1. En anterior colaboración anotaba, retomando a Jorge Alemán (2023), que está en curso una “mutación antropológica”. Este proceso abierto pone en la escena efectos concretos en las actividades científicas y tecnológicas: se presentan avances sustantivos en los campos científicos que, sin paradojas, coexisten con procesos de degradación en el vínculo pedagógico (en un combo problemático, la presencia avasalladora de las redes, la simplificación en las narrativas sociales, el control concentrado en los medios de difusión, la disminución de la vida democrática, así como la baja intensidad de la ética, al contrario de lo que planteaba el historiador Osvaldo Bayer, de reposicionar a la ética, “como gobernante de todas las cátedras”, al reflexionar en las universidades).

2. Como personal académico, y por supuesto por ello parte de nuestra responsabilidad en la no formulación de las preguntas apropiadas para generar la duda y el recelo, vivimos dificultades en el quehacer pedagógico cotidiano, con estudiantes que aceptan la condición de mercantilización de la educación y que no cuestionan la producción de certificados, la alientan (diploma mata talento, dicho de manera rápida y, en efecto, poco sustanciosa): comunidades proclives al conformismo social. Construyamos un puente con otra discusión, esto, a pesar de que la ciencia y la tecnología son ejes fundamentales para el desarrollo productivo mundial, pero pensemos en especial en nuestra América Latina. No se trata de un proceso neutral, pues como indica León Olivé (2011, La Ciencia y la tecnología en la sociedad del conocimiento. Ética, política y epistemología, Ciudad de México: FCE), están presentes “la apropiación privada e incluso la monopolización del conocimiento, con la consiguiente exclusión de sus beneficios de grandes partes de la población mundial y, peor aún, la exclusión de la mera posibilidad de generar conocimiento”.

3. Mirando desde este ángulo, la disminución en las exigencias culturales forma parte de la construcción de escenarios, en los que la algoritmización de la sociedad, la fragilidad en los procesos de aprendizaje, la desigualdad digital y procesos de desalfabetización y descomprensión lectora, por el tránsito de lo epistolar, en general de lo escrito, a lo ciberoral (de manera simple, del trabajo sobre la libreta al apunte o la foto del pizarrón en el celular), ensamble que se ha naturalizado, grosso modo, sin la necesaria reflexión de sus repercusiones. Entre otros, la universidad enfrenta estos desafíos, a la vez que necesita más recursos para su tarea. Olivé apunta frente a los desafíos que los campos de la ciencia y la tecnología, lo mismo que la universidad en general, deben rehacerse, para encarar la revolución del conocimiento modificando su agenda de investigación, docencia, vinculación social y difusión (p. ej. con los pueblos indígenas, con las nuevas y viejas formas de organización del trabajo, sin la subordinación a las corporaciones y a los discursos de la productividad), rehaciendo a su vez procesos de innovación y de expresiones de competitividad que no tengan como correlato la destrucción de nexos sociales, pues de no ser así no hemos aprendido nada.

4. La ciencia y la tecnología abren la posibilidad de crear productos y servicios con un mayor valor agregado, sin soslayar una agenda de lo social que debe regular los campos de expansión económica, considerando los problemas sociales, económicos y ambientales del presente. Las implicaciones en la necesaria diversificación de la economía toman lugar en la escena, para disminuir la vulnerabilidad de las economías primarias y de los vaivenes de la economía mundial. No se aparta esto, para nada, del papel de la ciencia y la tecnología en la transformación digital, que llegó para quedarse, lo que obliga repensar en la brecha tecnológica y cómo encararla, por sus efectos lesivos en la agudización de la desigualdad social y económica. Los casos más evidentes son los de las poblaciones rurales, indígenas y de bajos ingresos, que hasta ahora han sido rezagadas de la conexión digital, lo que agrava en esta digitalidad impuesta la exclusión social y limita las oportunidades de desarrollo.

5¿Qué tipo de profesionales exigen los tiempos modernos? Una respuesta a bote pronto apunta hacia las ingenierías, las matemáticas, el trabajo científico y tecnológico, pero al mismo tiempo, tomando un respiro, a la construcción de soportes sociales para enfrentar la expansión de problemas de salud física y mental (personal de la salud en un sentido amplio), a saber, lo que pueden aportar las ciencias de la salud en un esquema que realmente disminuya las asimetrías presentes en la relación médico-paciente, como hace muchos años apuntara Luc Boltanski (1982).

6. Regresando a Olivé, desliza un argumento poderoso: “la necesidad de la ‘autonomía epistémica’ de las comunidades científicas y tecnológicas, pues sólo así pueden lograr sus objetivos en la producción de conocimiento”, tomando distancia del control estatal y de las corporaciones, autorregulando su quehacer. Como parte de las exigencias del presente, destaca Olivé la necesidad de un “nuevo contrato social sobre la ciencia y la tecnología”, que fortalezca los nexos entre la comunidad científica con la sociedad (ambas con responsabilidad para la práctica dialógica que demanda el presente social). Esto implica la formación de “nuevos expertos en ciencias naturales, sociales y humanidades, así como en tecnologías, con la capacidad para integrarse a equipos interdisciplinarios que sean receptivos a las muy diversas demandas sociales” y de “especialistas en el estudio del sistema de ciencia y tecnología y sus relaciones con la sociedad, capaces de analizar y promover las prácticas y redes institucionales y sociales que fomentan los nuevos modos de producción, distribución y aplicación del conocimiento”. No se alude taxativamente al Diálogo de saberes, puede ser motivo de otra reflexión.

(Profesor UAM)

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