Supongo que la humanidad entera estamos en deuda con El Mago de Oz (Fleming, Vidor, 1939). Y es que, más allá de si usted pertenece o no a las hordas de fans que la han mantenido vigente durante décadas, es innegable que estamos ante una de las películas más influyentes en la cultura popular no sólo de occidente sino de buena parte del planeta.

David Lynch no puede negar la influencia de esta película en su cine, lleno de referencias y tics involuntarios hacia la misma (ver el extraordinario ensayo Oz/Lynch, de Alexandre O. Philippe). Martin Scorsese rinde homenaje a Oz al inicio de Alice Doesn’t Live Here Anymore (1974) y hay quienes han encontrado múltiples similitudes con el viaje nocturno de Paul Hackett (Griffin Dunne) en After Hours (1985) y el de Dorothy siguiendo el camino amarillo.

La influencia de Oz no se queda únicamente en el cine, traspasa incluso hasta la literatura. En su famoso ensayo El Mago de Oz (Edit. Gedisa, 2005) el famoso escritor Salman Rushdie confiesa que fue por la película El Mago de Oz que decidió dedicarse al oficio de escribir.

El tiempo dirá si en un futuro se comentará en los mismos términos sobre Wicked (E.U., Canadá, Islandia, 2024), la adaptación a cine (inexplicablemente en do$ parte$) de la exitosísima puesta en escena homónima de Broadway, a su vez muy libremente basada en la novela de Gregory Maguire, “Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West”.

No tengo el honor de haber leído el libro, pero a juzgar por la película, estamos ante la clásica y muy lucrativa tendencia de explicar el origen de los villanos del cine infantil (Maléfica, Cruella… ya con ganas hasta el Joker cae en esta categoría) para llegar siempre a la misma conclusión: no eran malos sino víctimas de las circunstancias.

Así, Wicked narra la historia de Elphaba (Cynthia Erivo), una joven que llega a la universidad Shitz (una especie de Hogwarts pero para aspirantes a brujería) junto con su hermana Nessarose (Marissa Bode) a quien debe cuidar ya que se encuentra postrada a una silla de ruedas.

Elphaba es claramente una estudiante ejemplar, con grandes habilidades mágicas (que sorprenden a propios y extraños) así como convicciones morales aún más fuertes que su magia, pero esto no la hace una chica popular. Lo anterior se debe al color de su piel: verde. Así es, para quien no lo sepa, Elphaba se convertirá eventualmente en la Bruja Mala del Oeste, aquella que en la Oz original aterraba a los niños y no tan niños.

Por azares del guión, Elphaba termina compartiendo cuarto con la petulante, ególatra y rubísima Galinda (Ariana Grande-Butera), quien envidia cómo los profesores admiran a Elphaba mientras que a ella la descartan, justo por ser la más popular de la escuela.

Hasta este momento todo suena bien, Witched parece una mezcla entre Harry Potter y Mean Girls (2004). Si este hubiese sido el camino durante los larguísimos 160 (!) minutos que dura la cinta, tal vez tendríamos algo interesante, pero claramente el guión (escrito a cuatro manos por Winnie Holzman y Dana Fox, los mismos que escribieron la obra de Broadway) se afana por alargar lo más posible la historia con tal de justificar lo injustificable: las dos partes de esta película cuya adaptación en Broadway apenas dura dos horas y media.

Como musical, Wicked no aporta novedad alguna, de hecho el montaje de las imágenes en las escenas de baile es por demás convencional, como si se les olvidara que ya no están en un escenario teatral y que la cámara ofrece muchísimas posibilidades a simplemente plantarse frente a los bailarines y subirle al volumen.

Y hablando de la cámara, resulta lamentable (por decir lo menos) que la fotografía de Alice Brooks se vea tan opaca, tan oscura, con tan poca vida. Algo imperdonable en el canon de Oz, siendo la original una película con el color a tope gracias a la magia del Technicolor. No veremos aquí esos colores brillantes, al contrario, como diría un clásico: sombras nada más.

Y yo se que aquí entraré en conflicto con los fans, quienes en los momentos musicales cantan y se emocionan en la sala de cine (qué bueno, no esperaría menos), pero para quien es novato en el mundo Wicked (como un servidor), ninguno de los números musicales me pareció particularmente memorable.

Al final solo hay un elemento que no solo destaca de entre el marasmo antes descrito, sino que se convierte por mérito propio en la única razón por la cual vale la pena ver esta película: la actuación de Cynthia Erivo.

Erivo otorga autoridad, profundidad, personalidad y carisma a la cinta. Su registro está por encima de todos los demás, con una densidad palpable, un manejo absoluto de las emociones, una furia contenida que la hace incluso un personaje irremediablemente siniestro y por ello interesante.

Tramposamente, el esperado show stopper, llega al final, con la famosísima secuencia de Defying Gravity y la aparición de un muy bien casteado Jeff Goldblum como el fraudulento Mago de Oz.

Y digo tramposamente porque el final está tan bien armado ese final que incluso yo, que estaba cabeceando, admito que no solo se me quitó la modorra sino que acabé con un auténtico interés por ver la segunda parte de Wicked (a estrenarse dentro de un año), aún y cuando sé perfectamente bien cómo acaba esta historia.

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