La educación es un pilar fundamental para el desarrollo personal, social y cultural de las personas. Por un lado, expresa los espacios de transformación social y por otro, las tensiones y resistencias que persisten en una sociedad con los intereses de las élites sociales y económicas que no ven representados en la enseñanza su pretensión de imponer un pensamiento único.
Asistimos, nuevamente, a una cruzada contra los libros de texto gratuitos, que al igual que otros momentos en nuestra historia, han emprendido una campaña de denostación de sus contenidos —en muchos casos sin al menos conocerlos—, y revertir la inclusión de temas que buscan fortalecer los valores éticos, cívicos, de convivencia y tolerancia que deben regir nuestra sociedad.
Los nuevos cruzados, temen a los cambios, a incluir conocimientos que difieren de su forma de pensar. Temen la edificación de una sociedad que en la medida que fortalece su cultura y eleva su nivel educativo, profundiza sus exigencias de respeto y garantías de sus derechos.
Una de las expresiones retrógradas de esta cruzada, es la quema de libros o pretender impedir el acceso a ellos, No es un fenómeno nuevo, se trata de una práctica recurrente de sectores de la población que se oponen a la diversidad de pensamientos y al conocimiento científico. En mayo de 1933, en Alemania, durante el auge del nazismo, grupos de fanáticos irrumpieron en bibliotecas, librerías y otros espacios de conocimiento a fin de “purgar” los libros y quemarlos en una hoguera para “purificar” la cultura alemana. Depurar ideas contrarias al nazismo que hablaban de libertad y derechos humanos, o simplemente porque habían sido escritos por personas judías. Goebbels sintetizó ese pensamiento cuando clamaba: “¡No a la decadencia y a la corrupción moral! ¡Sí a la decencia y a la moralidad en la familia y el Estado!”.
La educación pública, laica y gratuita, es un derecho humano fundamental, que en México se conquistó a partir de profundas luchas sociales. En 1934, el general Lázaro Cárdenas reformó el artículo 3o. constitucional, estableciendo que “la educación que impartiera el Estado excluiría toda doctrina religiosa de sus contenidos y buscaría combatir el fanatismo presentando a los estudiantes un concepto racional, exacto y científico del universo y la sociedad.”
Con Cárdenas, las escuelas no deberían estar “al margen de la vida y la sociedad, sino que combatiera sus lacras y actuara en defensa de las clases desposeídas”. Que la educación “combatiera el fanatismo, [y] capacita[ra] a los niños para una mejor concepción de sus deberes para con la colectividad y los prepara para la lucha social en la que habrán de participar”.
Los detractores de los libros pretenden omitir la inclusión de los derechos sexuales y reproductivos, que ponen en el centro el respeto a las infancias para evitar abusos en sus familias y sus escuelas; les preocupa que la niñez aprenda que tiene derechos, que tenga la oportunidad de acceder a la diversidad cultural y de conocimientos existente, a contracorriente de los discursos racistas, xenófobos, clasistas y sexistas que representan quienes cuestionan los nuevos contenidos.
La actualización de los libros de texto está encaminada a reconocer los cambios en la sociedad y fortalecer una cultura de valores de manera inclusiva, donde todas las personas estén representadas porque nadie tiene derecho a imponer su forma de pensar.
Quienes rechazan los nuevos materiales educativos anteponen sus intereses y posiciones de fe, por encima del interés superior de la niñez, sin importarles los derechos de 24.4 millones de alumnos de nivel básico que ayer regresaron a las aulas.
Es inaceptable poner en riesgo el acceso a la educación por una estrategia política. Los libros de texto no adoctrinan, ni sexualizan, ni llaman al “comunismo”; son herramientas para la enseñanza inclusiva, que reconocen las transformaciones sociales, culturales y de género que ha tenido nuestra sociedad.