Las carreras de los artistas cambian con el tiempo. Pero hay particularidades que los hacen únicos aunque a unos les guste y a otros no.

Los pasados conciertos de Luis Miguel en el Estadio Santiago Bernabéu de Madrid mostraron a una estrella renovada, sólida, en forma tanto física como anímicamente. Capaz de cantar sin descanso durante las casi dos horas en las que bailó, se movió sin parar por el escenario e hizo sus legendarios quiebres de cadera con agilidad.

El espectáculo tuvo un público cálido, juguetón, que no dudó en levantarse de sus asientos en cada éxito ni escucharlo guardando el sobrecogedor silencio que sólo provoca un verdadero talento. Los mariachis llenaron de color y orgullo mexicano el gran escenario. Luces, efectos especiales, pelotas hinchables gigantes que hacían saltar a las personas en la pista para aventarlas de mano en mano y sentir que eran parte del momento.

Al show no le faltó nada. Al cantante tampoco. Entregó lo mejor que tiene tras tantos años de éxitos, aprendizajes, tropiezos en el escenario, o presentaciones sin voluntad. Apareció entero, respetuoso, digno, impecable, incluso emocionado. Al artista no se le puede reprochar nada, lo que se echó de menos fue al ser humano, el que le habla a su gente y que en esta ocasión no dijo casi nada. Quizá por timidez o estrategia prefiere dejarle las palabras a la música, o ya ha dicho demasiado en otras plataformas.

Tampoco se pudo ver a un divo conmovido, alguien que al tener a un estadio con más de cincuenta mil personas haciéndole guiños con las lucecitas atadas a sus muñecas decidiera hacer lo que nunca hace: salir de nuevo al escenario y regalarle a sus seguidores una última canción. El “bis” tan esperado que abraza y les dice a sus fans: “yo también te he escuchado a ti”.

Detalles como éste provocaron que muchas de las críticas del concierto pusieran su énfasis en lo que Luis Miguel no hizo, en lugar de lo que sí. Son pequeños gestos que hacen que los asistentes sientan que la faena no se acabó en lo más alto. Que faltó una pequeña estrategia para no dejar el aplauso a medio camino cuando se encienden de forma abrupta las luces que gritan que la función ya terminó.

Sin embargo, sentir la personalidad del artista hace que cada concierto sea genuino. A fin de cuentas es un intercambio justo: la persona paga por escuchar y la estrella entrega lo mejor de su talento.

En ese sentido Luis Miguel cumplió con creces, el problema lo tenemos quienes queremos obtener algo más de la celebridad y vamos con las expectativas equivocadas.

A estas alturas de la vida y de la carrera de Luis Miguel deberíamos saber que el volverlo a ver en las tablas con la entrega y profesionalidad con la que lo está haciendo es su mejor carta de amor a un público que él sabe que no lo ha dejado nunca. Pese a la distancia que crea con él. Ese es su lugar seguro, su guarida. Y así hay que quererlo.

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