A Mónica, por una raya más al tigre
Comentábamos en anterior colaboración que los “dueños del mundo”, recordando a Alejandro Bercovich, empatan en una sintonía sobre la jornada de trabajo. Slim, Musk, Trump, Brin, Bailleres, Salinas Pliego, promueven extender las jornadas laborales bajo la premisa de maximizar la productividad. P.ej. Slim sugiere trabajar tres días a la semana, pero con jornadas de 12 horas hasta los 75 años, a la par de que propone el aumento de la edad para la jubilación, ante la propuesta de reducir la edad y la jornada de trabajo: “Yo creo que reducir el horario así es una tontería; pienso que lo que sé, lo he dicho varias veces, es que debe de trabajarse tres días, doce horas diarias, tres días para dar cabida a otras tres personas que trabajen los otros tres días y jubilarse a los setenta y cinco años, no a los sesenta y cinco ni a los sesenta”. Brin, del gigante Google, al que como dice Ignacio Ramonet, conoce todo de nosotros, impulsa a los desarrolladores de inteligencia artificial de Google a dejar la piel en el trabajo, laborando 60 horas a la semana.
Los ahora separados en el matrimonio por conveniencia Trump-Musk, en el caso de este último, no canta mal las rancheras: planeaba imponer a sus empleados, cuando fungía en su cargo gubernamental para desregular el tamaño del aparato estatal, jornadas de hasta 120 horas semanales. Si la semana tiene 168 horas y se trabaja 120, el tiempo restante para comer algo, ir al sanitario, dormir, se reduce a 48 horas, es decir, en promedio 7 horas al día para todo lo que no sea trabajo (el sueño de Musk es producir sujetos laborales sin capacidad de socializar y amar). Solamente consumiendo algunas de las cosas que le han recriminado a Musk se podría lograr ese desempeño, de locura, a saber: antidepresivos (paroxetina y sertralina) y/o ansiolíticos (clonazepam, alprazolam), el rivotril (clonazepam) ganando en la batalla del consumo, junto a otras cosas no legales, a lo que se suma también la ingesta en crecimiento de alcohol. Como apuntábamos en anterior colaboración, siguiendo a C. Dejours, ansiolíticos durante el día, somníferos en la noche, psicoestimulantes en la mañana -la dieta para soportar las tensiones generadas por tiempos extensos de jornada de trabajo (y dentro de ellas con marcada intensidad), en las que campea el desgaste obrero, la desafección, el necro trabajo.
Quizá en este escenario del necro trabajo opera lo apuntado por C. Dejours, pensando al sufrimiento, de que “el sufrimiento proviene de la organización del trabajo “robotizante” que expulsa el propio deseo del sujeto. La frustración y la agresividad que resultan, así como la tensión y el nerviosismo, son específicamente explotados para aumentar el ritmo de producción”. Las reflexiones en el mundo del trabajo sobre el karoshi (muerte por exceso de trabajo) apuntan en este sentido.
El tiempo de duración de las jornadas de trabajo, su extensión, es la base material de la cual deviene la posibilidad de contar o no con tiempo libre. En México se está discutiendo en este tiempo presente que la jornada semanal de trabajo sea de 40 horas, lo que indica en muchos casos que este tiempo es rebasado. No es algo
simple este asunto, pues implica, como apuntaba hace muchos años J. Dumazedier (1992) sobre la necesidad de la recreación, entendiéndola como el “conjunto de ocupaciones a las que el individuo puede entregarse con pleno consentimiento, ya sea para descansar, para divertirse, para desarrollar su participación social voluntaria, su información o su formación desinteresada, después de haberse liberado de todas sus obligaciones profesionales, familiares o sociales”, y también si lo requiere, para ir al médico, porque se sienta mal o para una revisión cotidiana. Esto viene a cuento por la muerte (obrera) de un operador de camión de la Coca-Cola (paradójico, la organización del proceso de trabajo que en lo mercadotécnico aludía a la “chispa de la vida”, como se anunció durante muchos años, sí, incluyendo diabetes, obesidad, pérdida de la vista, mutilación corporal, ¡qué chispa!), generando la muerte.
Más allá de la geografía donde ocurre el suceso, el relieve es el caso del trabajador Fortino Vidal Lara. Se sentía mal y pidió permiso para ir a una revisión médica, pero se lo negaron (el derecho a la salud, negado). Comenzaba muy temprano su jornada de trabajo, a las 8 ya estaba tras el volante (viviendo la pesadez de una larga jornada de trabajo, con afectación ordinaria en los riñones, problemas posturales cotidianos, y con el crisol de afectaciones que produce desenvolverse ordinariamente en el espacio urbano), y concluía a las 20 horas. Falleció de un infarto fulminante mientras trabajaba. Fortino Vidal Lara no podrá ya entonar la letra del himno de la bebida emblema del capital: “Quisiera al mundo darle hogar y llenarlo de amor, sembrar mil flores de color y de felicidad […] Hay que compartir el momento feliz, hay que disfrutar las cosas de la vida”. ¿Tendrá alguna repercusión esta experiencia en el corporativo Coca-Cola? ¿Habrá algún chispazo de sensibilidad? Como en el juego Maratón, no avanza la ignorancia, sino el pesimismo.
(UAM) alexpinosa@hotmail.com