Con una carrera de más de 50 años y más de 25 largometrajes, el cine de David Cronenberg siempre ha rondado sobre sus obsesiones autorales: el cuerpo, la sangre, el horror corporal, lo visceral, el sexo y el horror psicológico.
Pero el llamado “Barón de la Sangre” nunca había dirigido una película basada en una experiencia personal. Lo más cercano a ello sería The Brood (Los Engendros del Diablo, 1979), cinta que Cronenberg admite haberla escrito bajo la presión de un “tumultuoso” divorcio y la posterior batalla que libró para mantener la custodia de sus hijos.
A aquella excepción se le suma ahora una más, una cinta que claramente es un asunto personal y que -parafraseando un diálogo de esta nueva película- esto es lo que Cronenberg hace cuando está en un proceso de duelo.
No esperaba menos.
En The Shrouds (Canadá, Francia, 2025) conocemos a Karsh Relikh, un elegante industrial de Toronto cuyo negocio es por demás macabro. Relikh tiene una cadena de restaurantes muy finos, pero ahora en uno de ellos ha puesto a prueba su más reciente emprendimiento: un cementerio con tecnología de punta llamado -claro- GraveTech.
Las lápidas de este cementerio ultramoderno tienen pantallas. Al ser enterrados, los cuerpos en este cementerio son recubiertos con una manta (los Shrouds del título) que tiene en su interior diminutas pero potentes cámaras con 4K.
Ya sea mediante la pantalla táctil de las lápidas, o mediante la app de GraveTech, el usuario puede ver una imagen de altísima resolución de su ser querido, enterrado bajo tierra, en proceso de descomposición. Por supuesto las cámaras están en internet, por lo que si el familiar del difunto tiene ganas de ver en cualquier momento a su muertito, solo hay que abrir la app y presenciar cómo la naturaleza ha hecho lo suyo.
“¿Así es como llevas el duelo?” le preguntan a Relikh. Y en efecto, el millonario industrial, que a todos lados va con su Tesla en modo autónomo, que tiene una asistente personal creada con IA (mucho más eficiente que Siri, aunque ello tampoco es difícil), y que siempre viste elegante y se mueve parco, sigue pensando en su recién fallecida esposa, muerta a causa de un cáncer que poco a poco le fue destruyendo el cuerpo. Obsesionado, Relikh encuentra reconfortante ver el esqueleto de su esposa en glorioso 4K.
No tengo idea quién querría hacer algo así con un familiar fallecido, pero vamos, esto es el universo Cronenberg, por lo que todo hace perfecto sentido.
El negocio va bien para Relikh hasta que un día alguien furtivamente se mete al cementerio, vandaliza las lápidas, arranca los cables, y hackea la red que permite ver a los cuerpos. ¿Quién fue el artífice de tan horrendo acto y por qué lo hizo?
Con un guion pleno en ideas y provocaciones desde el primer minuto, Cronenberg no abandona sus temas clásicos, regresan sus digresiones sobre el cuerpo, la sangre, la vida y la muerte, sobre cómo la enfermedad nos cercena, sobre la importancia del cuerpo, y del sexo como una pulsión de vida.
Pero el cineasta canadiense agrega un tema más, el tema que permea durante toda la película y que es nuevo en su filmografía: el duelo.
Karsh Relikh es interpretado por Vincent Casiel, lo cual no parece ser una decisión fortuita. Si bien el actor encarna a la perfección a este hombre parco pero claramente herido por el recuerdo de su fallecida esposa, no deja de ser notorio para quienes conocemos al director que Casiel se parece muchísimo a Cronenberg mismo.
Y el secreto está aquí: al igual que Relikh, el cineasta sufrió la muerte de su esposa, Carolyn Zeifman, en 2017 a causa de cáncer. Es claro (y él lo admite) que ésta película es sobre el duelo del director ante su pérdida.
Cronenberg habría declarado que el mundo no necesitaba una película más de él, pero luego de lo vivido, decidió escribir y dirigir esta cinta. Si Karsh Relikh vive su duelo a través de la tecnología y de las imágenes del esqueleto de su esposa, Cronenberg regresa a las raíces más populares de su cine como una forma de buscar la resignación ante la tragedia.
Esta cinta nos recuerda poderosamente a una de sus cintas de culto, Vidodrome (1983), donde muchos de los leit motifs de aquella se repiten, aunque no en imágenes fantásticas (aquellos labios que salían de la pantalla), pero si en imágenes perturbadoras, en sexo desgarrado, en la relación horrible con la tecnología.
Con referencias a Crash (1996) y eXistenZ (1999), Cronenberg escribe un thriller y no propiamente una cinta de horror, debido a una necesidad que parece imperiosa: la muerte de la esposa de Relikh debe tener al menos un sentido. Cronenberg prefiere que esto sea parte de una conspiración a cuyos perpetradores hay que descubrir y vencer, y no que sea simple y sencillamente una absurda muerte más a causa de un cáncer.
En su visita a México en 2003, David Cronenberg habría dicho que Spider (2002) era una película que estaba “muy cerca a su alma”. Asombrados, los asistentes al evento (en la Cineteca Nacional) pensamos: “ahora resulta que el Rey del Horror Venéreo tiene alma”.
The Shrouds demuestra que, en efecto, Cronenberg tiene alma, y después de ver esta película, uno no puede evitar las ganas de darle un gran abrazo.
The Shrouds se puede ver en Criterion Channel