook, ministra en el gobierno de Israel (ministra de Asentamientos y Misiones Nacionales y líder de los colonos judíos, decía enfáticamente (reproduciendo el logocentrismo largo de una justificación que fomenta el despojo y el desprecio étnico): “Un pueblo palestino, no existe tal pueblo. Toda persona civilizada del mundo sabe que esta tierra pertenece al pueblo de

Israel, y sólo a nosotros”. Se trata, como en el caso armenio, de la destrucción de una comunidad específica: la palestina.

En Gaza, la destrucción masiva de la infraestructura y el asesinato sin distingos de la población civil, se han descrito como actos genocidas. Hay un desplazamiento forzado que, no en este período de “tregua”, sino en el escenario del conflicto, implicó la conducción sistemática de la población al matadero, es decir, se conducía a la población a lugares que después serían bombardeados (evidencias múltiples soportan este argumento). Así, hay desplazamientos masivos de población y destrucción de infraestructuras esenciales (hospitales, escuelas, centros de acopio, espacios para la concentración de la prensa, entre otras), bajo el argumento de que eran parapeto en el que se ocultaban fuerzas de Hamás. Durante el genocidio armenio, las deportaciones forzadas llevaron a la muerte de innumerables armenios. Los desplazamientos en Gaza tuvieron, y han tenido, las mismas consecuencias.

Por sus dimensiones, hay consenso en el reconocimiento del genocidio armenio. En el caso de Gaza, el genocidio es objeto de debate, aunque día a día es creciente el consenso internacional al respecto.

Aunque la intencionalidad les acerca -punto de conexión ineludible- (destruir al otro, con campaña sistemática y planificada para exterminar a una población específica), la escala les diferencia. Pero hay que mirar esta escala a la luz de estos días. En Armenia los acontecimientos se podían ocultar. En Gaza, las cosas se desenvuelven en el mismo momento en que se conocen. Asimismo, hay un hecho que denota el espíritu de destrucción y de no reproducción de la población palestina: la mira telescópica dirigida a la población infantil; esto, recurrentemente significativo en el accionar de las fuerzas armadas de Israel, en especial de sus francotiradores, como un hecho simbólico que deja ver el espíritu de lo que concreta la mira telescópica: la intencionalidad de erosionar la capacidad de reproducción de la población gazatí.

En este mismo momento, la propuesta reciente (festejada por B. Netanyahu como altamente creativa) del presidente Donald Trump, de que Estados Unidos tome el control de la Franja de Gaza y desplace a la población palestina para transformar el área en una "riviera", es en su ensamble motivo de condena generalizada (aunque Trump diga que es una propuesta bien recibida por todos) a nivel internacional. Violación flagrante del derecho internacional y un acto de despojo, es poco decir. La propuesta de Trump implica concretamente el acto de desposeer a la población palestina de su tierra y hogares mediante el desplazamiento forzado (no puede ser más clara la definición de despojo). Delito de lesa humanidad, por el hecho e implicaciones del desplazamiento forzado de población civil, ensartando a Jordania, Egipto y los países críticos de Israel, p. ej. España, Francia, de estar obligados a dar alojo a los palestinos. Parte de la prensa lo califica como un “dislate cósmico”. Alguien sin ataduras morales ni apego a las reglas internacionales es capaz de un acto de rapiña, tal como lo plantea Trump y lo festeja el gobierno fascista de Israel,

con la acción paulatina de privar a la población palestina de su tierra. Para julio de 2024 se calculaba, de acuerdo a fuentes periodísticas, que el gobierno de Israel había despojado a la población palestina de 1200 hectáreas, todo esto durante 2024. Actualizando el dato, para todo 2024 se calcula que se confiscaron más de 2,300 hectáreas de tierra en los Territorios Palestinos Ocupados, incluyendo Jerusalén Oriental. Sumemos a esta cifra de ignominia la construcción de más de 20,000 nuevas unidades de vivienda en múltiples asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Oriental. Doble movimiento en la operación despojo y ocupación. De ahí la pertinencia de la reivindicación palestina de que “No hay otra tierra” (véase el valioso documental ).

(UAM)

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