La decisión del gobierno de Claudia Sheinbaum de colocar el gas natural en el centro de su política energética, incorporando incluso el fracking que durante la campaña prometió no utilizar, marca un retroceso en la agenda de transición hacia energías más limpias. El Plan Estratégico de Petróleos Mexicanos (Pemex) 2025–2035 plantea aumentar la producción nacional de gas a 5,000 millones de pies cúbicos diarios para 2028, justificando la medida en la necesidad de reducir la dependencia de importaciones de Estados Unidos. Sin embargo, esta meta responde más a una lógica de expansión fósil que a una visión de largo plazo, manteniendo al país atado a un recurso costoso y contaminante cuya relevancia internacional disminuirá conforme el mundo avance hacia la descarbonización.
El fracking, pese a los argumentos oficiales sobre supuestos avances tecnológicos y regulaciones más estrictas, sigue siendo una técnica con riesgos comprobados de contaminación de acuíferos, emisiones de metano y afectaciones a ecosistemas, particularmente en regiones como Tampico-Misantla, Sabinas-Burro-Picachos y Burgos, donde ya existe presión sobre los recursos hídricos. Apostar por este método implica priorizar un modelo extractivista de alto impacto ambiental en lugar de acelerar el despliegue de alternativas energéticas más seguras y sostenibles.
El problema es que el gas “natural” ha pasado en pocos años de ser un energético complementario a convertirse en el pilar de la generación eléctrica nacional, pues actualmente más de la mitad del consumo primario de energía en el sector eléctrico proviene de este combustible, impulsado principalmente por la conversión masiva de plantas a ciclos combinados. El resultado ha sido una dependencia crónica de las importaciones que, lejos de ser marginal, ha oscilado entre 75 y 96 por ciento en los últimos años. Incrementar la producción interna mediante fracking difícilmente resolverá esta vulnerabilidad, ya que la demanda continúa en aumento y la infraestructura eléctrica sigue diseñada para operar con gas.
Por lo que la promesa de autosuficiencia energética a través de esta estrategia se debilita frente a la realidad ineludible de que el país seguirá expuesto a la volatilidad de los precios internacionales y a los riesgos geopolíticos asociados a los combustibles fósiles, especialmente en el contexto de que todo el plan se basa en una estrategia financiera difícil de sostener en el largo plazo, ya que está basada en un fondo de inversión de 250 mil millones de pesos y la emisión de deuda por 12,000 millones de dólares para Pemex, una apuesta arriesgada que destina recursos públicos a prolongar un modelo energético incompatible con las metas ide mitigación del cambio climático y, sobre todo, con los constantes conflictos internacionales que actualmente se están dando alrededor de este combustible.
La dirección que ha tomado la política energética nacional desplaza la inversión en tecnologías menos costosas y de implementación más rápida, debido a que contamos con un potencial para el desarrollo de energía solar, eólica y sistemas de almacenamiento capaces de diversificar la matriz energética y reducir costos en el mediano plazo. Es importante matizar que este tipo de tecnologías se debe de implementar con una perspectiva social, ya que estos proyectos podrían permitir empoderar a comunidades y pequeñas empresas, algo que se ha demostrado en comunidades indígenas del norte, centro y sur del país donde se han llevado a cabo proyectos autogestivos con resultados destacables.
Si bien no se puede juzgar antes de observar los resultados, es difícil pensar que el fracking moderno es distinto al de hace dos décadas, ya que la verdadera transición energética no se encuentra en los procesos de perfeccionamiento de técnicas de extracción, sino en abandonar progresivamente la dependencia de los hidrocarburos. Todavía estamos a tiempo de corregir el rumbo, pero ello implica romper con la inercia extractivista y apostar decididamente por un modelo que garantice seguridad energética, sustentabilidad ambiental y justicia social, en lugar de seguir comprometiendo recursos, ecosistemas y comunidades en nombre de una autosuficiencia fósil que, en el mejor de los casos, será temporal.
Profesora Investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana. Integrante del grupo: Nuestro futuro, nuestra energía; de la red de Energía y poder popular en América Latina, así como de la Colectiva Cambiémosla Ya. Correo: gioconda15@gmail.com