¿Crimen organizado contra sociedad desorganizada? A ver. Niklas Luhmann viene en nuestro auxilio: La sociología de las religiones trastea las diferencias entre sociedad y organización.
Expone cómo ciertos sistemas –por ejemplo, el educativo, el eclesiástico– enfrentan el dilema entre los requerimientos como sociedad y los requerimientos como organización.
Luhmann nos permite entrever que un empresario fracasará si gobierna la sociedad como organización, con una línea de mando única, vertical y con arreglo a un solo fin, equiparable a la producción de bienes o servicios.
Una sociedad –digamos, la mexicana– es un conjunto de personas libres, de organizaciones, de instituciones, de diversidades, de propósitos, de seres que requieren de protección por su alto nivel de vulnerabilidad, etcétera.
El libro Avatares de la soberanía, de Andrés Ordóñez, revisa a fondo los orígenes filosóficos de conceptos claves, como soberanía, con fuerte influjo de la tradición filosófica hispánica, formada por Francisco de Vitoria y Francisco Valdés en Europa, por nuestra Sor Juana y Carlos de Sigüenza y Góngora en Nueva España y por Lucas Alamán en el México independiente, entre otras muchas figuras. Esta tradición hispánica es anterior a las hegemonías angloparlantes y francesa.
Desde luego, la soberanía necesita de una sociedad y de un territorio. Y, nos recuerda don Antonio Gómez Robledo en el libro de Ordóñez, necesita de un Estado precisamente para que la sociedad tenga elementos de organización a la hora de cumplir una serie de propósitos: educación, salud y seguridad son tres de los más importantes.
Hoy la riqueza humana se sintetizaría en tres factores, poniendo a punto antiguas fórmulas: la riqueza cultural, social, económica sería fruto de tres multiplicandos: trabajo, capital, organización. Esto valdría tanto “entre los individuos como entre las naciones”.
La sociedad deposita y confía en el Estado la necesidad de organizarse. Si el Estado no se organiza muy bien, respetando los distintos órdenes y niveles, proyectos y generaciones, contrapesos y acuerdos, principios y valores, la sociedad corre el peligro de perder la batalla contra “organizaciones” transnacionales ineptas para cumplir mínimas reglas de convivencia.
Friedrich Nietzsche decía: “Perdonen a este viejo filólogo que soy”. Pues bien, como viejo filólogo que soy me asombra la frase crimen organizado. ¿De dónde vendrá?
Más de 186 mil personas muertas en poco más de cinco años, la mayoría jóvenes de nacionalidad mexicana, no nos hablan precisamente de “organización”. Especialistas como Eduardo Guerrero Gutiérrez nos dirán si esas lamentabilísimas muertes evitables se dan en su mayoría por la disputa de territorios.
¿El crimen “organizado” se desorganiza y reorganiza peleando por poseer los tres factores claves de la soberanía: gente, territorio, jurisdicción?
Carmen Aristegui ha dado reporte puntual de uno de los mayores crímenes recientes: una familia entera en Chiapas –once personas, incluyendo mujeres y adolescentes y dos catequistas– defendía Nueva Morelia frente a dos carteles que buscan explotar minas clausuradas. (Recordémoslo: Lázaro Cárdenas es uno de nuestros mejores presidentes entre otras causas por su defensa y recuperación del subsuelo.)
Gabriela Warkentin ha entrevistado a quienes van por el país averiguando las condiciones reales para que ejerzamos el voto. ¿La imposibilidad del voto libre es un indicador de pérdida de territorio?
Con prosa de gran maestro –precisa, visible como una muy buena película–, Gore Vidal nos va contando en Lincoln las decisiones de un presidente que estuvo a punto de ser asesinado durante los días próximos a su toma de posesión y que enfrentó el mayor desafío para un mandatario: el inminente desmoronamiento del país que se le confió. Abraham Lincoln tenía clara la estrategia, pese a eventuales errores tácticos, y poseyó además el genio de resumir en un solo discurso todas las emociones de esas horas y todas las deudas frente a tantos jóvenes caídos en los campos de batalla. El discurso, además, fue breve y aún se recuerda.
Quienes este 2 de junio recibirán la orden –el mandato– de ejercer cargos ejecutivos a nivel federal, estatal, municipal, deberán reunir habilidades organizativas extremas, visión estratégica frente a un mundo cada vez más diverso y desafiante y capacidad discursiva para unir al país como lo hicieron genios organizativos de la magnitud de Lincoln y de Winston Churchill en “las horas más oscuras”.
Enrique González Pedrero nos rindió una magnífica biografía de Antonio López de Santa Anna, con el significativo título de País de un solo hombre. De Rafael F. Muñoz a Enrique Serna, la literatura también ha hecho la tarea: ha retratado a este jalapeño que sería pintoresco si no hubiera sido tan dañino. (Yuval Noah Harari llamó “ganga del milenio” al regalo de dos millones de kilómetros cuadrados allá entre 1836 y 1848; añado que Santa Anna es el único mexicano que no necesitó visa para entrar en Texas, sino más bien para salir: el pago para escapar vivito de Texas fue… Texas entera.)
Al paso de los años, una verdad quiere permanecer estable: el dominio territorial es el abc de la Realpolitik en nuestra patria.
Y cada kilómetro cuadrado está en la esencia de la soberanía.
Académico e investigador