Estremece leer el guión cruel que está escribiendo Trump. Lo que para los defensores de las deportaciones masivas son estadísticas, para mí son rostros. Hablo de personas como Montse, la joven oriunda de Puebla, que cuando tuve a mi primera hija en la Gran Manzana me ayudó a conciliar trabajo y maternidad.

A lo largo de mis años neoyorquinos conocí muchas Montses. Inmigrantes sin papeles que a pesar de no tener derechos pagan impuestos y están dispuestos a arrimar el hombro. Siempre. El mantra común era la ilusión de que sus hijos tendrían un futuro mejor, pues la mayoría de sus descendientes había nacido ya en la “tierra de la libertad”.

Nadie podría sacarlos a rastras cualquier día, ni negarles una oportunidad como a ellos. Estar en un estado con el sello de “santuario” como Nueva York los protegía de ser sorprendidos por un agente de inmigración en cualquier momento. Pero a los mexicanos se les asignó el papel de antihéroes y con ello se les etiquetó y tristemente se les quitó garantías de un plumazo.

Sin embargo, a pesar de lo que cuenta la frontera hostil, nuestro país brilla. Y es que, mientras la esperanza de materializar sueños al cruzar agua dulce se evapora, cada vez se siente con más fuerza cómo, al otro lado del mar salado, existe un pozo de cariño y admiración por nuestra cultura.

Por ejemplo, emociona ver cómo la Fundación Casa de México en España este año ha conseguido que sus altares de muertos sumen un millón de visitas. Como bien dice su directora general, Ximena Caraza, este recinto, “es un lugar que sirve como hilo conductor de lo mejor de nuestra tierra”.

Ver, saborear, escuchar y aprender de los tesoros ancestrales que tenemos resalta lo equivocado que está el discurso yanqui. Visionarios como la mexicana Ale de la Puente, que crea piezas e intervenciones combinando arte, filosofía y ciencia, está convencida de que estamos preparados para afrontar la adversidad: “pasarán muchas cosas que nos van a desestabilizar pero si ponemos atención a lo que sucede, podremos actuar y movernos antes de que llegue el huracán”.

Y me contó la anécdota de cómo una de sus ideas acabó en la película distópica El día después de mañana (2004) que cada vez se siente más cerca: “en una cena con Roland Emmerich, que investigó durante años el cambio climático y sus efectos, me explicó que en el filme que estaba creando habría un momento en el que los ciudadanos de EU iban a tener que emigrar a México”.

“Y entonces nosotros les cerramos las puertas!”, dije soltando una carcajada. Esa imagen la puso en el filme, aunque al final, “nosotros sí les abrimos el paso”, recordó Ale, que hasta el 20 de abril estará con la expo Turbulencias del vacío en la Casa de México.

En poder construir una nueva narrativa como sociedad está la resiliencia que nos exige el futuro. Para movernos a tiempo, pero sobre todo, para demostrar que somos más fuertes, sabios y generosos de lo que quiere plasmar Trump, un director vulgar que no conoce el valor de su actores.

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