En la galería del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en la sala destinada a exponer instalaciones de gran escala, emociona a los visitantes ver unos enormes atrapa sueños que penden del altísimo techo y giran con suavidad.
Pertenecen a la obra “Espiral para sueños compartidos”, de la artista Carolina Caycedo, que colaboró con cuatro colectivos pesqueros mexicanos que tejieron y utilizaron sus propias atarrayas para componer esta exhibición.
Con esta idea, la artista quiere denunciar las condiciones tan complejas en las que se encuentran estas comunidades que están viendo desaparecer sus ecosistemas. Son colectivos pequeños que están luchando por desarrollar mecanismos de subsistencia. Sentarse a mirar esas redes inmensas que penden del techo tiene un doble efecto en quién las observa: el de dejarse envolver por la paz que genera el sutil giro de esos péndulos hechos por manos artesanas y la preocupación de saber que esas obras de arte son un grito de ayuda con nombres y apellidos que puedes conocer en las paredes contiguas.
Siguiendo el camino natural por el que te lleva la galería, llegas a otra parte en la que los artistas están enfocados en un tema: la inteligencia artificial. Destaca una impresión de piso a techo donde se muestran todos los circuitos y detalles de cómo es que ésta se crea. Es un golpe efectivo de realidad el poder ver que dentro de ese gran fenómeno al que nos estamos enfrentando sin saber muy bien a dónde nos llevará, no hay más que conexiones electrónicas en las que el ser humano se desdibuja. En ese lienzo de diagramas en blanco y negro no hay rastro de vida ni emoción. Y ese es el otro grito que los artistas quieren hacer al intentar entender y plasmar en dónde se está depositando el poder del futuro.
A la par de estas reflexiones, hace sentido ver porqué películas como La sociedad de la nieve se han convertido en un fenómeno (el filme ya lleva más de 150 millones de espectadores en todo el mundo). Y es que lo que los filósofos, sociólogos y grandes expertos llevan diciendo hace décadas es que el futuro de la humanidad, cada vez más solitaria, angustiada, precaria y decadente, sólo encontrará supervivencia en la comunidad. Además de las soluciones que la ciencia pueda llegar a aportar, se necesitará de la unión de las redes de apoyo y de tejer esos sueños compartidos.
Una muestra del poder que tiene la fuerza de la comunidad está en los milagros de supervivencia que quedan bien reflejados en la cinta basada en la historia real de aquellos jóvenes uruguayos del equipo de rugby perdidos en los Andes tras un accidente aéreo. Sin la valentía, la cohesión y la solidaridad del grupo hubiera sido imposible sobrevivir a las condiciones de un entorno brutalmente adverso. Para lograr la proeza de permanecer con vida había que tirar de los resortes humanos. Y eso lo saben los creadores, que desde sus diversas parcelas y especialidades están intentando decirnos que si dejamos de vernos los unos a los otros, quedaremos sepultados bajo la nieve.