Con casi tres años de retraso (culpen a la pandemia) llega finalmente a algunas salas de la CDMX, Swallow (Estados Unidos, Francia, 2019),la perturbadora y fascinante ópera prima del realizador norteamericano Carlo Mirabella-Davis.
En Swallow: la perfección te traga (por su título en español), conocemos a Hunter (extraordinaria Haley Bennett), la joven, dulce, tímida, guapa y en apariencia perfecta esposa de Richie (Austin Stowell), un junior de familia millonaria cuyo padre lo acaba de nombrar CEO del negocio familiar y que también le ha regalado una magnífica casa de dos pisos, con alberca jardín y vista excepcional.
Como buen proveedor, Richie se va todos los días a la oficina mientras que Hunter se queda en este palacete de cristal sin hacer demasiado, si acaso decorar la casa, hacer la cena y vestirse guapísima para cuando su esposo regresa.
Hunter no recibe mucha atención de su siempre ocupado marido, tal vez su actitud cambie cuando ella le comunique la noticia: está embarazada. Los padres de Ritchie organizan una cena para festejar, pero el estatus de Hunter como esposa trofeo, casi pieza del mobiliario, sólo se incrementa: claramente ella no les importa, solo les interesa lo que lleva dentro, “el futuro CEO de la empresa”.
Será el hastío, será la angustia, acaso un problema mental, pero Hunter empieza, ¿por qué no?, a meterse pequeños objetos no comestibles a la boca para luego tragarlos. Inicia con algo simple y hasta colorido: una canica roja. Fácil. Después Hunter buscará la canica en la taza del baño para, orgullosa, ponerla en una charola, como trofeo.
El reto se irá incrementando y más objetos llenarán la charola: a la canica le sigue una pila, un broche, ¿un candado?, ¿¡una tachuela!?
A medio camino entre el cine de horror corporal y la crítica a la alta sociedad norteamericana (imposible no ver en Hunter una versión de Betty Draper, la también esposa trofeo en la serie Mad Men) Carlo Mirabella-Davis entrega una perturbadora fábula feminista cuyo más agradecible característica es que no explica las acciones de su protagonista.
Y es que en gran parte de la crítica norteamericana encontró “exagerado” o incluso “caricaturesco” el hecho de que Hunter comiera tal variedad de objetos. Más allá de que dicho comportamiento es reconocido por los médicos como un trastorno alimentario (se le conoce como Pica), es obvio que el director busca en esto una metáfora sobre la pertenencia del cuerpo.
En algún momento, Hunter será perseguida por la familia de ricachones de su marido, en un desesperado esfuerzo por recuperar el bebé que lleva dentro (reminiscencias a Rosemary’s Baby), pero no será fácil, porque lo que inicia como un acto de rebeldía radical, da paso al crecimiento y transformación de esta esposa trofeo en una mujer que aprende aquella máxima feminista: mi cuerpo, mi decisión.