Ustedes tal vez están muy chicos para saberlo, pero déjenme contarles que allá por la década de los años setenta ya había películas basadas en los personajes de Marvel. Así es, Captain America, Spider-Man, Hulk, Thor y hasta el Dr. Strange tuvieron películas y/o series de televisión cuyo común denominador era lo horrible de su manufactura (sólo se salvó del gusto popular la serie televisiva de HULK, esa con Lou Ferrigno y que César Costa parodiaba con gran tino en La Carabina de Ambrosio).

Lo cierto es que era masomenos inevitable: la tecnología para hacer que un hombre volara, lanzara un escudo mágico que no respeta las leyes de la física, tirara rayos o aventara telarañas (y no viles mecates como pasaba con la serie de televisión del arácnido) aún no era inventada. O al menos no como para que el numerito fuera creíble. Démosle pues un aplauso al Marvel de los años setenta por al menos intentarlo.

Más de cuarenta años después, nos encontramos con un escenario similar. Captain America: A Brave New World (USA, 2025) parece homenaje a aquellas cintas de antaño de Márvel: son igual de malas, pero al menos ahora si hay presupuesto como para que los trancazos estén buenos, aunque siguen sin ser ni medianamente creíbles.

Secuela directa de una película que ya nadie recuerda (The Incredible Hulk, 2008, con Edward Norton como Hulk) y de una serie de televisión que nadie vio (The Falcon And The Winter Soldier, 2021) tenemos de vuelta a Falcón (Anthony Mackie, echándole ganitas como el que más), convertido ahora en Capitán América a fuerza no de democracia sino del dedazo del viejo Capi (ver el final de Avengers: Endgame) quien le cedió el nombre, el escudo y un traje difícil de llenar.

Y es que reconozcamos que el viejo Capitán (Chris Evans) de menos tenía algo de carisma, humor, y el “mejor trasero de América” (sic). En cambio el Capi interpretado por Anthony Mackie no tiene ni superpoderes. Tiene, eso sí, muchos gadgets muy bonitos como sus alotas que le permiten volar, ese dron que actúa por comandos de voz y cierta armadura que fue a comprar a Wakanda. Le debió costar un dineral.

Lo que tampoco vemos por ningún lado es carisma ni mucho menos algo de construcción de personaje. Si no vieron la película y la serie mencionadas, pues están fritos porque no se entenderán muchas cosas de esta cinta, aunque la verdad no hay mucho que entender porque todo resulta irrelevante.

Los gringos no son precisamente sutiles. En la única secuencia que realmente llamó mi atención vemos como algunas Hummers, unos avioncitos espía, algunos soldados y el Capi mismo, se meten en territorio mexicano para atrapar a un malo (gringo) y rescatar algunos rehenes (mexicanos).

¿Un vistazo al futuro o mera coincidencia? Y por cierto, todo esto pasa sin que se mencione al gobierno mexicano por ningún lado. Nice. Eso sí que fue divertido.

Después viene lo bueno: la única razón por la que me atreví a ver esto. Y es que Marvel le llegó al precio a Harrison Ford quien aquí regresa a un papel con el que tiene mucha experiencia: ser presidente de los Estados Unidos.

Pero no es cualquier presidente, se trata de Thaddeus “Thunderbolt” Ross, el hombre que fuera interpretado antes por Sam Eliott, luego por William Hurt, y ahora por Harrison. Para quien no lo recuerde, se trata de aquel todopoderoso general, padre de Liv Tayler, que le caía muy mal David Banner y le caía peor cuando se convertía en HULK.

Ahora el general se cortó el bigote, se puso un traje, se fue de campaña y la ganó. Ford es nuevamente el presidente de los Estados Unidos. Lo que nadie sabe (excepto nosotros porque vimos el trailer y los carteles) es que los norteamericanos votaron por un ser iracundo, fuera de sí, con serios problemas de salud y de control de sus emociones, que parece estar dispuesto a lo que sea con tal de demostrar que él manda, no solo en norteamérica sino en el mundo.

Pero basta de hablar de Trump. La cosa aquí es que Harrison Ford es presidente y además, también HULK, un HULK rojo. Y la razón de esto es clarísima: es rojo para que no lo confundamos jamás con el HULK verde.

Tremendo inconveniente ser presidente y HULK a la vez. O tal vez no, porque cuando este se enoja no empieza a poner aranceles a diestra y siniestra, o hacer redadas de indocumentados, no, este cuate nomás se convierte en HULK y empieza a tirar puñetazos al por mayor. Es pues, un presidente mucho más civilizado que el actual.

Y bueno. ¿Qué más decir? Los efectos no están tan mal, y lo cierto es que los trancazos se ponen buenos. No tan buenos para ser memorables, no tan malos como para quedarnos dormidos.

Pero lo que sí es la madre de todas las batalles es la que está librando Marvel para conquistar de nuevo nuestra emoción. Y perdón que se los diga (ya ven que los Marvelitas se parecen a los Trumpistas en que nomás no les da por reconocer la realidad y mejor se fabrican una) pero Marvel nomás no puede recuperarse de sus años de gloria donde todavía eran culturalmente relevantes.

¿O qué película después de Endgame se ha quedado en la memoria colectiva?

Absolutamente ninguna. No puede ser que estemos de vuelta en los años setenta, donde los fans se conformaban al menos con ver en pantalla a artistas de cuarta vestidos como sus superhéroes. El único cambio es que ahora son actores de más prestigio (y mucho más caros) los que se visten como sus superhéroes.

Fuera de lo anterior no hay más: la narrativa es horrible, las historias aburridas, los efectos llenos de CGI que se nota a diez cuadras, y una FASE (ni me pregunten cual va) cuyo único escape (qué curioso) es justo las realidades alternas, porque en esta ya no provocan emoción alguna.

El escudo del Capitán América tiene una sola estrella. Hoy sabemos que esa estrella es Harrison Ford, quien tomó los costales de dinero con gusto para entregar un trabajo digno y sincero. Una estrella de esas que puede pasar por el pantano de Marvel sin manchar jamás su plumaje.

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