El mensaje de Joe Biden tras el atentado contra el aspirante republicano nos permite repensar el asunto del lenguaje y la política.
Biden sugirió una especie de tregua durante la campaña en curso: después de todo, se trata de un mismo país con un proyecto general en común. Las diferencias políticas son normales y son necesarias en la democracia y no deben desembocar en violentas enemistades.
Alguna página de Sobre el poder, de Byung-Chul Hahn, remite a Friedrich Nietzsche y al carácter lingüístico, incluso “poético”, del poder.
A fin de cuentas el poder público depende mucho de una comunicación efectiva ante cada uno de los acontecimientos, en especial los inesperados.
La pragmática de la comunicación distingue entre refutación argumentativa y refutación pragmática: la primera pone en duda las razones de una persona; la segunda pone en duda a la persona entera.
Resulta muy tentadora la refutación pragmática: si descalifico a la persona, habré ganado la batalla sin entrar en los matices de sus argumentos, razones o razonamientos.
Tan tentador es este tipo de refutación que se ha abusado del mismo y casi se ha vuelto la única arma en más de una campaña y en más de un debate.
Ahora bien, las estadísticas nos andan mostrando que es mínimo el efecto concreto de la refutación pragmática o ad hominem. Es mínimo o incluso nulo y hasta contraproducente.
En el debate del 27 de junio Biden llamó a su oponente el peor presidente de la historia norteamericana; recibió el mismo juicio por parte del oponente.
Habría que decirles a ambos que hacer ese tipo de juicios no les corresponde a ninguno de ellos, sino a la sociedad a lo largo de la historia. Si “arrogarse” significa “atribuirse indebidamente una función o tarea”, habría que reconocer que ambos fueron arrogantes al momento de emitir ese respectivo juicio contra el otro.
En resumen, habría que aconsejar a los despachos de asesoría de campaña disminuir las refutaciones pragmáticas y preparar, en todo caso, refutaciones argumentativas que resulten persuasivas y atractivas en esta época de pantallas impacientes.
Desde los miradores y las almenas de la filología y de las humanidades dejan percibirse estos y otros matices en la comunicación pública. Vislumbro, eso sí, un hueco y hasta fractura entre la investigación filológica y las compañías de consultoría y asesoría para cuestiones de comunicación pública.
Si de huecos y fracturas se trata, tenemos todo tipo de unos y otras en la comunicación y en la coordinación de las personas. Rodrigo Garza Arreola me hace ver una reflexión de su maestro Gary Becker, el célebre economista de una de las más prestigiosas instituciones de educación superior norteamericanas: la riqueza de las naciones ya pasó de depender de la especialización, como lo señaló Adam Smith en el siglo xviii, y se basa cada vez más en la coordinación de las especializaciones.
Muy modestamente señalo esa falta de coordinación en México: no nos comunicamos bien los especialistas en comunicación.
No nos comunicamos bien unos con otros y en ocasiones no comunicamos bien nuestras propias conclusiones a las distintas comunidades de lectores.
Partes enteras de 2666 de Roberto Bolaño se dedican al mundo académico. Mi conclusión es que el autor chileno y mexicano desconocía ese mundo.
Una (auto)crítica debería consistir en reconocer la densidad a veces impenetrable de nuestra propia escritura, en el umbral de la incomunicabilidad. Marlene Rall nos decía:
––Escriban de modo que sus estudiantes les entiendan.
Aun así, nuestras aportaciones son valiosas y deberían conocerse más, sobre todo si consideramos el fortísimo carácter comunicativo del poder público.
La doctora Margarita Palacios nos ofrece un ejemplo de estilo muy accesible sobre un tema de nuestro tiempo: se refiere al “caso Zaldívar”, de 2021. A partir de este caso tan local, la investigadora presenta un problema universal, a la vez político, lingüístico y jurídico: el empleo de las palabras –de los conceptos– para interpretar las leyes a favor de una u otra postura y la dificultad para resolver dicho caso en un sentido u otro.
La ley es muy clara: imposible la reelección del presidente de la Corte, titular de uno de los tres poderes de la Unión. Ahora bien, es posible encontrar un hueco y decir que no se busca la reelección, sino la prolongación.
En 2024 el mismo esquema se advierte en la asignación de porcentaje de legisladores a la coalición ganadora: alrededor de 53 % según los votos conquistados; alrededor de 72 % según una interpretación de la ley.
El texto de la doctora Palacios es un ejemplo de prosa académica a la vez profunda y accesible, pertinente y concisa.
Lo encontramos en el volumen Resignificaciones, editado por ella, por Fernando Castaños y por Juan Nadal y aparecido este mismo año bajo el sello de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Una misión principalísima de las humanidades consiste en encontrar las redes de relaciones invisibles, intangibles, pero muy influyentes en la vida íntima, privada y pública.
Y, para esta época sin síntesis, como la llama Fernando Solana Olivares, también nos corresponde asediar las necesarísimas síntesis comprensivas de los grandes movimientos de la existencia.
Los seres humanos generamos signos todo el tiempo, sí, y luego los reformulamos: significamos y resignificamos.
La salud de Joe Biden y la oreja de su oponente motivan afirmaciones y refutaciones: significaciones y resignificaciones, articulaciones argumentativas y rearticulaciones conforme a patrones muy dinámicos y muy comunes del lenguaje humano.
La antropología y la arqueología nos dirán si estos patrones básicos existen desde que nació el lenguaje. Más aun, ¿el homo sapiens fue posible justo gracias a patrones argumentativos, cuyo número no debe rebasar los veinte o treinta?