El mundo está harto de los dinosaurios. En su momento fueron la gran cosa, la gran atracción, la gente hacía filas para verlos, abarrotaba los museos, las empresas hacían campañas para subirse al tren de los dinosaurios. Pero luego nos empezamos a aburrir. Aquellos otrora imponentes gigantes se volvieron cosa común, parte del paisaje, una aberración que dejó de provocar interés. Y empezaron a morir… otra vez. Dicen que es el clima, que los nuevos tiempos no les vienen bien. Puedes ver cómo escapan del zoológico y mueren en el camino hacia ningún lugar, dejando sus enormes cuerpos tirados en medio de una autopista. Los gigantes que antes causaban asombro, hoy son un estorbo en nuestro camino a la oficina.

Así inicia Jurassic World: Rebirth (Malta, Canadá, EU., 2025), la séptima entrega de la saga que comenzó en 1993 con la siempre asombrosa y nunca igualable Jurassic Park (Spielberg).

Este inicio es juguetonamente ambiguo: cuando la película habla de los dinosaurios y la falta de interés que provocan, ¿está hablando del cine?, ¿está hablando de la saga misma?, ¿el cine es como este moribundo dinosaurio al que ya nadie le importa?

Pero si los dinosaurios ya no le interesan a nadie entonces ¿por qué estamos aquí otra vez? Esta es la séptima vez que los siempre necios humanos insisten en regresar a la isla donde están los dinosaurios y los pretextos para ello son cada vez son más elaborados o de plano ridículos.

Esta vez, admito, el pretexto suena bien: una poderosa empresa farmacéutica cree tener la cura para no sé qué enfermedad, pero necesitan una muestra de sangre de tres dinosaurios, uno terrestre, otro marino, y otro volador. Para esta misión, la farmacéutica (a través del maquiavélico Rupert Friend) contrata al equipo ideal para tan titánica tarea.

Primero tenemos a Scarlett, una ex militar, mercenaria, que al parecer solo hace las cosas por dinero. Ella será la líder del grupo, ¿y cómo no?, es capaz, tiene la experiencia, y porta una hermosa sonrisa que no tendrá pudor en mostrarnos una y otra vez. Ella es el sueño húmedo de todo fan de Lara Croft.

Luego tenemos a Mahershala Alli, todo un cliché con pies: el típico marinero con un pasado trágico, de boina negra y camisa floreada. Lo suyo es mera presencia y poca actuación. El embodiment de quien nomás llega a la oficina para cobrar el cheque.

Jonathan Bailey hace una pausa en Wicked para estacionarse en otro monstruo. Y sucede lo mismo que con Mahershala: lo suyo es pura presencia, puro fan service. Él interpreta a un paleontólogo muy estudioso, único al que sí le interesan los dinosaurios, tanto que presume haber estudiado con el mismísimo Alan Grant, uno de los tantos guiños a la película original.

Y si no menciono a los otros miembros del equipo es porque (ups!, spoiler) morirán pronto. Qué triste.

Con un guión de David Koeep (guionista de la película original), la película se desarrolla con la estructura de un videojuego: tres misiones, una en el mar, otra en el aire y otra en tierra firme. Pero tu princesa no vive en ese castillo (¿vieron lo que hice ahí?), y es que luego de superar esos niveles, nuestros héroes se enfrentarán al jefe máximo, uno dinosaurio deforme y enorme que, acepto, da mucho miedo.

El miedo es la clave, y si el guión de Koepp no es precisamente solvente en el trazado de los personajes humanos, sí lo es en las situaciones donde los enfrenta con los diferentes dinosaurios (al fin al cabo eso es lo que nos importa, no si Mahershala perdió un hijo antes de unirse a la misión). El disfrute no está en la trama pues, está en descubrir una a una las múltiples referencias que hace la película: Tiburón, King Kong, Indiana Jones, Alien, y claro, a la Jurassic Park original.

No sin un dejo de forzar las cosas, el guión de Koepp introduce a medio camino a una familia cuyo padre (Pedro Páramo himself, Manuel García-Rulfo) tiene la estúpida idea de llevar a su familia a navegar en un pequeño velero justo a la zona donde (se sabe) hay dinosaurios. Eventualmente estos civiles se encontrarán con nuestros héroes y vivirán el peor fin de semana de su vida. No importa, la cosa es que hubiera niños en los personajes porque el fin último de Jurassic World: Rebirth es hacer constante homenaje a la cinta de 1993.

Habría que admitir que los dinosaurios aquí importan más que los humanos, y eso me parece que está muy bien, toda vez que aquí, a diferencia de las cintas anteriores, el director Gareth Edwards les da trato no de bestias sino de absolutos monstruos.

Congruente a sus obsesiones (Monsters, Godzilla, y una Rogue One que no solo reinventó Star Wars sino que nos mostró a un Darth Vader absolutamente monstruoso), Edwards se divierte creando escenarios de terror donde los dinosaurios son más que bestias salvajes y los convierte en monstruos que al parecer han visto mucho cine y por ello atacan de esas formas tan espectaculares.

Jurassic World: Rebirth es una entrega regular de la saga, pero superior si se le piensa como una película de monstruos.

No puedo negar que me divertí con el juego de referencias, con cada enfrentamiento con los dinosaurios, e incluso con las múltiples alusiones a la película original de Spielberg. Pero todo dejo de emoción se desvanece en el aquel limbo donde las películas regulares pero divertidas van a morir: en ese espacio que separa los créditos finales del estacionamiento del cine. Luego de eso nadie se acordará de esta película.

Si lo mismo le pasa al cine, si la gente deja de ir a las salas, si la gente prefiere ahorrarse el tráfico y ver cosas en la televisión, será no en menor medida por películas como esta: divertidas, pero olvidables.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios