Nuestra sociedad es una democracia nueva y cambiante. Todo lo que se ha estructurado y reestructurado en los últimos años es sin duda el precedente que se asienta para el futuro. La democracia que construimos es también la democracia hacia la que vamos. ¿Qué es esto si no la voluntad del pueblo?
Somos una sociedad capaz de ser conscientes del pasado, pero también del presente para definir el futuro. De ahí que ayer el doctor Sergio Aguayo se pronunciara sobre el atropellamiento a la independencia del CIDE, asegurando que el presidente López Obrador tuviera similitud con Díaz Ordaz.
Más allá de las semejanzas o diferencias que hubiera entre ambos personajes, lo que acontece actualmente en la Ciudad es el vislumbramiento de un nuevo movimiento estudiantil que exige respetar la autonomía de la institución. El reclamo comienza desde la imposición de José Antonio Romero como director del CIDE, una ratificación que hizo María Elena Álvarez-Buylla, directora del Conacyt, a pesar del rechazo de la comunidad estudiantil debido a una serie de despidos injustificados de varios académicos que al parecer no concuerdan con los ideales del nuevo director.
La posición moral para realizar estos movimientos injustificados puede parecerse mucho a las decisiones que ha tomado esta administración de manera a veces un tanto radical. Es sin duda cuestionable el punto de diferencia que existe entre una situación buena y una mala.
A veces el combate a la corrupción por medio de estas arbitrariedades puede resultar un poco de lo mismo. La justificación siempre radica en las causas. Ésta, a ojos de algunos, podría ser suficiente para realizar los movimientos que sean necesarios en nombre de la ética y la moral, pero esta delgada línea amenaza con romperse.
Son importantes las formas. Recordemos así la desaparición de los fideicomisos e instituciones completas. No es sólo en nombre de la causa que esto se justifica, sino que se desaparecen los precedentes que dejamos para que el aparato que hemos construido a lo largo de estos años funcione o deje de funcionar. Es este preciso punto el que deberíamos revisar en los movimientos que defendemos estructuralmente. No podemos romper las formas si el costo implica que nuestro futuro quede en la incertidumbre, pues es justamente lo que hemos construido para que la democracia y el gobierno actual ejecuten de manera más o menos ideal el tipo de gobierno que queremos, pero si continuamos en estos huecos, nuestra democracia representativa corre peligro.
¿Somos capaces de defender la autonomía de una institución como el CIDE pensando que es un claro reflejo de nuestra sociedad actual?
Para esto tendríamos que mirar el poder que hemos depositado en nuestros gobernantes de manera sistemática y sin equilibrios para poder contemplar los problemas que eso implica. Estamos muy a tiempo de sostener nuestro timón y revirar el barco hacia una sociedad justa y equilibrada, sin perder lo que hemos construido a lo largo de tantos años a pesar de las injusticias que la vieja política nos dejó. Es momento de mirar la autonomía del CIDE como si habláramos de la autonomía de la Ciudad o del país entero, porque es una causa de todas y todos.
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