Glass Onion: A Knives Out Mystery (USA,2022), es de esas secuelas que no se esconden tras una supuesta necesidad de una trama que se desdobla en varias entregas. Aquí lo que rige son las simples matemáticas: si la primera fue exitosa, hagamos otra. Más cara. Listo.
La fórmula ahí está, pero lo cierto es que los ingredientes no son de la misma calidad. Digo, no tengo nada contra Dave Bautista, Leslie Odom Jr. o Kathryn Hahn, pero vamos, al compararlos con Ana de Armas, Jamie Lee Curtis, Tony Collette, Michael Shannon y Christopher Plummer, es claro que definitivamente estamos en ligas menores.
Afortunadamente, el ingrediente primordial está de regreso. Daniel Craig continúa en esa intensa carrera hacia el lado opuesto al de James Bond. Y es que, con la insistencia de quien se rasca una urticaria, Daniel Craig no desaprovecha toda oportunidad para alejarse de los trajes elegantes, los autos lujosos y el porte ultra masculino del agente inglés. Si en Casino Royale (2006) lo vimos emerger de entre las olas en un diminuto traje de baño, cual dios de los siete mares, aquí lo vemos metido en una alberca, con todo y camisa puesta, dándole sorbitos a un trago que sostiene con ambas manos.
Craig es un gran actor, pero su fortaleza radica en jamás tomarse en serio.
Y esa fortaleza la permea a esta cinta. Glass Onion tiene todo lo que se podía esperar de una secuela de Knives Out (todo menos la presencia de Ana de Armas, y vaya que se le extraña): personajes extravagantes, misterio, asesinato, giros de tuerca y un final inesperado.
El ingrediente extra lo otorga la sátira (poquita, como para que todos entiendan el chiste pero nadie se nos ofenda) presente en el guión y en las diferentes profesiones de todos los personajes.
Todo inicia con un juego. Miles Brown (Edward Norton) es un excéntrico y petulante multimillonario de la industria de la tecnología (¿alguien dijo Elon Musk?) que invita a un grupo de mejores amigos a pasar un fin de semana en su isla privada para “resolver el misterio de su propio asesinato”. Se trata de un juego de rol llevado al extremo y que sólo deja en claro cuán aburridos pueden ser los millonarios cuando ya no saben ni en qué gastar su dinero.
La opulencia de este personaje le da licencia al guión para exagerarlo todo: el hombre posee la guitarra de Paul McCartney con la que escribió Black Bird, tiene un piano que perteneció a Liberace, su casa es una caja de cristal gigante con un domo en forma de cebolla, y para acabar de rizar el rizo, al centro de la sala está la Mona Lisa, no una copia, sino la verdadera Mona Lisa, al fin que el Louvre estaba cerrado por la pandemia y los franceses (necesitados de dinero) accedieron a rentarle la pintura por unos días. Cosas de ricos, ya saben.
Al lugar arriban una serie de personajes por demás variopintos: una ícono de la moda (Kate Hudson), un científico (Leslie Odom Jr.), un influencer de Twitch que ama las armas (Dave Bautista), la gobernadora de Connecticut (Kathryn Hahn). Estos arquetipos son acompañados por la novia de Bautista (Madelyn Cline) y la asistente de Kate Hudson (Jessica Henwick).
Todos ellos son “grandes amigos” del anfitrión - no obstante la notoria diferencia entre ellos-, pero hay dos personajes que resultan incómodos. Primero está Cassandra Brand (Janelle Monáe), antigua socia de Brown pero con la cual tuvo un serio conflicto legal (no debo explicar más), y el propio detective Benoit Blanc (Craig) quien nadie sabe por qué lo invitaron a esta fiesta.
Por supuesto, estamos frente a un clásico whodunit que abreva de la obra de Agatha Christie, que si bien resulta visible y hasta divertido es gracias al guión del propio Rian Johnson, mismo que es generoso con las vueltas de tuerca y que, a medio camino, se las ingenia para “reiniciar” la película y básicamente contarla dos veces.
Uno se queda no por el misterio ni por los giros, uno se queda para ver a Daniel Craig, quien con su simpático acento sureño y sus manierismos impostados resulta en el único personaje con el cual simpatizamos. Será acaso porque es evidente que Craig auténticamente se divierte mucho interpretando a este infalible detective.
El único que está a la altura de Craig en cuanto a actuación es Janelle Monáe, quien al inicio parece que está ahí solo de relleno pero que rumbo a la segunda mitad se revela como un personaje interesante y cuya actuación no desmerece frente al propio 007.
Pero una vez que se acaban los giros de tuerca, la fiesta deja de ser interesante, si acaso un poquito frustrante rumbo a un final algo seco. A diferencia de las cebollas, a esta cinta le faltan capas aunque no le falta diversión.
Este es el cine que mejor le sale a Rian Johnson, uno sin muchas ambiciones pero bien armado, con un guión divertido y muchos giros de tuerca. No dudo pues que venga una tercera o cuarta partes. Prefiero que Johnson se mantenga entretenido con este juguete y nunca más se dé un paseo por la saga de Star Wars. Con una vez fue más que suficiente.