La nueva entrega del cineasta de origen chileno Sebastián Silva, Rotting in the Sun (México, USA, 2023) es un filme que desafía toda clasificación, una película en constante metamorfosis: lo mismo es un thriller que una comedia negrísima que una cinta semi porno gay, o incluso una galería de memes.
Lo sorprendente es que en ninguno de estos saltos mortales (que incluyen cambios constantes en la fotografía y en la atmósfera de la película) Sebastián Silva pierde foco u objetivo. Es una cinta que le exige mucho al espectador pero que al tiempo lo recompensa con una experiencia absolutamente gratificante, producto de esta capacidad de mutación constante que presume el realizador chileno.
Sebastián (Silva interpretándose a sí mismo) es un cineasta y artista gráfico que vive en un departamento/estudio/cuarto a medio demoler en la colonia Roma de la CDMX. Sebastián se encuentra deprimido, padece de bloqueo creativo, no sabe cuál será su siguiente obra. No encuentra paz ni en su propia casa, donde intenta -sin éxito- leer a Ciorán (para documentar su optimismo, supongo), y es que el edificio se encuentra en remodelación por lo que el ruido es constante. Ni siquiera en las drogas (coca, keta, poppers, de las cuales es asiduo usuario) encuentra paz. Sebastián piensa que morirse sería lo mejor.
Su amigo y casero, Mateo (Mateo Riestra), trata de bajarle a su drama: “si te vas a matar mátate, pero mejor vete de vacaciones”. Siguiendo la recomendación de su amigo, Sebastián se va a una playa nudista gay en Zicatela, pero incluso ahí la atmósfera resulta hostil: Sebastián quiere seguir leyendo tranquilo su libro de Ciorán pero alrededor todo es sexo, drogas y penes al aire que no lo dejan en paz.
Es ahí donde Sebastián conoce a Jordan Firstman (influencer y personalidad del internet interpretado por él mismo) quien se declara fan de sus películas y le propone trabajar juntos en un programa de televisión que está produciendo.
Hasta el momento la cinta resulta sórdida y sin rumbo claro. La cámara a cargo de Gabriel Díaz juega al cine documental, no sabe quedarse fija mientras que el diseño sonoro nos tortura como al propio Sebastián con el sonido constante de la construcción, de la calle, los autos, los aviones.
Estamos a punto de ver nuestros celulares, incluso de abandonar la cinta, cuando sin previo aviso la película da un giro inesperado y todo cambia. Lo que por un momento parecía una tediosa historia de whitexicans de la Roma se transforma -sin previo aviso- en una acezante cinta de suspenso que pone en jaque a todos los personajes y también a nosotros, el sorprendido público que ahora no puede abandonar ni un minuto la pantalla preguntándose ¿cómo van a salir de esto?
La habilidad de Sabastián Silva para hacer de este artefacto engañosamente irregular una cinta auténticamente sorprendente, alejada de todo cliché, imposible de descifrar en sus primeros movimientos y compulsivamente visible, solo se compara con la gran descripción que hace del círculo Roma-Condesa chilango.
Esta gentrificada colonia, que sigue presumiendo de ser destino favorito de los nómadas digitales y de todo aquel que se quiera hacer pasar por artista cool, es retratada mediante una lente implacable que la muestra como una colonia infestada de posers wanna be, de una supuesta subcultura de artistas que no van más allá de ser influencers snobs tan ridículos como insoportables, que viven en departamentos que los emulan por completo: en la fachada se ven bien, pero por dentro son pocilgas en eterna remodelación.
Desconozco si Sebastián Silva ha vivido en esa colonia, pero la sorna con la que los describe (y lo atinado que es la mayoría de las veces) resulta absolutamente divertida.
El ingrediente final, el que parece insignificante, es el que termina cerrando perfectamente esta hilarante comedia negra: la tímida y juzgona criada, la señora Vero (Catalina Saavedra, repitiendo en cierta forma su papel en La Nana, 2009), cuya presencia subraya el absurdo que nos rodea, un mundo de influencers donde todos hablan, pero nadie realmente escucha.