Tres palabras describen a la perfección F1 Movie (US, 2025) y esas son: velocidad, velocidad, velocidad.
Luego de salvar al cine de las garras de la pandemia (según palabras del mismísimo Steven Spielberg) con la exitosísima Top Gun: Maverick (2022), el realizador Joseph Kosinski regresa a los terrenos de la masculinidad absoluta, de la velocidad vertiginosa y del dominio del hombre (muy hombre) sobre la máquina y las leyes de la física.
F1, la película, es un espectáculo avasallador que está hecho para verse en la pantalla más grande y de mejor calidad de proyección que existe, o sea, en una pantalla IMAX. La sensación de velocidad, el ruido de los motores, el vértigo en las curvas, el peligro de los choques, todo ello se proyecta en la pantalla y retumba en nuestros ojos y nuestros oídos. Es imposible no rendirse ante el espectáculo.
Por que en esta cinta, el espectáculo no es la trama, no son los protagonistas, no es Brad Pitt: es la inmersiva cámara (a cargo de Claudio Miranda, el mismo de Top Gun: Maverick) que de alguna manera viaja fija en la cabina del piloto para contagiarnos con efectividad la velocidad de los autos, es la edición vertiginosa (a cargo de Stephen Mirrione) de emocionantes cortes directos, es el diseño sonoro (Lucy Bevan, Emily Brockmann) que inyecta emoción, es el machacante score (a cargo de Hans Zimmer), pero sobre todo es la enorme pantalla IMAX que nos sitúa en la primera línea de acción.
Lo anterior requiere espacio, una trama complicada estorbaría demasiado. La elección fue la correcta: una historia tan simple como predecible. Brad Pitt es Sonny Hayes, un veterano piloto que en su juventud corría en autos Fórmula Uno. Luego de un terrible accidente, se retira de las pistas, aunque no del todo porque sigue manejando: en el circuito Nascar, o incluso como taxista en Nueva York.
Ruben (Javier Bardem), un viejo amigo suyo (con el que corría en la F1), es ahora dueño de la peor escudería en la Fórmula Uno, por lo que le pide a su viejo colega que le ayude para convertirse en el coequipero del piloto que ya tienen fichado: un joven novato, piloto competente pero que está más preocupado por sus redes sociales que por lo que sucede en la pista.
Luego de pensárselo un poco (ya sabe usted, hay que hacerla siempre de emoción), Sonny accede, por lo que este “viejito” de 50 y tantos años entrará en colisión directa con su joven y antipático compañero.
Estamos pues en la clásica historia del “underdog”, del perdedor que se redimirá regresando a hacer lo que mejor sabe hacer. Y ya sabemos como acaba esta historia (la hemos visto mil veces).
El chiste de que Pitt es ya un anciano se torna en broma meta. Con 61 años a cuestas, el actor ya es tan veterano como su personaje, pero la cámara sigue absolutamente enamorado de él. Su rostro, no exento de arrugas, evoca a íconos de la masculinidad como Paul Newman o Steve McQueen.
Pitt es realeza Hollywoodense, y la cámara lo sabe, no hay momento en que no se vea bien, ya sea chocando un auto, ya sea echándose su cervecita, ya sea dolido por un malestar de espalda que lo obliga a quitarse la camisa y echarse a la tina. Toda la sala suspira. Gran cine, si a mi me lo preguntan.
Estamos frente a una típica película de papá, una cinta que exuda testosterona, que grita ¡HOMBRE! todo el tiempo. Tan masculina es, que las únicas mujeres que salen en la película son la mamá del piloto novato (“No me habías dicho que tu compañero era tan guapo”) y una mujer (una muy exacta Kerry Condon) que interpreta a una ingeniera (la única mujer ingeniera en la Fórmula Uno) pero que no obstante su inteligencia, caerá rendida con uno de los pilotos. Nadie la culpará por ello.
¿Hay mejores películas de automovilismo? Por supuesto, pero dudo mucho que alguna otra cinta le dé alcance a F1 en los terrenos del espectáculo. Estamos frente a una cinta evento que exige verse en una pantalla IMAX (hacerlo de otra forma sería ver una película mutilada).
Pero una vez que acabe su paso por las salas, será imposible recrear la experiencia. Se convertirá, en tiempo récord, en una película que perderá todo aquello que la hace efectiva, se volverá un objeto de memorabilia, el recuerdo de cuando veíamos el cine en pantallas enormes y en salas a oscuras. ¡Qué tiempos aquellos, Don Porfirio!