El constante y abrupto viaje en el tiempo, la mirada que insiste en volver al pasado, la existencia de multiversos, realidades alternas donde nuestras decisiones fueron otras, nuestras parejas son otras, nuestra vida es otra.
Ese permanente estado de ensoñación -casi existencialista- cala de principio a fin en Past Lives(EUA, Corea del Sur, 2023), la sorprendente ópera prima de la cineasta de origen coreano, Celine Song, quien está nominada al Oscar por mejor película y mejor guión.
En este sensible y en apariencia sencillo drama romántico, la historia de dos personas que nunca se declararon su amor (pero que tampoco han decretado olvido), genera toda una serie de preguntas a la cual más incómoda: ¿qué hubiera pasado si le declaraba mi amor a esa persona?, ¿quién sería mi pareja si las circunstancias fueran otras?, ¿elegí bien o debí quedarme con alguien del pasado?
La película inicia con un breve prólogo: tres personas (un hombre y una mujer de rasgos asiáticos junto con un tercer tipo, claramente norteamericano) platican en la barra de un bar. A lo lejos (y sin que los veamos), un par de voces se preguntan qué pasa ahí: ¿los asiáticos son pareja y el gringo es amigo?, ¿o acaso ella es pareja del norteamericano pero claramente le gusta más el asiático?, ¿están viendo el inicio de una ruptura?
Con un abrupto corte, la directora nos lleva al primer viaje en el tiempo, 24 años antes. En Corea, la pequeña Na Young (Seung-ah Moon), de 12 años, es la mejor amiga de Hae Sung (Seung-min Yim), quien claramente está enamorado de ella. El problema es que Na, junto con su familia, emigrarán a Canadá, por lo que ya no podrán verse. Las razones de tan radical decisión son claras para la pequeña de 12 años: “nadie en Corea ha ganado un Nobel”.
De nuevo un corte abrupto, otro salto en el tiempo. Doce años adelante, Na Young ha cambiado su nombre por Nora (Greta Lee), ahora es una dramaturga que aspira al Pulitzer. Revisando el internet descubre que el chamaquito con el que jugaba, sonreía y lloraba hace doce años lo ha estado buscando. Se reencuentran vía Skype, y descubre que el otrora pequeño Hae Sung (Teo Yoo) es ahora ingeniero y vive con su madre. Ambos inician una breve relación vía la red.
La extraordinaria cámara de Shabier Kirchner junto con el elegante diseño de producción de Grace Yun crean un montaje a ritmo lento sobre la relación de estos amantes reencontrados: el internet se congela, las pantallas son de baja resolución, cuando para uno es de día el otro está de noche. Es la historia de dos ciudades, de un Ying y Yang a partir de una relación que parecía trunca. Tal vez lo está. Nora se desespera, Hae no puede viajar a Nueva York y ella decide cortar de tajo.
La edición a cargo de Keith Fraase comienza a sentirse como guillotina. Viene de nuevo un corte abrupto y han pasado 12 años más. Nora está casada con Arthur (John Magaro), un escritor que conoció en Canadá. Finalmente Hae Sung se decide y viaja a Nueva York. El encuentro desata un alud de dudas: él claramente la sigue amando, ¿pero ella?, Arthur no quiere ser el inmaduro que no permita el encuentro con su esposa, ¿pero acaso no está dolido?, y ella, ¿está tan segura de sus elecciones como para no caer finalmente ante la duda sobre todo lo que pudo pasar con Hae Sung y que por tantos años ha frenado?
Con claras reminiscencias a Deseando Amar (Wong Kar-Wai, 2000) , Lost in Translation (2003), La La Land (Chazelle, 2016) y hasta homenajes inevitables al cine de Woody Allen (Manhattan, 1979), Celine Song construye un relato sin un ápice de cursilería, con un ritmo pausado pero en el que constantemente están sucediendo cosas, donde los actores deben trabajar con los silencios, las miradas, los gestos, con un lenguaje visual que insiste constantemente en la imagen reflejada como metáfora de las posibilidades a las que la cinta elude.
En algún momento, Nora le platica a su marido (y por ende a nosotros) de este término coreano (el In-Yun) que alude a las vidas pasadas de dos amantes que en algún momento parecen extraños pero que en otra realidad tal vez fueron pareja. “Cuando dos personas se casan, en su historia han pasado 800 In-Yun”. El multiverso deja de ser exclusivo de historias de superhéroes, siempre ha sido antes un recurso de las historias de amor.
Resulta extraordinario como este universo de sentimientos se desdobla frente a nuestros ojos mediante recursos tan simples como el encuadre, las tomas generales, el paneo pausadísimo de la cámara que no hace sino otorgar una importancia superior a cosas en apariencia mundanas: un abrazo, una plática en un bar, una mirada, una llamada por internet. Hay un regocijo de la cámara por los pequeños detalles así como por la arquitectura que rodea a estos amantes: los edificios, los juegos en el parque, las esculturas urbanas. La ciudad abraza la historia inconclusa de nuestros protagonistas.
En todo este viaje, se atisba también el universo del migrante. “Dejas algo y ganas algo” dice la mamá de Nora antes de iniciar su viaje a Canadá. Eso será cierto en más de un modo para su hija, quien dice encontrar “demasiado Coreano” a su amigo de la infancia. “Eres de las que se va”, le espeta en algún momento Hae Sung a Nora, y no parece que sea un reclamo sobre el abandono, sino en la condición de cambio constante en los migrantes, que al igual que los amantes (Sabines dixit) son los que buscan, los que abandonan, los que cambian, los que no encuentran, que no han de quedarse, y los que -agregaría Celine Song- son los que no saben de olvido.