En alguna de las múltiples entrevistas que ha concedido Grant Morrison (guionista y escritor de cómics, responsable de una de las mejores historias de Supermán jamás escritas: All Star Superman) explica cómo fue que -finalmente- había entendido a Supermán como personaje de cómic.

“Supermán creció empacando heno en una granja. Va a trabajar, para un jefe, en una oficina. Se encapricha con andar con una chica. [...] Es una fantasía mucho más adulta que la que vende Batman [...] Superman tiene los mismos problemas que nosotros pero a gran escala. Si Superman pasea al perro, lo pasea por un cinturón de asteroides porque el can puede volar en el espacio. [...] Es un superhéroe de la clase trabajadora.”

Entender a Supermán. Ese ha sido el mayor reto de todo aquel que haya pretendido escribir un cómic o un guión para una película sobre el superhéroe más grande que han dado los cómics.

En 1978, el cineasta Richard Donner (bajo un guión de Tom Mankiewicz) lo intentó. Su mantra era la “verosimilitud”, es decir, que en todo momento el mito fuera creíble. Nos convenció de que un hombre podía volar, pero se traicionó en no más de una ocasión (eso de que Supermán puede hacer que el tiempo vaya en reversa es, por mucho, todo lo contrario a “verosimilitud”). No obstante, el carisma de Christopher Reeve y el gran manejo del espacio cinematográfico hicieron de Superman (1978), el plano sobre el cual se construyeron básicamente todas las películas del género hasta hoy día.

Bryan Singer intentó lo propio en 2006. Su Superman Returns (2006) no quiere ir adelante: camina con los zapatos de Donner mediante un guión (escrito con Singer mismo) que pretende ser una secuela de Superman II (1980). Temáticamente el resultado es desastroso, pero al menos entregó una secuencia de acción aún hoy insuperada: el rescate que hace Supermán (un Brendan Routh parecidísimo a Christopher Reeve) a un avión que va en picada.

Luego viene Zack Snyder, el director que menos ha entendido al personaje. Para Snyder, Supermán es un semidiós eternamente angustiado, cuyo rostro jamás muestra empatía, con el físico retacado de músculos exagerados mediante un traje de foam que lo hace ver siempre erguido e inexpresivo. Un Supermán que es incapaz de salvar a su propio padre, que destruye media Metrópolis en una pelea demente contra Zod (Michael Shanon, el único actor real en el set), y que nunca, jamás, parece disfrutar el hecho de ser Supermán ni de rescatar gente.

Snyder no entendió que Supermán es un inmigrante que a pesar de su poder no busca someternos sino ayudarnos. No es un dios, “porque los dioses son dictadores que hacen las reglas para los demás. Supermán en cambio, hace reglas para él mismo, para nuestro beneficio”. Lo anterior son palabras de Alan Moore, legendario escritor de cómics (Watchmen, V For Vendetta, From Hell) que junto con Morrison ha escrito de las mejores historias de Supermán.

“Si norteamérica tiene una leyenda comparable a los mitos eternos de la antigüedad, ése es Supermán”, concluye Moore.

Luego de ver Superman (2025), es claro que su director, James Gunn (Super, Guardians of the Galaxy, Suicide Squad) no solo entiende el mito de Supermán, sino que además le ha despojado del matiz oscuro que -tras el éxito de la trilogía de Batman de Nolan- Snyder y la propia Warner Brothers se empeñaron en contagiarle a un personaje que desde su concepción era “el sol alrededor del cual giran todos los superhéroes”.

La oscuridad no es para todos, pero mucho menos para Supermán, un personaje que entre otras cosas proyecta siempre esperanza y optimismo.

Los planos sobre los que se erige esta nueva cinta son al menos dos: el ya mencionado Superman: All Star de Grant Morrison -donde vemos a un Supermán en sus últimos días de existencia- y Superman: Peace on Earth, cómic donde Supermán se da a la tarea de acabar con la hambruna, al tiempo que se enfrenta a dictadores que no lo quieren ver ayudando gente en sus territorios.

Gunn confía demasiado en su audiencia. Confía en que todo mundo sabe el origen del héroe, y por ello inicia a media res, con un Supermán que lleva tres años en activo y que, al iniciar la cinta, lo vemos derrotado por un nuevo villano en turno. El director se da el lujo de hacer algo que usualmente no sucede en el cine basado en cómics: la mayoría del tiempo muestra en lugar de explicar (aprende, Nolan). Claro, la película no está exenta de diálogos de exposición, pero la mayoría de las veces Gunn omitirá las explicaciones y preferirá que las imágenes hablen por sí solas.

