Si en una película el director es dios, entonces en esta cinta estamos ante un dios muy cruel.

Se trata de Sirât (España, Francia, 2025), la nueva cinta del gallego nacido en París, Oliver Laxe (cintas previas ‘Mimosas’, ganadora de la Semana de la Crítica en Cannes 2016, y ‘Fire Will Come’, presentada en el Un Cierran Regard, 2019), ganadora en Cannes en las categorías de Mejor Soundtrack, Premio del Jurado y el “Palm Dog”, para Pipa y Lupita, las dos perritas que salen en la película.

Un epígrafe al principio de la cinta nos explica que, en la tradición islámica, Sirât es un puente que se extiende sobre el infierno y va conecta con el paraíso. Según indica la tradición, todo ser humano debe cruzar ese puente: los virtuosos lo harán con facilidad, los pecadores podrían caer al infierno desde él.

El inicio es poderoso gracias a la música electrónica (del género ‘trance’, según entiendo) que de inmediato inunda la sala y hace vibrar las bocinas. Estamos en medio de un rave en el desierto de Marruecos, la cámara (a cargo de Mauro Herce), recorre a la pintoresca audiencia (en su mayoría jóvenes) que bailan al ritmo frenético de la música.

De la nada aparece un par de personajes que contrastan con el común del público: un hombre maduro, Luis (Sergi López), se abre paso entre la multitud junto con Esteban (Bruno Núñez), su hijo preadolescente. Ambos están repartiendo un volante entre los asistentes y preguntando por la hija de Luis, una raver desaparecida.

Nadie reconoce a la chica de la foto, pero un grupo de jóvenes que habla español le dice a Luis que habrá otra fiesta más hacia el sur, “a lo mejor ella está ahí”.

Luego de cierta resistencia inicial, el grupo permite a Luis y su hijo (y su perrita, ¡Pipa!) que los sigan hacia este lugar misterioso para, con un poco de suerte, finalmente encontrar a su hija.

Durante toda la cinta es imposible no pensar en Mad Max: Fury Road (Miller, 2015). Ahí va este par de enormes campers seguidos por esta pequeña camioneta en medio del desierto, levantando el polvo, batallando por un poco de gasolina, y con música de fondo mientras se adentran hacia el misterio.

Como lo anticiparon los ravers, la camioneta de Luis apenas y puede seguirles el paso, y en no pocas ocasiones resulta casi inútil para cruzar ciertos caminos. Es aquí donde viene la primera duda, ¿será que los jóvenes ayudarán a este hombre para seguir en su búsqueda o lo dejarán varado a su suerte?

Pero ese es apenas el primero de muchos momentos incómodos, todos ellos perfectamente construidos en medio de una atmósfera ominosa donde lo mismo el sonido de los motores o de las bocinas viejas nos ponen en un ambiente por momentos lúgubre.

Sin previo aviso más allá de las atmósferas, el dios de esta película (que también es guionista junto con Santiago Fillol) desatan su furia en una escena tan cruel como inesperada. Pero la cosa no parará ahí, al contrario, la angustia se irá incrementando junto con la incertidumbre por lo que viene. Lo que empezó como un viaje que parecía bañado de una buena onda casi hippie, descubre su verdadero rostro: esto es, inevitablemente, un viaje hacia el infierno.

Oliver Laxe tiene una capacidad notable para llevar su relato justo al borde del shock value, sin caer en la provocación gratuita ni tampoco en la vil caricatura absurda. Sus decisiones, aunque rudas, tienen una razón de ser que va siempre alineada al título de la cinta. Laxe quiere que su público piense sobre la muerte, sobre el destino, sobre la fatalidad, sobre la vida en un planeta que constantemente parece estar al filo de una nueva guerra mundial.

¿Cómo se cruza ese desierto sin caer en el abismo?, ¿acaso eso es posible?

La cinta no puede negar en todo momento sus raíces en el cine de George Miller pero tampoco en el de William Friedkin (o si se quiere, en su caso, en el de Clouzot). El espíritu de cintas como Sorcerer (1977) está embebido en el ADN de esta cinta que no teme a la rudeza (nunca innecesaria) frente al espectador.

En algún momento de la cinta, uno de los personajes camina en medio de un campo lleno de trampas y logra llegar al otro lado. ¿Cómo lo hiciste?, le preguntan, y él responde: “lo hice sin pensar”. Es algo que tal vez el director diría sobre esta cinta, quien cruza el desierto para llevarnos a un lugar oscuro, perturbador, lleno de dudas existenciales y de música electrónica que hace imposible no querer bailar. Bailar en el abismo.

Sirât se exhibe esta semana en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia.

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