Estos días en los que es imposible no sentir impotencia al ver las imágenes de niños muriendo de hambre en Gaza no he podido evitar recordar el horror que experimenté cuando vi Back to 1942, del director Feng Xiaogang en el Festival de Cine de Roma (2012).
En ese entonces me dejó impresionada el cómo la película expone, con detalle y sin rodeos, la crueldad que la escasez de alimentos inflige a las personas. Me impactó darme cuenta de que, en su momento, gran parte del mundo desconocía la magnitud de aquella tragedia humana, atrapada entre la guerra, la sequía y el silencio.
Pensé —y deseé— que nunca más se permitiría algo así. Hoy, al contemplar la crisis en Gaza, con civiles completamente debilitados y apagándose por inanición bajo un asedio implacable, es inevitable reaccionar con rabia y decepción: una vez más, la realidad supera a la ficción.
La desesperación y el deterioro vuelven a manifestarse con la misma crudeza, recordándonos que las historias de privación y conflicto no son capítulos del pasado. Back to 1942 narra la devastadora hambruna que sufrió la provincia china de Henan durante la guerra sino-japonesa al mostrar cómo la falta de alimentos, el conflicto armado y la negligencia gubernamental arrasaron con comunidades enteras.
Por su parte, The teacher (2023) dirigida por Farah Nabulsi, mostró la bomba de relojería que eran los territorios palestinos al adentrarse en la vida de un profesor cuya cotidianeidad está condicionada por la ocupación, donde la violencia sistémica entorpece cualquier intento de supervivencia. A ella se suma No other land (2024), codirigida por Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham y coescrita por Rachel Szor.
El documental muestra la resistencia en Masafer Yata, una comunidad palestina ubicada al sur de Cisjordania que es amenazada por la demolición de casas y el desplazamiento forzoso bajo la ocupación israelí. La película, ganadora del Oscar a Mejor Documental, utiliza imágenes captadas de 2019 a 2023 para evidenciar la lucha contra la limpieza territorial.
Hace unos días, el mundo se hizo eco de cómo, uno de los colaboradores de esta filmación, Odeh Hathaleen, fue asesinado por un colono israelí en Umm al‑Khair en un altercado. Tres películas, separadas por tiempo, distancia y forma, pero que coinciden en el testimonio cinematográfico sobre cómo el despojo se utiliza como arma de guerra. Desde Henan hasta Gaza, la furia más devastadora además de ocupar territorio físico, también devora los cuerpos y el alma de quienes sobreviven.
Seguir filmando y documentando esos hechos, a pesar del dolor y del riesgo, sigue siendo una forma importante de oposición pacífica. Que el cine nos incomode, nos despierte, nos haga mirar lo que muchos prefieren no ver, es vital. Porque mientras haya quienes registren lo que pasa, habrá testimonio de la barbarie.
Y quizá, con una especie humana más evolucionada y una comunidad internacional más responsable que la que hemos logrado hasta ahora, aprenderemos a no repetir ninguna de esas semejantes atrocidades.
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