Con el mismo ritmo vertiginoso, conocemos al nuevo Lex Luthor (sensacional Nicholas Hoult) quien lleva años planeando cómo derrotar a Supermán y parece estar a punto de lograrlo. El plan del millonario empresario (referencias ¿a Bezos?, ¿a Musk?) no implica únicamente fuerza, sino que recurre a otra arma no menos ominosa: sembrar miedo sobre las verdaderas intenciones del kryptoniano mediante una campaña de odio en redes sociales. Luthor insiste en que la condición de inmigrante del kryptoniano hace necesario no solo controlarlo, sino incluso encarcelarlo, y tal vez aniquilarlo. Cualquier alusión a las redadas del ICE es mera coincidencia.

Plena en escenas de acción (incluyendo el ataque de un Kaiju a Metrópolis, secuencia que, si bien puede ser gratuita, está llena de buen humor), la mejor secuencia de la película es una que no tiene monstruos, no tiene CGI, no hay batallas y donde solo están a cuadro Lois Lane (Rachel Brosnahan) y Clark Kent (David Corenswet). Se trata de la entrevista que una muy ruda Louis Lane le hace a Supermán (que no Clark Kent).

Con esa secuencia, Gunn establece por completo el tono de la película. Louis no es más una dama en peligro, o simplemente “la novia de Supermán”. Se trata de una combativa reportera que (en sus propias palabras) debe “cuestionar al poder” y que como tal, es justo que haga las

preguntas incómodas a Supermán sobre su actuar en una guerra entre dos países del este europeo que ha desatado una crisis política.

Con clara referencia al conflicto Israel - Palestina, a Gunn no le tiembla la mano para poner temas políticos por en medio de todo el guión (escrito por él mismo). Esto podría leerse como una provocación, pero también tiene justificación en el origen del personaje: Supermán es héroe de la clase trabajadora. En sus inicios combatía a políticos y empresarios corruptos que tomaban ventaja de la población. Supermán siempre ha sido un campeón de los débiles, un luchador social nato. Antes de lo “woke”, Supermán ya luchaba contra la xenofobia, el racismo, y los totalitarismos (ayudó a la caída del Ku Kux Klan y en un cómic llevaba a Hitler a juicio).

El Supermán de Gunn no sabe de política, pero sabe que no puede simplemente quedarse cruzado de brazos mientras hay niños a punto de morir en la línea de fuego. Y aunque estos temas hacen de Superman una de las cintas más maduras del género, Gunn no aprieta el acelerador por esa vía: quiere una película ligera, amena, divertida, pero que no engañe nunca al espectador, dejando siempre en claro el dilema moral del héroe.

David Corenswet es Superman, su mirada irradia empatía, su físico se ve real, su traje no es un corset de músculos falsos sino uno al que se le notan los pliegues de la tela cuando vuela, flexiona, y golpea. Este es un Supermán que ensucia su traje, que sigue adelante no importando lo difícil de la situación, un Supermán que evita a toda costa los daños colaterales, un Supermán para el cual toda forma de vida es importante, así se trate de un niño en medio de una estúpida guerra, o de una pequeña ardilla a punto de ser aplastada.

Pero hasta Supermán es falible en su propia cinta. Krypto le roba la película a cada escena en que aparece el adorable can. Y cuando no es el perrito quien atrapa la atención del público es entonces el villano, un Lex Luthor megalómano que lo mismo utiliza alta tecnología que la más sucia estrategia política para derrotar al kryptoniano, haciendo alianzas con dictadores, cabildeando con funcionarios.

Superman regresa los colores brillantes a las cintas de superhéroes, regresa la diversión inherente de ver seres volar con capas atadas al cuello, el gozo de ver al héroe salvar a aquel en peligro y derrotar al malvado. Es simple, pero el cine de superhéroes se ha complicado tanto, se ha creído tanto su propio mito que una película como esta no solo es una bocanada de aire fresco, es literal una línea de vida para un género que comenzaba a dar insistentes signos de hartazgo. Ser un superhéroe significa algo otra vez.

Gunn no puede evitar las servidumbres del género: todo terminará con una batalla final, como prácticamente todas las cintas del género. En todo caso agrega un elemento más: un monólogo donde el héroe expone a Luthor las verdaderas razones de su derrota: el ancla moral de Supermán es mucho más poderosa que las maquinaciones del héroe, quien ahora se asume más como humano que como extraterrestre.

A pesar de su pasado como arquitecto del MCU, el director no recurre a los viejos trucos de sus antiguos patrones: esto no es un trailer de dos horas sobre otra película que se estrenará en el futuro. Las escenas post-créditos no son lo más interesante de la cinta. El humor es una constante, pero no una muletilla para ocultar la falta de ideas. Esto no es Marvel, y eso es una gran noticia.

La cinta podrá no gustar a muchos, pero el odio que ha provocado en varios (snyder liebers, trumpistas, y críticos upper lip que no manchan su plumaje con este tipo de películas) en realidad es su mejor elogio.

Y es que si esta película ha provocado la ira de los trumpistas, algunos influencers y de la cadena Fox News, es porque algo está haciendo bien.

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