El reciente anuncio de un nuevo cuerpo policíaco en México, liderado por el secretario Omar García Harfuch, despierta en mí una mezcla de esperanza y reflexión sobre el futuro de la seguridad pública en el país. Esta policía de investigación e inteligencia se presenta como un esfuerzo serio y profesional para enfrentar la profunda crisis de inseguridad que nos aqueja. Su propuesta marca un giro prometedor: abandona las decisiones improvisadas y poco fundamentadas que caracterizaron el pasado reciente —hace apenas seis años— y apuesta a técnicas probadas y una visión de mediano y largo plazo.

Sin embargo, el optimismo no puede ser absoluto. Construir un cuerpo policíaco sólido y profesional es una tarea titánica, y en México hemos tropezado con ella una y otra vez. La simple propuesta de combinar investigación e inteligencia provoca debates estructurales. La historia nos lo recuerda con crudeza: cada administración parece decidida a borrar lo hecho por la anterior y empezar desde cero, como si la continuidad fuera una maldición y no una necesidad natural de desarrollo. Ahí están los ejemplos. En 1999, bajo Ernesto Zedillo, figuras como Jorge Tello Peón y Wilfrido Robledo y otros extraordinarios funcionarios intentaron sentar las bases de una estructura duradera a través de lo que conocimos por 20 años como la Policía Federal.

Posteriormente y en la administración Foxista con el liderazgo de García Luna nace La Agencia Federal de Investigación (AFI) y con él también, en el sexenio Calderonista se catapulta la Policía Federal que crece cuantitativa y cualitativamente con liderazgos visionarios como el de Facundo Rosas y otros líderes de la época, pero también entendiendo que lo local era fundamental, se lanzó el proceso de depuración, equipamiento y profesionalización más articulado y lógico que ha tenido el país. Gracias a ello surgieron liderazgos políticos y policiales locales que destacaron por su compromiso en ese momento.

Con el Presidente Peña Nieto se crea la Gendarmería, sin duda, el proyecto de profesionalización policial más ambicioso en la historia del país hasta ese momento, donde Monte Alejandro Rubido y Manelich Castilla aportaron una visión profesional de altura. La Coordinación Nacional Antisecuestro (CONASE) aunque no fue una estructura policial independiente, sí es un ejemplo de lo que la articulación institucional local y federal pueden lograr y esa visión la aporto Renato Sales y después Patricia Bugarín. Todos estos ejemplos surgieron con fundamentos técnicos sólidos, pero terminaron desmanteladas por falta de visión o simples caprichos políticos. La Gendarmería, en particular, es un caso doloroso: con una inversión inicial de 6 mil millones de pesos en los dos primeros años, se desvaneció por decreto tras el cambio de gobierno a finales del 2018. Es la maldición recurrente de este país: sacrificar avances en el altar de la política partidista.

En este contexto llega Omar García Harfuch, un hombre con credenciales difíciles de ignorar. Ha estado en el terreno, se preparó en la Policía Federal, lideró la Agencia de Investigación Criminal, dirigió la segunda policía más grande del mundo la de la CDMX y cuenta con una notable aceptación social. Más importante aún, tiene el respaldo total de la presidenta Sheinbaum, un factor crucial: sin el apoyo del jefe, cualquier esfuerzo está destinado al fracaso. El nuevo cuerpo policíaco que propone viene con estándares ambiciosos: un rango de edad de 23 a 35 años (aunque él mismo plantea subir el límite a 38 para ampliar el reclutamiento) y 1,450 horas de capacitación en nueve meses, un nivel comparable al de la Gendarmería. Son requisitos que suenan bien, pero que enfrentan un desafío cultural profundo: en México, ser policía no es una vocación atractiva, son pocos los contrapesos de reconocimiento social y el riesgo es enorme. La animadversión hacia la profesión ha crecido en las últimas dos décadas, y revertirla exige más que buenas intenciones. Este cuerpo de élite necesitará salarios competitivos, prestaciones dignas, una sociedad agradecida y una carrera de largo plazo para captar y retener talento.

Porque un buen policía en México no se hace solo con preparación técnica. Requiere convicción, pasión y, sobre todo, certidumbre personal y laboral. Pero también necesita un sistema que no dinamite sus esfuerzos cada seis años. ¿Qué pasó con los gendarmes, con los 5 mil elementos de la Policía Federal? ¿Dónde quedaron sus carreras, sus vidas? Desperdiciar ese capital humano es una tragedia que no podemos seguir repitiendo.

Creo con firmeza que la solución a la inseguridad pasa por policías profesionales y bien estructuradas. El éxito dependerá de que le demos tiempo, recursos y, sobre todo, un respaldo político que trascienda los sexenios. Por ahora, me propongo seguir este proceso de cerca y exigir que, esta vez, no tropecemos con las mismas piedras políticas y paradigmas irracionales del pasado.

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