Parece otro día normal en la Casa Blanca. Los oficinistas que laboran en el centro del poder de los Estados Unidos llegan temprano a sus oficinas. Van por un café, pasan los puntos de seguridad, dejan su celular encerrado en una cajita, y entran a un espacio lleno de pantallas. Se trata del Situation Room de la Casa Blanca, una de las tantas instancias dentro del estado norteamericano cuya función es proteger a la nación, monitorear amenazas externas, y vigilar 24 horas al día, siete días a la semana.
De repente una pantalla parpadea: alguno de los cientos (¿miles?) de satélites que vigilan el planeta detecta el lanzamiento de un misil cuya trayectoria pasaría por suelo estadounidense. Hay sorpresa, pero no alarma. Se siguen los protocolos, todo tranquilo. Al parecer no es la primera vez que eso pasa, puede ser un ejercicio militar, un error, cualquier cosa. “Despiértame si el mundo se va a acabar”.
Pero en un minuto, lo ordinario se vuelve extraordinario. La trayectoria indica que el misil caerá en suelo norteamericano en no más de 20 minutos, y que muy seguramente se trata de una ojiva nuclear. Es el momento de tomar decisiones, de reunir (así sea en videoconferencia) al gabinete de seguridad, al ejército y por supuesto, al Presidente de los Estados Unidos, en cuyas manos está la responsabilidad de dar la orden de esperar o contraatacar.
En A House of Dynamite, la ganadora del Oscar (The Hurt Locker, 2008) Kathryn Bigelow, plantea un escenario que quisiéramos fuera improbable, pero que la evidencia del estado actual de la humanidad lo hace absolutamente posible. Sin ir más lejos, y para documentar el pesimismo, el famoso Doomsday Clock se encuentra en estos momentos a 89 segundos de la medianoche.
Un epígrafe al inicio de la cinta nos pone en contexto: al final de la Guerra Fría, los países vieron con buenos ojos empezar a deshacerse de sus armas atómicas. “Eso” -dice Bigelow- “se acabó hace mucho tiempo”.
Así, solo quedan 20 minutos para resolver, para ejecutar protocolos, para lanzar misiles de contraataque, para “detener una bala con otra”, para esperar órdenes, para decidir quién dispara después. Es un absurdo, es un volado, es la tensión por el destino de todo un planeta, concentrada en las pantallas, en los botones, y en los teléfonos de un puñado de hombres y mujeres que, en el fondo, no quisieran tener esa responsabilidad.
Todo pasa rápido. Bigelow no permite respiro alguno. Con un excelente ritmo y una edición más que certera (cámara a cargo de Barry Ackroyd, montaje de Kirk Baxter) la película de inmediato contagia esa sensación de peligro, de angustia, de azoro, en un acezante thriller procedural cuyos mejores momentos son aquellos donde el silencio se apodera de la sala y las miradas que se aferran en una silenciosa desesperación.
No es la primera vez que vemos un ejercicio similar (para no ir más lejos, ver September 5, 2024), pero lo que eleva la tensión es lo cercano del escenario que plantea la película. Ignoro si la reacción del gobierno de los Estados Unidos ante una crisis similar sea como se ve en la cinta, pero el brío con el que Bigelow filma su película me convence de inmediato: no solo de lo acertado en su trazo sobre cómo el gobierno manejaría esta crisis, sino en la angustia que ello provoca.
Cuando pasan los famosos 20 minutos antes del primer impacto, la película regresa al inicio, y nos cuenta la misma historia pero desde otros puntos de vista, con otros funcionarios, con militares, y finalmente (en un tercer fragmento) con el presidente de los Estados Unidos que (al igual que pasó con los ataques a las Torres Gemelas) la emergencia lo agarra mientras convive con niños en alguna clase de educación básica. El truco, aunque anticlimático, no hace sino elevar cada vez más la tensión.
La película tiene trazas del cine de desastres (un elenco coral, historias personales, tragedia), y de otras cintas paranoides como Fail Safe (Lumet, 1964). Por supuesto, es imposible no recordar la cinta seminal sobre estos temas: Dr. Strangelove (Kubrick 1964). Pero Bigelow logra hacer una película personal y única.
A cada paso, la directora va mostrando su juego: esto no es una película sobre geopolítica, no es una cinta de desastres, ni tampoco una cinta sobre el fin del mundo. A House of Dynamite es una película que expone con un trágico dinamismo el absurdo no solo de la guerra, sino de la vida misma en un planeta plagado de armas nucleares y de odio suficiente como para que alguien apriete los botones.
Bigelow nos muestra el absurdo demencial de todo esto, así como la ilusión de protección que les (nos) vende el gobierno de Estados Unidos. Porque no importando los millones de dólares en defensa, en cohetes, en satélites, en agencias, en aviones… cuando alguien apriete el botón no pasarán muchos minutos antes del fin. Y lo peor: nosotros, los ciudadanos de a pie, ni nos vamos a enterar.
Pesimista, Bigelow advierte que solo es cuestión de tiempo para que el escenario suceda, y cuando eso pase, no vamos a vivir para contarlo.
A House of Dynamite se puede ver en Netflix

