Si hay algo a lo que el cine industrial le tiene pavor no es a los zombies sino a la originalidad. Por eso resulta particularmente notable 28 Years Later (Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, 2025), la recién estrenada tercera parte de la disruptiva 28 Days Later (2002), dirigida por el ya para entonces influyente cineasta británico, Danny Boyle (Shallow Grave, Trainspotting).
Escrita por Alex Garland (ahora director de cintas como Ex Machina, Civil War y Warfare), aquella inolvidable cinta dejó en el imaginario colectivo una escena que nunca pensamos que veríamos en la vida real: Trafalgar Square y Piccadilly Circus, calles emblemáticas del Reino Unido, completamente vacías. Casi 20 años después, en plena pandemia, la escena que pensamos sería posible sólo en el cine, se volvía realidad ante nuestros ojos. Otra pandemia, ésta de naturaleza real y no fílmica, dejaba vacías las calles.
El éxito de aquella primera entrega obligó a una secuela, 28 Weeks Later (2007), ya sin la dirección de Boyle ni el guión de Garland. La cinta, dirigida por el español Juan Carlos Fresnadillo, sumaba a la mezcla del terror que infunden los infectados, el pavor que provocan los militares y demás fuerzas armadas que están, dizque, para cuidarnos.
Sonaba lógico pues, que una nueva secuela de estás dos cintas sería más de lo mismo: persecuciones, batallas sangrientas, infectados cayendo frente a las balas, uno que otro jumpscare, en fin, todo lo que hace de las series y películas sobre zombies un cliché. Disfrutable, pero cliché al fin.
Pero contrario a todo pronóstico, el regreso de Boyle y Garland a la ahora “saga” no asegura una copia de las primeras cintas, todo lo contrario, el director y escritor llevan esta historia a lugares insospechados que en conjunto no son sino un grito rabioso que clama por la originalidad, por no seguir recetas y por explorar los mismos temas que las cintas anteriores (la muerte, vil y llanamente) desde un punto que nos concilia con la pandemia misma.
La primera parte de la película es la más cercana a las inquietudes de aquellos que acuden al cine a buscar sustos. Han pasado 28 años después de la primera cinta y estamos en una isla muy cercana a “the main land”, es decir, a una Inglaterra que aún sigue en cuarentena. Ahí vive nuestro insospechado protagonista, un pequeño de 12 años llamado Spike (notabilísimo Aife Williams) quien está por vivir una especie de rito de iniciación: junto con su padre (Aaron Taylor-Johnson) caminará hacia la “main land” para que aprenda no solo a identificar a los principales tipos de “infectados” (zombies, pues) que pululan en tierra firme, sino que también aprenda las artes del arco y la flecha para matar a las peligrosas amenazas que por 28 años han diezmado a la población mundial.
Estamos ante un perturbador “coming of-age”, donde el pequeño Spike aprenderá a la mala cómo es que te persiga un feroz y sanguinario infectado, incluyendo a los “alfa”, seres que parecen indestructibles. “Hasta 12 flechazos aguantan”.
Desde los primeros instantes de 28 Years Later, el director se permite explorar diversos estilos tanto visuales como auditivos. Junto con su director de fotografía, Anthony Dod Mantle -viejo colaborador de Boyle y fotógrafo de la cinta original- se permiten experimentar con diversas lentes, con encuadres complicados e incluso con cámaras de celular que emulan el viejo (pero efectivo) bullet time.
El resultado -junto con el uso de la música, sello característico del Boyle- nos recuerda poderosamente al inicio de su carrera donde la edición hiperkinética y la cuidada selección musical (aquí el score está a cargo de Han Zimmer) provocan emociones diversas que van más allá de un simple jumpscare y que te sitúan en un lugar de incomodidad permanente.
Notable también aquellos momentos donde, mediante material de stock, la película recuerda la historia militar de Reino Unido y lo empata con un poema de Rudyard Kipling, Boots (1903), declamado con una voz siniestra que describe a las botas militares justo como zombies que van a la guerra.
En la segunda parte es donde se hace evidente que el protagonista será el pequeño Spike, cuyo proceso de crecimiento fue más allá de saber matar zombies sino que de alguna forma descubre una capa que no conocía de su padre, un tipo fiestero, orgulloso de su hijo pero que en su éxtasis de sobrevivencia es capaz de mentir a diestra y siniestra, algo que resulta demasiado para el inocente Spike.
La tercera parte es la más alejada del convencionalismo típico de una cinta de infectados, es donde Boyle y Garland se juegan su resto, arriesgan todo y llevan el relato a un lugar oscuro que nos obliga a reflexionar sobre la inevitabilidad de la muerte y la relación que tenemos con nuestros seres queridos.
No quiero revelar nada, pero es en ese tercer acto donde sucede un punto de quiebre que, sorpresivamente, convierte a esta cinta en un ejercicio conmovedor y melancólico, toda una secuencia que pone a prueba al espectador. ¿O cuando fue la última vez que vieron una película de zombies que citara a Shakespeare?
Quien pase la prueba saldrá completamente sacudido. Quien no lo haga, saldrá enfadado. ¿¡Qué le han hecho a mi película sobre zombies!?
Garland y Boyle no parecen tener miedo: cambian de ritmo, aceleran las tomas, proyectan hermosos planos generales con las hordas de zombies en el horizonte, usan material de stock, cambian de lente y de cámara, realizan encuadres imposibles, desechan personajes sin temor alguno, insertan una secuencia hilarante, seguida de otra aterradora y luego una más que resulta absolutamente dolorosa.
¿Hay algo que esta dupla no pueda hacer?
28 Years Later es una cinta poderosamente conmovedora que nos reconcilia con los efectos de la pandemia, que nos recuerda a nuestros muertos, que nos recuerda que inevitablemente nos reuniremos con ellos pero que, en el inter, solo nos queda un camino: amar y vivir.