En su nuevo filme, el realizador cubano Pavel Giraud exhibe uno de los episodios totalitarios más oscuros en la historia de Cuba.
En A Clockwork Orange (1971), aquel clásico insuperable de Stanley Kubrick, Alexander DeLarge (icónico Malcolm McDowell) es un joven ultraviolento, sin oficio ni beneficio, que luego de robar, violar, golpear y asaltar la casa de una mujer, es enviado a la cárcel y sometido a un nuevo procedimiento - “el método Ludovico”- inventado por el gobierno y mediante el cual se “reprogramaría” la personalidad de Alex para pasar de este joven amante de la “ultraviolencia” a un ciudadano “normal” y “respetable” incapáz de matar a un insecto o incluso tocar siquiera con el pétalo de una rosa a una mujer.
Entre muchas otras cosas, Kubrick plantea en A Clockwork Orange una genial paradoja: ¿es válido someter de tal forma a un individuo, restringiendo su capacidad de libre albedrío así se trate de un criminal?
En todo caso, aquel procedimiento ficticio no es sino el sueño húmedo de cualquier estado totalitario que pretenda someter, dominar o “programar” a conveniencia a su población.
En su más reciente cinta documental, El Caso Padilla (España, Cuba, 2023), el cineasta de origen cubano y hoy avecindado en España, Pavel Giraud, nos presenta una historia donde justamente el régimen totalitario de Fidel Castro “reprograma” a un disidente, y para hacerlo no necesita de la tecnología moderna o de algún aparato de ciencia ficción, solo se requiere de la bota militar y apenas 38 días en una cárcel cubana.
El 20 de marzo de 1971, Fidel Castro ordenó la detención -bajo el cargo de ‘traidor a la patria’- del poeta cubano Heberto Padilla. Este delito se materializó, según el gobierno, en la publicación apenas un año atrás del libro Fuera de Juego, escrito por el propio Padilla y que incluso fue ganador del premio de poesía Julián del Casal.
Para el régimen, Fuera de Juego era un peligroso libelo, “anti revolucionario”, que osaba criticar el régimen posterior a la revolución por tener tintes de corte soviético. En la Cuba de aquel entonces, la gran pregunta que se hacían los intelectuales es si el nuevo régimen encabezado por Fidel Castro garantizaría la libertad de expresión, o si acaso se empezarían a reducir las libertades.
El caso Padilla contestó rápidamente esa pregunta, de una manera que raya entre lo cruel, lo surreal, y lo auténticamente monstruoso.
Después de estar encarcelado por 38 días, Padilla es puesto en libertad y de inmediato se convocó a una reunión urgente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) ya que el poeta haría unas declaraciones. Lo que se vivió esa noche fue un performance de terror: Padilla habló durante más de tres horas en un discurso que fue un mea culpa entre patético y horrorizante. El escritor se auto inculpó frente a toda la plana de escritores y artistas de Cuba, justificó su detención, agradeció la “generosidad” de la Revolución, y admitió que en efecto, sus poemas fueron “antirrevolucionarios”.
Emulando los largos y legendarios discursos de Fidel Castro, Padilla siguió hablando durante horas, sudando cada vez más profusamente, aunque siempre estructurado, directo, y sin titubeos. Pero la cosa no acabó ahí, luego de admitir su “traición”, Padilla empezó a repartir culpas entre sus compañeros y hasta contra su esposa (presente en el salón).
¿Qué habría pasado durante aquellos 38 días de prisión como para que Padilla saliera de ahí siendo una persona completamente diferente, aceptando burdamente los cargos que el gobierno le impuso y peor aún, acusando de lo mismo a la plana más importante de intelectuales cubanos?
¿Cómo hace un régimen para doblegar a un hombre de esa forma tan penosa como monstruosa? El “método Ludovico” cubano había demostrado su efectividad.
Aquella mítica sesión fue grabada en su totalidad por elementos del gobierno presentes en el lugar. Dicho material nunca se hizo público, aunque sí existía una transcripción que llegó a la comunidad intelectual internacional. Así es como los colegas de Padilla se enteraron del caso y lo condenaron rotundamente.
El director Pavel Giraud consigue el material completo en video, y luego de una agradecible edición, monta este documental donde no sólo vemos aquel proceso en el que Heberto Padilla se inmola frente a sus compañeros y esposa, sino que además completa la historia con testimonios de actores clave de la época: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y más.
El trabajo de Giraud no es menor: se sumerge en aquellas casi cuatro horas de ignominia para registrar en menos de 90 minutos esta infame historia del totalitarismo cubano. Las imágenes son perturbadoras, un hombre reconvertido, puesto de rodillas, obligado no sabemos cómo a negar su historia y su obra misma, poniendo flores donde antes puso dudas, describiendo al gobierno de Cuba como generoso y a la cárcel como un retiro primaveral.
Giraud además impregna ritmo y hasta cierta atmósfera de incertidumbre e incredulidad para quienes (como quien esto escribe) no conocíamos la historia. El pasmo y la sorpresa son absolutos. Con este documental, Giraud hace un retrato luminoso ya la vez perturbador al exponer uno de los episodios más tenebrosos en el ejercicio del totalitarismo.
El documental se vuelve una advertencia, porque aunque esto tenga más de cuarenta años de haber ocurrido, a los tiranos les sigue molestando sobre manera el pensamiento crítico, la libertad de expresión, las voces disidentes. La tentación totalitaria de esos gobiernos es latente, y para muestra están las cifras de periodistas muertos en (por poner un ejemplo) México y otros países de América Latina.
El Caso Padilla se exhibe en el Centro Cultural Universitario, Cine Tonalá, Cineteca Nacional y varias salas al interior de la república mexicana.