Una de las cintas más importantes de mi adolescencia fue Requiem For a Dream (Aronofsky, 2000), el segundo largometraje del neoyorquino Darren Aronofsky era toda una experiencia visualmente impactante, con una edición intrépida, y cuya trama era miserable y trágica. La moraleja era clara: las drogas destruyen, todas, desde el café hasta la televisión pasando por las anfetaminas o la heroína. Todos los que las consuman están destinados a una muerte horrorosa.
Como adolescente uno no podía sino asombrarse con la fantástica cámara de Matthew Libatique (otro oriundo de Queens, amigo de Aronofsky), la hiperquinética edición de Jay Rabinowitz, la inquietante musicalización a cargo de Clint Mansell, la belleza rota de Jennifer Connelly y la fantástica actuación de Ellen Burstyn, quien fue nominada al Oscar y debió ganarlo (no sucedió porque ya saben, son los Oscars).
Las películas se quedan estáticas, el que cambia es uno. Y así sucedió, ya de adulto volví a ver Réquiem y todo seguía ahí: la cámara, la edición, la música, las actuaciones, la atmósfera…, pero también fue evidente a mis ojos algo que no me di cuenta en mi adolescencia: si bien Réquiem For A Dream mantenía todo eso que me gustaba, también era innegable que se trataba de una película escandalosa, santurrona y -lo peor- regañona.
Luego descubriríamos que el cine de Aronofsky es así: estridente, escandaloso y regañón. Un cine donde el shock value es la piedra angular y el delirio los rieles donde anda la trama. The Wrestler, Black Swan, Noe, Mother, The Whale, todas sin cintas entregadas al desvarío y el dislate cada vez más disparatado. Son provocaciones en su mayoría, donde no queda mucho cine pero sí abunda el escándalo.
Pero ahora, cual milagro de La Rosa de Guadalupe, resulta que en su nueva película, Caught Stealing (Estados Unidos, 2025), no hay nada (o casi nada) de ese Aronofsky tan entregado al regaño y al escándalo. Estamos ante un director que no conocemos, uno que por primera vez en su vida se dio chance de ser auténticamente divertido sin abandonar el rigor de la lente, el encuadre y la edición.
Basada en una novela homónima del también norteamericano Charlie Huston, en Caught Stealing conocemos a Hank (cumplidor Austin Butler) quien trabaja en un bar de poca monta en un barrio popular y populoso de Nueva York (¿por Brooklyn?), todo esto a finales de la década de los 90 (justo cuando Aronofsky estaba estrenando su opus magna, Pi).
Hank siempre quiso ser beisbolista pero -como dice el chiste- se fregó una pierna en un trágico accidente automovilístico el cual aún no olvida. Pero no todo es oscuridad en la vida de Hank, resulta que tiene una novia muy guapa e inteligente -es paramédico- llamada Yvonne (Zoë Kravitz, nomás) con quien tiene muy bonitas sesiones de sexo que -bajo la lente de Mathew Libatique- parecen anuncios de Calvin Klein.
Todo va normal hasta que un día uno de sus vecinos -Russ (Matt Smith)- le avisa que se tiene que ir a ver a su mamá a Europa y que le encarga su gato. A regañadientes el bonachón de Hank acepta, sin saber que estaba firmando su sentencia de muerte.
Y es que no tardan el tocar a la muerta toda clase de mafiosos que por alguna razón andan buscando a Russ: la mafia rusa, un par de rabinos malencarados, (Liev Schreiber y Vincent D’Onofrio), una detective de la polícía (Regina King) y hasta el mismísimo Bad Bunny, quien aquí interpreta a otro temible capo llamado Colorado.
Claramente inspirado en una de las mejores películas de Martin Scorsese -After Hours (1985)-, Aronofsky se da permiso por primera vez en su carrera de divertirse. Tal y como Paul Hackett recorría las calles de Nueva York en el ya mencionado clásico de Scorsese, Hank tratará de huir de los mafiosos sin perder (más) sangre, sin perder a su guapísima novia y sin perder al gato de vecino, quien la verdad es el que mejor actúa en toda la película.
Como dijeran (en el ya también clásico de Alonso Ruizpalacios) Güeros (2014), “esto es una película de correteadas”. Dicho y hecho, el pobre Hank irá de un lado a otro huyendo de los mafiosos, curándose las heridas, tratando de entrar al departamento del vecino para averiguar por qué es tanto borlote, platicando con la policía, huyendo de la policía, huyendo de los rabinos, buscando a los rabinos y siempre cuidando al minino de su vecino.
La cosa funciona muy bien, pero -afortunadamente- no hay mucho rastro del director, quien arma con solvencia esta divertida cinta no exenta de clichés, pero en la que si están ausentes la mayoría de las obsesiones del director: aquí no regaña a nadie, no hay el gran momento de shock value (a pesar de las golpizas y balaceras), y si hay espacio para que el respetable se divierta, ría y disfrute las “correteadas” del pobre Hank, así como su perfecto abdomen que no sé si lo trabajó para esta película o solo para estar a la altura de la imponente Zoë Kravitz que también sale en calzones.
La única clara obsesión del universo Aronofsky presenta en esta cinta es su repudio a las drogas, a quienes las consumen y quienes las trafican: y es que aquí, como en Réquiem, todo aquel que se dedique a ello morirá de fea manera.
Aiga sido como aiga sido, Aronofsky entrega no su mejor película ni mucho menos, pero probablemente sí su película más divertida en lo que va de… ¿toda su filmografía?