Al morir Alfonso Reyes, se prodigaron reflexiones como tributo, versos incluso como los de Jorge Luis Borges.
Transcurría diciembre de 1959, hace 65 años. Adolfo López Mateos tenía un año en el poder máximo de la República.
Habían sido meses de transformaciones y revueltas, con un primero de enero que trajo consigo la caída de la dictadura de Fulgencio Bautista en Cuba y el inicio del actual régimen isleño, próximo ya a los 66 años.
El movimiento ferrocarrilero había puesto a prueba al joven presidente, y tanto el régimen declinante de Adolfo Ruiz Cortines en 1958 como el naciente de López Mateos habían resuelto combinar la negociación con la mano dura.
Una y otra se presentaban cuando ambas partes buscaban una posición de fuerza.
Como en todo conflicto a lo largo de los siglos y las geografías, las tareas de mediación se volvían necesarias. (La historia conoce bien el papel de la Secretaría de Gobernación como la mediadora por excelencia.)
Un paralelepípedo de papel (me niego a llamarlo libro), denominado The Art of The Deal, encarece el manejo de la posición de fuerza, la rudeza incluso, en la negociación. Su presunto autor (la persona cuyo nombre aparece en la portada) suele tener esquemas muy básicos y repetitivos en sus planteamientos; son esquemas que ya quedan expuestos en el paralelepípedo.
Sin duda, un primer paso para comprender a dicha persona es un típico caso para el análisis del discurso; esto es, entra de lleno en campos que las humanidades dominan muy bien.
Se trata precisamente de ir elaborando las secuencias que van de las palabras (acciones verbales) a las acciones físicas, políticas, gubernamentales o de Estado.
La amenaza de imponer aranceles es un clásico primer paso en el “arte” de la posición de fuerza para doblegar a la otra parte.
Por lo demás, existe un contexto que el análisis del discurso no puede pasar por alto y que también cae dentro del ámbito de las humanidades, entendidas como el diálogo entre las disciplinas sociales y humanas y las demás disciplinas para una comprensión de las circunstancias y condiciones, comprensión tan completa como sea posible.
El contexto es muy superior al pintoresco personaje, quien aun así es un factor significativo. Después de todo, quienes consideran que la historia se mueve por dinámicas colectivas (económicas, demográficas, etcétera) y quienes consideran que más bien es hija de las acciones individuales deben reconocer que unas –aquellas dinámicas– y otras –estas acciones– son muy relevantes y se entremezclan de una manera que vuelve a la vez estimulante y exigente el análisis concreto de las situaciones concretas, según famosa frase de Karel Kosik.
Pues bien, ese contexto es la soterrada batalla entre el libre comercio mundial y el proteccionismo nacionalista.
Evoco La campaña (1990), de Carlos Fuentes, en mi libro La literatura hispanoamericana entre los siglos xix y xxi. Construcción de nación. Construcción de sentido. Construcción de públicos. Consideraciones generales con ejemplos mexicanos e internacionales (Madrid: Ediciones Cinca, 2024).
La campaña sugiere que esa batalla ocurría ya en los albores de las naciones latinoamericanas hace dos siglos: el libre comercio desafía a unos productores; el proteccionismo, a otros. Allí la tarea mediadora de los gobiernos se vuelve decisiva para impedir lo que estamos viviendo ahora: la revuelta del proteccionismo, sin duda estimulada por intereses muy específicos. (Especialistas me dicen que dichos intereses –digamos, por ejemplo, en Estados Unidos de América– son proteccionistas cuando el libre comercio amenaza sus cómodas ganancias y son expansionistas cuando los vientos los favorecen hacia esa dirección.)
Fuentes publicó La campaña cuando se elevaba la ola del libre comercio y cuando el mundo parecía tener una oportunidad única de encontrar el equilibrio entre un crecimiento intenso y pacífico, caídas las ilusiones de un socialismo de Estado que nunca resultó funcional en términos económicos.
¿Fue la desordenada “desregulación” la causante de muchos desórdenes subsiguientes? Sin duda, ganancias exorbitantes y descensos en los impuestos a los ingresos más altos despertaron el enojo de aquellos sectores que fueron simple y llanamente superados por la caída de las fronteras económicas y por el hecho de que el capital podía acomodarse donde fuera más rentable la inversión, considerando todos los factores.
Esta última conducta es elementalmente racional, pero los gobiernos no parecen haber sido bastante fuertes para compensar a los sectores superados en las dinámicas del libre mercado: apoyarlos no con subsidios ni asistencialismo, sino con mecanismos de producción sana y competitiva a nivel local, nacional, continental, mundial.
Ya los periódicos empiezan a analizar las conductas de actores económicos ante los peligros de nuevos aranceles: compran lo más que se pueda en insumos antes del 20 de enero de 2025.
Las ciencias sociales y humanas son mediadoras por excelencia. Sus análisis ayudan a la construcción de políticas adecuadas, empezando –como vimos– por la comprensión de los mecanismos de aquel que ha decidido erigirse como contrincante.
Días de exilio / Correspondencia entre María Zambrano y Alfonso Reyes (1939-1959). (Alberto Enríquez Perea [compilación, estudio preliminar y notas]. México: El Colegio de México / Taurus, 2006), recoge un emocionado texto de María Zambrano tras la muerte del poeta regiomontano; insiste en llamarlo, precisamente, mediador: “nos acompaña en el presente, como nos acompañan todos los verdaderos mediadores” (p. 269).
Maurice Biriotti sabe de la literatura como mediadora. María Zambrano habla de la “razón mediadora, que consiste en estar viendo al mismo tiempo lo inmenso y lo pequeño”. Inmensos y pequeños son los factores decisivos en cada época. La inteligencia humanística puede contribuir a esclarecerlos y aun a resolverlos.