En México, una de las celebraciones más importantes que compartimos la mayoría de las personas que habitamos este país es el Día de Muertos. Por medio de diversos rituales y símbolos, conmemoramos uno de los misterios más profundos, el umbral de la vida y la muerte, pero le damos un sentido particular al creer que en estos días lo visible y lo invisible se tocan. Este misterio, nos confronta a pensar y reflexionar acerca de cuál es la mejor ofrenda que podemos darle a nuestros seres amados que han fallecido por causas inherentes al paso del tiempo, por las enfermedades o cuestiones naturales, pero también hacia aquellas y aquellos que nos han sido arrebatados y que, en palabras simples, no debieron morir.

Dedico esta columna a estas últimas, aquellas personas que han sido asesinadas, víctimas de la violencia criminal pero también a causa de los crímenes del Estado y su abdicación de proteger la vida e integridad de sus ciudadanos, hoy están presentes en mi ofrenda y en mi vida. También, a aquellos padres y madres que han sufrido la pérdida de sus hijos e hijas, los cuales han enfrentado en carne propia el más grave daño y dolor que pudiera vivir una persona.

El ex Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Antônio Augusto Cançado Trindade, al referirse a la pérdida de un hijo o una hija, definió con estas palabras la gravedad y magnitud que conlleva este dolor: “... mientras que la persona que pierde su cónyuge se torna viudo o viuda, el que pierde el padre o la madre se torna huérfano, los idiomas (con excepción del hebreo) no tienen un término correspondiente para el padre o la madre que pierde su hijo o hija. La única calificación (en hebreo) de esta situación traduce “la idea de abatimiento del alma” ...

Este vacío semántico se debe a la intensidad del dolor, que hace que los idiomas eviten nominarlo; hay situaciones de tan intenso e insoportable dolor que simplemente “no tienen nominación”.

Es como si nadie se atreviera a caracterizar la condición de la persona que las padezca.

Este dolor que no puede ser nombrado porque pareciera ser insoportable, se profundiza por la impunidad y la falta de justicia. Una profunda soledad y frustración en la que se encuentran estos padres y madres, frente a la nula respuesta de las autoridades y la propia indiferencia social.

Para los gobiernos federal, estatales y municipales, estas hijas y estos hijos que fueron arrebatados a sus padres y madres dejan de existir al convertirlos en cifras. Ante este abatimiento del alma, los gobiernos y la indiferencia social los desaparecen y los convierten en papeles dentro de un expediente. En el peor de los casos, los transforman en un “número de fosa” y se quedan enterrados en panteones y en lugares clandestinos, así como también en Semefos carentes de toda dignidad.

En estos días en los que la mayoría hacemos una pausa para reflexionar en torno a la vida y la muerte, tomémonos un momento para intentar comprender lo que significa perder a nuestros seres más queridos a causa de la violencia criminal, a manos de las propias autoridades o por su indiferencia. Además de acudir a los panteones y poner nuestras ofrendas, démonos unos minutos para conocer alguno de los casos, busquemos las historias de las víctimas que nos transmiten sus familias y los colectivos de víctimas a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Más aún, abracemos y démosle un poco de consuelo a estos padres y madres, seguro conocemos a alguno, mostremos nuestra solidaridad y empatía, acompañándolos en su búsqueda de justicia.

Para todas aquellas personas que han perdido a un hijo o hija, en este día en donde a través de nuestras tradiciones los recordamos con amor y con nostalgia, desde el corazón, les digo a ustedes y a toda la sociedad, que, si realmente escuchamos el dolor, si realmente asumimos la memoria de nuestros muertos, podremos entre todas y todos encontrar a nivel humano, político y social, opciones para alcanza la justicia y el camino de la paz, que tanto merecemos como nación.

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