Ya había pensado leer Esperanza. Autobiografía, de Francisco. Es que mis investigaciones actuales rondan el tema de las “escrituras del yo”.

Hoy la inminencia de un cónclave vuelve más interesante la lectura, que puede hacerse en claves tanto personal como familiar, cultural, pastoral, espiritual y política.

Por lo pronto, en las páginas que llevo trasteadas Francisco resalta los orígenes italianos de su familia por ambas líneas. Quizá este fue uno de los muchos factores decisivos a la hora de elegirlo: era un candidato entre dos mundos, entre dos continentes. Su elección favorecía un relativo regreso de la otrora absolutamente dominante sangre italiana, hegemónica en aquellos tiempos en que era como si la silla papal se hubiera endosado a la península itálica por varios siglos y para muchos más.

Pues bien, el apellido Bergoglio circulaba por Turín y sus alrededores desde por lo menos el siglo xix, y Francisco nos cuenta que su primer idioma no fue el español, sino el italiano o el piamontés o una variante muy específica de uno u otro. En todo caso, la identificación del pontífice con Italia era casi tan fuerte como su identificación con Argentina.

A muy altos niveles de decisiones planetarias por parte de un conjunto de personas (elección a cargo de un consejo o jurado o concilio o colegio), parecería ser que la convergencia de más de una nacionalidad, de más de un origen, jugaría hasta cierto punto a favor del candidato en un mundo cada vez más consciente de las diversidades y de los crecientes puntos geoestratégicos, de las múltiples ideologías y corrientes de pensamiento.

Otro ejemplo tengo a la mano: el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa en 2010. El año se prestaba: dos siglos exactos del inicio de las guerras independentistas en varios países, entre ellos México. Y la doble nacionalidad de Vargas Llosa también se prestaba: peruano y español. Implícita había en su persona una conciliación entre los viejos enemigos.

Esperanza comienza con un intenso relato sobre migrantes y combatientes con nombre y apellido: los propios abuelos y los paisanos de los abuelos. Francisco contextualiza así su defensa de los migrantes, de los pobres, de los pacifistas: las historias que le contó el abuelo, sobreviviente milagroso de la Primera Guerra Mundial, fueron dándole una idea de los horrores de las guerras.

Francisco hace un elogio del cine. Celebra el neorrealismo italiano, que en los años cuarenta y cincuenta llegó hasta Buenos Aires. También festeja La strada y La dolce vita de Federico Fellini. Pues bien, ahora otra película, Cónclave (2024), casi nos parece una suerte de preámbulo de un cónclave donde batallarán dos grandes tendencias, como las que marca el filme: el espíritu progresista del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, de los italianos Matteo Zuppi y Giogio Marengo y de Peter Turkson, de Ghana, y el espíritu conservador del norteamericano Raymond Burke, del húngaro Peter Erdo, del holandés Wim Ejk, del congolés Fridolin Besungu y del guineano Robert Sarah. Posturas mediadoras tendrían el italiano Pietro Parolin, secretario de Estado con Francisco desde 2013, y el maltés Mario Grech, así como el checo Christoph Schönborn (y el tapado, según decían los buenos viejos tiempos).

Con mil trescientos millones de fieles (unos más activos que otros, algunos quizá más bien nominales), la Iglesia católica es la congregación internacional más grande del mundo, y su comunidad equivale en número a la población de la India o a la de China. Muchas personas entre esos mil trescientos millones se sienten al borde del abismal apartamiento e incluso de la expulsión por ser divorciados o por insistir en la mayor participación de las mujeres o por pertenecer a la comunidad lgtbiq+ o por defender a los migrantes o por alguna otra causa. Un papado conservador acaso desahuciaría muchas vocaciones y esperanzas. Ya se verá.

Otro filme corre en estos días. Se trata de Pare Nostre, dirigido por Manuel Huerga conforme a un guion de Toni Soler.

Decía Teresita de Lisieux que para alcanzar su verdadera estatura tenía que alzar los brazos. Quizá esto le hubiera venido bien a Jordi Pujol, el poderosísimo jefe del gobierno catalán por más de dos decenios (1980-2003). Le hubiera venido bien el gesto de alzar los brazos en señal de agradecimiento y de compromiso cuando tomó las riendas del gobierno, para que no tuviera que alzarlos en señal de súplica de perdón o expresión de inocencia cuando comenzaron a sucederse los rumores de actos ilícitos en un entorno tan inmediato que abarcaba a su familia, incluida la esposa e incluidos dos o tres de los hijos varones.

Pare Nostre nos va mostrando el destape de los escándalos, las tensiones al interior de la familia Pujol Ferrusola y las estrategias de control de daños por parte del patriarca unas horas antes de que se hicieran públicos los documentos y los argumentos inculpadores. Entre los esfuerzos de Pujol se cuenta una llamada a Juan Carlos I en aquel 2014 en que el monarca acababa de abdicar. La tensión estalla: tenían muchos lazos en común, pero el antiguo monarca no podía de ningún modo avalar el independentismo de Pujol. Éste se defiende asegurando que gracias a él el independentismo encontró un cauce moderado durante casi un cuarto de siglo. Cosas de cada quien. Cosas de interpretación. Cuestión “de enfoques”, esto es, de interpretaciones más o menos subjetivas, más o menos a modo.

El título alude al catolicismo conservador de la familia, y es por desgracia un título irónico si se consideran desfalcos o desvíos o ganancias de alrededor de 500 millones de euros (más de diez mil millones de pesos) por parte de los Pujol incriminados. Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, parece haber sido en la vida real un factor más determinante que como se deja traslucir en la película. Era campeona del nacionalismo catalán y fue determinante en la fundación y el ascenso político de Convergencia, dominante en Cataluña por años.

Ambas películas, Cónclave y Pare Nostre, aparecen en momentos estratégicos. El momento de Cónclave es obvio; el momento de Pare Nostre podría ir anticipando las elecciones de 2027 en España. Golpear a Pujol (cuyo juicio se celebrará este noviembre) es golpear la línea de flotación del independentismo. En todo caso, el cine confirma con ambos filmes su poder de representación.

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