Lo verdaderamente sorprendente con Mission Impossible: The Final Reckoning (USA, Reino Unido, 2025) es lo consistentemente mala que es. Parece que la verdadera misión es destruir el legado de una de las sagas de acción más sólidas -cuasi perfectas- en la historia del cine.

Y considero aquí una aclaración pertinente: en este espacio no somos de los que creen que el cine de acción es un cine menor. Al contrario, es en el cine de acción (y en el de terror) donde usualmente nacen nuevas formas de narrar. Buster Keaton demostró que el cine de acción encierra no sólo arte narrativo sino una fuerte dosis de valentía al poner el cuerpo y la integridad física por debajo del entretenimiento.

Y en ese sentido no se puede sino reconocer a Tom Cruise como un heredero de Buster Keaton, llevando la valentía de este último a niveles de paroxismo que solo nos demuestran una cosa: Cruise está dispuesto a dar la vida por entretenernos y por el cine mismo.

El dolor que provoca el desastre de The Final Reckoning se hace mayor cuando recordamos las palabras de Steven Spielberg respecto a la necedad de Tom Cruise de no ceder a las presiones económicas de pandemia y resistirse a un estreno digital de Top Gun: Maverick (2022): “Tom Cruise ha salvado al cine”.

Y es que Cruise es un acólito del cine y de su templo, que es la gran sala y su enorme pantalla. El hombre de 62 años y unos 7,000 millones en taquilla, no hace cine pensando en que su destino final será el streaming o la pantalla de un celular. Lo suyo es la grandilocuencia, la altisonancia, el gran espectáculo que exige no abrazar lo digital como quien abraza un paracaídas: Cruise se lanzará de un precipicio, se amarrará a un avión, escalará el edificio más alto del mundo, no solo por que es su trabajo, sino porque cada escena de acción es una declaración de guerra al cine digital, al CGI, al cine que se resuelve en una computadora y no en el calor de la locación.

Por eso no sorprende que el último gran enemigo de Ethan Hunt sea una inteligencia artificial que ha tomado el control del internet, que crea fanáticos en línea y que sigilosamente va secuestrando las armas nucleares de las superpotencias del orbe.

El tamaño del legado de Misión Imposible exigía un final apoteósico, la suma de todo lo conseguido y aprendido en casi treinta años de cintas de acción. Pero hay muy poco de ello en esta última entrega.

Misión Imposible: Sentencia Final, es la sumatoria de todo lo que no se debe de hacer, ya no digamos en el cine de acción, sino en una película en general: son casi tres horas de diálogos de exposición que solo se ven interrumpidos un par de veces, justo en las escenas de acción más importantes de las cuales una resulta absurdamente aburrida.

Casi tres horas donde todos los personajes están ansiosos por explicarnos la película: nos la explica Hunt (Cruise), nos la explica Luther (Ving Rhames, ¿en qué momento su personaje se convirtió en poeta?), la explica el malo (Esai Morales, cuyo personaje se saca más bombas de la manga que el mismísimo Dinamitero Loco en las caricaturas de La Pantera Rosa) y hasta el mismísimo Chat GPT del infierno nos explica de qué va todo esto. No hay vuelta de hoja: esta es la película peor escrita de la saga.

Basta solo echarle un pequeño vistazo a Ghost Protocol (Bird, 2011), donde la mayoría de las escenas de acción carece de exposición e incluso de diálogos. Al fin y al cabo entrenado en el mundo de la animación, el director Brad Bird prefiere mostrar en vez de explicar, la ruta contraria de Final Reckoning.

Pero si el aburrimiento inherente de tantas horas de explicaciones (para que al final ni entendamos nada) es que además todo está cubierto por un halo de solemnidad insoportable. ¡Solemnidad!, el ingrediente más escaso en una saga que en el fondo no se tomaba sus tramas tan en serio, es ahora un componente peligrosamente abundante. La solemnidad de esta cinta la convierte en algo tan interesante y divertido como un sermón de domingo.

Irónicamente, los momentos menos aburridos (y en una de esas mejor logrados) son aquellos donde se involucra la política. El guionista Erik Jendresen parece mandar algunos pequeños dardos a la administración Trump “Nos quiere divididos”, la presidenta es mujer afrodescendiente (Angela Basset, en una clara alusión a Kamala Harris), y la mayoría de las decisiones las toma en una sala que parece salida de Dr. Strangelove (Kubrick, 1964)

El clavo que cierra el ataúd es la falta de humor. Simon Pegg usualmente era el encargado de ese departamento, pero el mismo Cruise ha protagonizado muchos momentos de humor en la saga, haciendo énfasis en su cualidad de humano falible, una especie de heredero del John McClane de Bruce Willis en Die Hard (McTiernan, 1988). Pero aquí no hay cabida para el humor. Apenas uno que otro chistorete para despertarnos del sopor de tantos diálogos aburridos y mal escritos.

Así pues, el hastío se apodera rápidamente de nosotros y cuando finalmente llegan las muy publicitadas escenas de acción, el daño está hecho: el destino de Ethan Hunt no podría importarnos menos.

Técnicamente ambas secuencias son impresionantes. En la primera Cruise bucea al interior de un submarino a punto de colapsar, es una escena larga y sin diálogos (¡bendito dios!) pero a la postre monótona y hasta tediosa. No hay sensación de peligro, y no la hay justo por la hora anterior de diálogos de exposición que desespera y provoca total falta de interés en lo que estamos viendo.

La otra escena ya la conocen, la de los aviones. Finalmente algo parecido a Misión Imposible inunda la gran pantalla IMAX, finalmente hay algo de emoción, pero de nueva cuenta, la cosa no es tan impactante como en las otras películas. Es tal el sopor que todo el numerito nos ha provocado que esto no deja de ser admirable, pero difícilmente es emocionante.

Tom Cruise merecería morir en esta cinta, pero la valentía tampoco está presente en el guión. Durante las tres horas de metraje, el libreto insiste de una y mil formas en recordarnos las películas anteriores, ya sea mediante flashbacks, o literalmente trayendo de regreso a personajes del pasado. Toda esta remembranza está metida con calzador, y más bien parece un resabio de Avengers: Endgame (Russo’s, 2019). Esto no es sino una derrota más. La saga no necesitaba este tipo de condescendencias, de ecos a los multiversos, y por más que se empeñen en convencernos de que todas las películas de la saga tenían un hilo conductor que nos lleva a esta última, sabemos que es algo tan ridículo como innecesario. Es un esfuerzo que no suma nada y si quita mucho tiempo en más y más diálogos.

Resulta difícil describir el nivel de frustración que esta película provoca, sobre todo cuando se han visto las siete cintas anteriores, de la cual hasta el momento solo la segunda entrega podría catalogarse como la peor. Ahora es la segunda peor.

Es frustrante y extraño porque las mismas personas encargadas de la película anterior - Mission Impossible: Dead Reckoning, 2023- son las mismas personas encargadas de esta. No logro entender cómo pasaron de una película fenomenal, llena de humor y acción a mil por hora, a sumergirnos en esta bóveda llena de aburrimiento, solemnidad y condescendencia.

Solo queda la esperanza de que, como en la saga Bond de Craig, se den cuenta de lo ocurrido y regresen para hacer un mejor final.

Lo merece Cruise.

Lo merecemos nosotros.

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