Continuamos la discusión abordada en la anterior colaboración, en la que afirmamos que el cuerpo es la primera herramienta de trabajo y el primer territorio del poder. La irrupción de las tecnologías digitales en todas las dimensiones de la vida social, en especial, para nuestros objetivos, en los procesos de trabajo, no ha debilitado esa premisa: la ha llevado a nuevas profundidades. La reflexión nos permite comprender el relieve de las coordenadas del problema: dominación sobre el cuerpo, vigilancia digital, medicalización creciente, erosión de los vínculos sociales y una subjetividad moldeada por el rendimiento constante.
Pero para comprender la densidad real de esta transformación, es indispensable descender al terreno donde esas categorías toman forma: la vida cotidiana de los trabajadores de plataformas y de los subcontratados que sostienen la operación digital. En ese recorte, indagando sobre las preocupaciones de los trabajadores y su verbalización, encontramos la evidencia empírica aportada en los relatos de repartidores y conductores: 1. “Las aplicaciones se llevan entre el 30% y 50% de comisión por viaje”; 2. “Este trabajo me ha generado estrés y ansiedad; no sabes cuándo puedes ser víctima de la delincuencia”; 3. “Sí tengo seguro social, pero nunca explicaron cómo activarlo”; 4. “Los algoritmos manipulan tarifas: al usuario le cobran más y al chofer le pagan menos”; 5. “Como mujer me mandan a zonas inseguras que la app no marca como riesgo” (cf. Aline Sarmiento, De la regulación a la calle: cómo enfrentan los trabajadores de apps la formalización laboral en México, Moviltime/Latinoamérica, 01/10/2025).
Pensando en las aportaciones de los trabajadores de aplicaciones como palabra generadora, apoyados en el pedagogo brasileño Paulo Freire, le entendemos como expresión de la experiencia vital de los oprimidos -temores, angustias, deseos, límites, dolores, horizontes-, lo que posibilita comprenderlos en su carácter de potencia transformadora, al nominar al mundo desde la experiencia (transmitida y/o vivida), no desde reflexiones teóricas externas a su realidad ordinaria. Así, no se trata de una imposición externa (“nadie piensa en cabeza ajena”, dice el dicho popular), sí de un descubrimiento, que forma parte del soporte material, de lo cotidiano, que vincula, como atadura, la experiencia con su verbalización. Es la pedagogía que en parte recupera la diagramación de las rutas, los peligros, las posibilidades y las entregas, descubriéndose en el diálogo, en la escucha activa, como reconfiguración de lo cotidiano, permitiendo que, de alguna manera, en su enunciación, puedan leer su realidad críticamente y, desde ahí, reconstruirla. Un hecho social total, que implica los usos en lo pedagógico, pero también epistemológico y político: develar las formas en que se transita el mundo, comprender la opresión como un proceso construido, histórico, abriendo posibilidades para la resignificación de la experiencia y de la necesidad de la organización colectivamente.
Al escuchar las palabras de los repartidores y conductores, tales como “la aplicación te borra”, “la tarifa se manipula”, “tengo miedo”, “no sé cuánto voy a ganar”, “no sé quién es mi jefe”, “me mandan a zonas peligrosas”, en estas líneas lo transversal trasluce que se trata de alusiones de las estructuras de dominación. Palabras generadoras en la desembocadura freiriana, pues condensan una totalidad: precariedad, vigilancia, desigualdad, invisibilidad, ansiedad y falta de protección. No es la queja como acontecimiento, sino la manifestación del problema, que al mismo tiempo abre la posibilidad de pensar que el proceso de liberación es, por un lado, el correlato de la acción colectiva y, por otro, y al mismo tiempo, devenir de la lectura crítica de la propia experiencia. Reconocer las voces implica tomar distancia de las posiciones ágrafas frente al dolor, el riesgo y el sufrimiento. Especulando, las palabras de los trabajadores de las condiciones modernas 1) nombran la estructuración de subordinación, 2) ponen en la escena los mecanismos que producen esa subordinación (el algoritmo, la tarifa, la calificación), 3) dejan ver que hay una interpretación en la que coinciden el sentido de su trabajo y su malestar, 4) creando consciencia de que las nuevas condiciones del trabajo no son producto de generación espontánea, efecto de la pandemia, algo normal o natural, sino un hecho construido y 5) abriendo espacios para la construcción de alternativas.
