¿En qué consiste mi crimen? A esa pregunta formulada por Engel (uno de los Mártires de Chicago) le siguió una premisa fundamentada (en ese octubre negro de 1887): “en que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones, otros caen en la degradación y la miseria”.

La acción colectiva obrera, que tuvo en el centro la lucha por la disminución de la jornada de trabajo, fue un hecho ejemplar de la lucha de clases en la historia moderna, al poner sobre la escena la presencia de condiciones laborales injustas: jornadas laborales sin límites, salarios que no recompensaban el esfuerzo y ambientes de trabajo signados por la inseguridad. Para esto traigamos a nuestra discusión el verso libre de Edgar Lee Masters (Antología de Spoon River), que ilustra en el epitafio sin anestesia, la condición crítica en que se desenvolvían los trabajadores:

“BUTCH” WELDY

Después de recibir la religión y sentar cabeza

me dieron trabajo en la fábrica de enlatados.

Todas las mañanas me tocaba llenar

el tanque de gasolina que estaba atrás,

el tanque que alimentaba los sopletes

que, en turno, calentaban los fierros de soldar.

Y yo, para hacerlo, tenía que subir

los travesaños de una raquítica escalera

con todo y cubetas llenas de gasolina.

Un día, al vaciar el líquido,

el aire se inmovilizó y pareció hincharse.

Me disparé con la explosión del tanque

y caí con las piernas destrozadas;

mis ojos se volvieron dos pedazos de carbón.

Alguien dejó un soplete prendido

y el tanque chupó la llama.

El juez del distrito dijo que la culpa

podría ser de cualquiera de mis compañeros

y así el hijo del viejo Rhodes

no tenía que pagarme nada.

Me quedé en el banquillo, tan ciego

como Jack el violinista, repitiendo la frase:

“Jamás lo había visto”.

Volvamos a Chicago en 1887. A la inseguridad y el maltrato se sumó la clara división de clases en la sociedad, entre los trabajadores y la clase capitalista, dueña de los medios de producción, beneficiada por los bajos salarios y muy satisfecha con la presencia de un Estado mínimo en el que decir que había regulaciones laborales era una mala broma. Esto no significa que no había Estado, tan lo había que la

respuesta fue fulminante: respuesta represiva de las autoridades (la policía siguiendo al pie de la letra la consigna de detener, golpear, amedrentar, aunque vale señalar que la historia continúa después con los jueces que van a dar el veredicto de culpables y castigo máximo a los obreros insurgentes). El autoritarismo en su máxima expresión sobre los trabajadores en Haymarket deja ver a las claras la intencionalidad estratégica de asfixiar al movimiento obrero doméstico (y de manera ejemplar a escala global), a la par que la mano que mece la cuna se encarna en la acción policíaca y jurídica, es decir, en protección y salvaguarda de los intereses de la élite económica. También, como momento de ruptura, hubo manifestaciones globales de solidaridad de clase (como consciencia de clase, al pensar en problemas comunes), rebasando fronteras geográficas y subrayando la unidad de los trabajadores en el mundo, con el objetivo aglutinador de luchar contra la explotación capitalista. Pero de esa historia de fin del siglo XIX a la condición actual hay grandes diferencias.

El periodista argentino Alejandro Bercovich, reflexionando sobre el Día del Trabajo (“Trabajar”, programa radial Pasaron cosas), se cuestionaba sobre cómo se asumen franjas importantes de la población, señalando que hay una tendencia decreciente en lo social a asumirse como trabajadores, se identifican como emprendedores, por lo que los niveles de identificación no se dirigen a sus pares, a los que están en condiciones similares, sino a los grupos más poderosos. No es un problema de argentinos, a todos nos toca; es un tema de identidad y de consciencia, de la configuración de la subjetividad. Vale traer a Boaventura de Sousa Santos cuando apuntaba: “El ‘emprendedurismo’ le da glamur a la precariedad” […] "Se creó la precariedad del emprendedurismo. Ahí no hay autonomía, sino “autoesclavitud”.

Las mutaciones del trabajo están impactando el sistema de relaciones industriales. Por ejemplo, el reconocimiento de nuevas formas de trabajo que se apartan del trabajo típico, clásico, propio del paradigma taylorista-fordista, con estabilidad, con un patrón visible, con contrato de tiempo indeterminado, a realizarse en un lugar específico y tutelado por el Estado (p.ej. teletrabajo). Estos cambios se traducen a su vez en debilidad para los trabajadores y sus organizaciones, por atomización de las unidades productivas; las prácticas comunes de externalización de servicios y subcontratación (al lado de los gigantes de la industria automotriz son situaciones cotidianas); el crecimiento sin pausa de formas atípicas de empleo; el aumento del trabajo asalariado sin contrato laboral (que el INEGI define bajo la ordenación de la Tasa crítica de condiciones de ocupación); normas laborales que reducen la capacidad de negociación contractual e inhiben la acción sindical (la caída en la tasa de sindicalización es parte de la tierra arrasada por la seducción y monopolio de fuerza del capital y del Estado, y se aprecia con claridad en la realidad mexicana). Ahora, considerando los límites de la seducción del capital, hay un arma poderosa para el disciplinamiento de los trabajadores, “la facultad de contratar y despedir”, como señalaban desde hace tiempo Bowles y Gintis (1981). Así, de ese lejano y presente 1887, a la condición actual de los trabajadores, podemos aludir a la hibridez de la continuidad subterránea de la explotación de los trabajadores, como también a cambios significativos como los enunciados que deben ser considerados al mirar el escenario del trabajo.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu (1990) apuntaba: “Uno de los problemas más importantes del porvenir podría ser el desfasamiento entre el carácter nacional de las organizaciones sindicales y el carácter internacional de las empresas y la

economía”. De ahí “la importancia de la labor sindical a nivel supraempresarial [...] irrenunciable para que la clase obrera no se escinda y salga perdedora en el proceso [...] La unión por encima de las distintas empresas y de las calificaciones son absolutamente necesarias”. Adentrándose en la cultura y en las convenciones sociales dominantes, Bourdieu aludía a un aspecto central, que exponencialmente ha crecido a partir de las redes sociales, y que de manera invisible (incorporada) obliga a los trabajadores a imponerse límites por una especie de deseo de respetabilidad que lleva a aceptar la definición dominante de la lucha conveniente (p.ej., la preocupación por no estorbar al público con la huelga). A propósito de este tema, Bourdieu hace consideraciones muy importantes de resaltar: “la movilización de la clase obrera está ligada a la existencia de un aparato simbólico de producción de instrumentos de percepción y expresión del mundo social y de las luchas laborales, sobre todo porque la clase dominante tiende sin cesar a producir e imponer modelos de percepción y expresión que son desmovilizadores (por ejemplo, hoy en día los adversarios en la lucha laboral se describen como ‘copartícipes sociales’)”, los asociados, la uberización avanzando.

En esta situación del presente estamos atorados (creo que sin la caja de herramientas adecuada para encarar tamaño desafío). Pero también nos ata la historia y su vigencia, cuando Engel, antes de ser asesinado en la horca, exclama: “Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quiénes son sus enemigos y quiénes son sus amigos”.

(Profesor UAM)

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS