Se dice que en el cine no importa el qué sino el cómo. Si esta idea aún no ha quedado clara, Weapons (E.U., 2025), la más reciente cinta de Zach Cregger (director de la muy celebrada Barbarian, 2022), es el ejemplo perfecto de cómo en el cine la forma cuenta mucho más que la anécdota.

Tanto confía el director en que Weapons (terrible título en español: La Hora de la Desaparición) vale más por la estructura y no por el relato en sí, que en el mismísimo póster de la película está escrita la sinopsis de la misma: “Anoche, a las 2:17 de la madrugada, todos los niños de la clase de la señorita Gandy se despertaron, salieron de la cama, bajaron las escaleras, abrieron la puerta… y corrieron hacia la oscuridad”.

Una voz en off infantil es la que nos da cuenta de estos hechos mientras que en pantalla vemos a 17 niños corriendo en la oscuridad de la noche, con los brazos extendidos como si quisieran volar, mientras que en las bocinas suena una canción de George Harrison.

Es un inicio espectacular.

Al día siguiente vemos cómo la miss Gandy (Julia Gardner) llega a su salón de clases y lo encuentra vacío, excepto por un niño, Alex (Cary Christopher) quien de inmediato es interrogado sin encontrar mayores pistas.

El caos y la paranoia se desatan de inmediato entre los padres de familia de los 17 niños. Para ellos no hay duda: algo tiene que ver la señorita Gandy con lo ocurrido, ella de alguna forma debió manipularlos para hacer esto. Eso debió ser.

La pobre maestra tiene que salir huyendo de la junta en la que se informó sobre los avances del caso (pocas cosas dan tanto miedo como una turba iracunda, remember Canoa). De entre los padres de familia, el que está más convencido del involucramiento de la maestra en todo este asunto es Archer Graff (Josh Brolin), quien ante la desesperación tomará la investigación en sus propias manos.

Estamos frente a una cinta coral que se va narrando a partir del punto de vista de un montón de personajes: la maestra, el padre de familia, el director de la escuela (Benedict Wong), un policía (Alden Ehrenreich), y hasta un joven drogadicto que, sin deberla ni temerla, se ve involucrado en todo esto.

El guión, escrito por el propio director, hace alarde de una sorprendente facilidad para ir del thriller, el terror, la comedia, el drama y de regreso. Las historias de cada personaje (que a veces se traslapan) no son sino un inteligente mecanismo para provocar varios “cliffhangers” en la historia: momentos de tensión no resueltos que elevan la emoción del espectador en un proceso de autodescubrimiento de la trama.

El resultado es fenomenal: Cregger nos mantiene atentos, con la mirada fija en la pantalla mientras nos hacemos mil preguntas a la vez. Irremediablemente la película nos recuerda las tensiones y la estructura de Magnolia (Anderson, 1999), pero inmersa en algún pueblo salido de un libro de Stephen King.

Así como en su cinta anterior -Barbarian (2022)- el horror lo provocaba un miedo cotidiano (entrar a un Airbnb y descubrir que tu reserva se empalma con otra en los mismos días), Cregger aquí hace una referencia directa a otro horror cotidiano en la nación norteamericana: los tiroteos masivos en escuelas que con tanta frecuencia ocurren, llevándose igualmente a cientos de niños.

No obstante el director no parece buscar polémica al respecto, y prefiere seguir manipulando las emociones del respetable mediante un guión y una estructura que hacen de esta una de las mejores películas del año.

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