En las discusiones sobre el futuro del trabajo se enfrentan dos narrativas, en donde, dominando las convenciones sociales, y desde el discurso del poder -plantearía Adolfo Gilly-, suele predominar una narrativa optimista: innovación, flexibilidad, eficiencia y una revolución tecnológica que ampliaría posibilidades. Pero desde el campo de las ciencias sociales, y ahora, cuando desplazamos la mirada y aguzamos el oído, viendo en los pisos de trabajo, en los laboratorios y las corporaciones a quienes despliegan su actividad operando en sus acciones la revolución tecnológica, los repartidores, los conductores, los subcontratados, es decir, los condenados de las nuevas condiciones terrenales encadenados por las nubes digitales, los resultados nos llevan por las nubes y burbujas digitales, oscureciendo las condiciones sociales desde el presente hacia la prospectiva.
La subordinación adquiere formas más sutiles y más ilegibles: autoexplotación inducida, control algorítmico, precariedad estructural, ansiedad como condición laboral (para ensanchar la explotación) y un cuerpo que se convierte, simultáneamente, en herramienta de trabajo, en mercancía para industrias paralelas -la farmacéutica, la del entretenimiento hiperacelerado, la de la vigilancia permanente-, y en consumidor, para hacer soportable la condición moderna. El testimonio directo mata concepto, exige su reformulación y lo principal para comprender, se trata de un estado del cuerpo.
En el texto publicado el 8 de noviembre (El cuerpo bajo asedio. Innovación tecnológica y salud en la era digital, El Universal) nos detuvimos en el cuerpo como campo de tensiones biopolíticas y psicopolíticas. En las voces de los trabajadores encontramos cómo esas tensiones se inscriben en la vida diaria, por ejemplo, con ingresos fluctuantes, en decrecimiento, según se plantea en testimonios. Asimismo, otra tensión apunta hacia la jornada de trabajo, en la que destaca el tiempo invadido, pues si no estás conectado, estás fuera de la jugada, a la par de la prolongación de la jornada de trabajo, para ganar lo mismo que en el pasado reciente.
Como parte de lo ordinario, pensando en una identidad estrellada, piezas sueltas todavía del desencuentro de destacamentos de trabajadores, destaca “estar dentro pero no pertenecer”, “ser fácil de reemplazar”, en competencia sistemática por la entrega. El patrón invisible es el algoritmo, que es también producto de la subordinación interiorizada. El paisaje tecnológico desolado de socialización. Abriendo una rendija al optimismo, se trata del cuerpo cansado, pero no rendido, donde puede haber dominación, pero también disidencia.
En la historia del tránsito del gremialismo al mutualismo y al sindicalismo, es una constante la vigilancia de los grupos dominantes, así como la precariedad en los “condenados” en la tierra. Por eso mismo los trabajadores desarrollaron formas de cuidado mutuo, espacios para conversar y reconstruir comunidad (los cinco minutos para el cigarrillo de Robert Linhart y los cinco minutos planteados por Dominique Méda, para platicar, y hacer con ello más soportable la jornada de trabajo). La densidad de esos gestos implica la política: aun en entornos proclives a la competencia, el egoísmo, el “vivir en la incertidumbre y disfrutarla" -Esteban Bullrich, ministro de Educación argentino en la época de la presidencia de M. Macri-), lo colectivo atraviesa las porosidades de la dominación.
En este recorrido ponemos sobre la mesa que el trabajo en la era digital nos permite mirar dos caminos que se bifurcan y se encuentran: el análisis estructural y la de la experiencia encarnada, dejando claro el papel del dispositivo y lo que revela (y se rebela) en cuanto a los efectos en la subordinación de estos nuestros tiempos.
A la acción de las plataformas digitales, que moldean la vida laboral con una combinación de libertad aparente y control real, se enfrenta un hecho tangible: el cuerpo habla, al enfermarse, con el desgaste, se obsesiona, se llena de ansiedad y se levanta, se repone, o, parafraseando una expresión de la historia política argentina, se rompe, pero no se dobla. La condición del trabajo en el presente, y la pregunta por el futuro del trabajo, no pueden separarse de la pregunta por la vida concreta de quienes lo sostienen. La base material de las plataformas, del capitalismo digital, son los trabajadores. Actualizando a Bertolt Brecht, en Preguntas de un obrero que lee: “¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros aparecen los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?”. Ninguna revolución tecnológica puede ocultar algo central: sin el trabajo humano, sin los cuerpos que activan su energía y talento, nada funciona.
En esa palabra que nace del cuerpo y de la calle, de la diagramación del trabajo ordinario, está la clave para entender el presente y para imaginar un futuro laboral más justo y humano, menos sometido a la lógica silenciosa y perversa del algoritmo.
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