Confieso que enfrenté varios dilemas al redactar esta colaboración. El tema que nos ocupa —aunque surge en el ámbito privado— ha tenido un impacto determinante, incluso dramático, en la vida pública de Baja California. Nunca es una buena noticia cuando el núcleo fundamental de toda sociedad, la familia, sufre una ruptura como el divorcio. Por eso, el respeto a la intimidad en estas decisiones suele ser sagrado. Sin embargo, lo privado se transforma en público cuando los protagonistas ocupan posiciones de poder cuyas repercusiones afectan a miles de ciudadanos. Ese, precisamente, es el caso aquí.

Desde el escándalo del 10 de mayo del 2025, tras el retiro de las visas estadounidenses a la gobernadora Marina del Pilar Ávila y a su esposo Carlos Torres, era previsible un desenlace inevitable derivado en presunto “divorcio”. Y así ha sido: la hipótesis se materializó en una escandalosa realidad en tiempo récord. Esta decisión permite al menos dos lecturas. La primera: que Carlos Torres haya asumido una postura caballerosa, cargando con toda la responsabilidad ante las autoridades de Estados Unidos y eximiendo a su esposa de cualquier implicación. La segunda: que el enojo de la gobernadora por el presunto abuso de poder de su aún esposo —que derivó en consecuencias legales internacionales— la impulsara a romper definitivamente con quien, al final, deslegitimó su gobierno. Marina desperdició una oportunidad única, sí fue y es la primera mujer gobernadora de Baja California, y también es la primera gobernadora en perder su visa en la historia de México. ¿Qué desperdició? Su buen paso y reconocimiento en la memoria política del estado y el país.

Carlos Torres es un hombre inteligente y astuto, aunque su historial lo define como alguien que siempre termina por destruirlo todo. Durante casi dos décadas, navegó con maestría las turbulentas aguas de la política mexicana. Desde joven, destacó en el PAN: fue funcionario público federal y local, candidato a la alcaldía de Tijuana, legislador, ahijado político de Felipe Calderón Hinojosa y, sorprendentemente, logró acompañar al presidente Andrés Manuel López Obrador en sitios privilegiados durante sus giras por Baja California. Por su parte, Marina del Pilar Ávila, originaria de Mexicali, es una abogada joven, preparada y articulada. Representa esa corriente del “nuevo morenismo” —o, si se prefiere, del morenismo/panismo oportunista— que le permitió escalar posiciones con una rapidez inusual. La gobernadora tuvo fuertes vínculos en el PAN entre 2010 y 2015; en 2016 se acercó a Morena y, en 2018, fue electa diputada federal. Solo unos meses después, solicitó licencia para contender por la alcaldía de Mexicali, que ganó en 2019. Ocupó el cargo apenas 16 meses antes de pedir otra licencia para aspirar a la gubernatura, que obtuvo en 2021, convirtiéndose en la primera mujer en gobernar Baja California.

Su trayectoria institucional es tan meteórica como breve: diputada federal por seis meses, alcaldesa por dieciséis y gobernadora durante los últimos cuarenta y siete meses. Hasta el 10 de mayo, pocos bajacalifornianos podían competir con ella en asistencia a conciertos y eventos masivos, el gran error que aún no puede asumir. Su hiperactividad en redes sociales —con videos navideños, mensajes del Día de las Madres y una exposición mediática constante— sugería que priorizaba convertirse en influencer antes que asumir la responsabilidad de gobernar. En ese contexto, la influencia de Carlos Torres ganó relevancia en la entidad. El odio visceral del exgobernador Jaime Bonilla contra Marina —y especialmente contra Torres— surgió del poder que este último ejercía tras bambalinas: colocando a expanistas en puestos clave del gobierno y el Congreso local.

La debilitada presencia pública de Marina del Pilar desde el mes de mayo refleja el profundo impacto de esta crisis privada en su esfera política. El castillo se derrumbó de forma estrepitosa, deslegitimando su figura como gobernante y reduciéndola a una mera administradora. Esta imagen la perseguirá hasta el final de su mandato... y más allá, teñida de dudas y especulaciones, y se suma aún más que es vox populi que Torres continúa ejerciendo el poder detrás del trono, la lección no se aprendió. En la historia humana abundan en ejemplos: el momento de mayor riesgo para cualquier persona es la cima del poder. Allí, los vientos de la autoridad generan una ilusión de invencibilidad, alejando al individuo de la sensibilidad y la conciencia real. Es entonces cuando los “likes” comprados [sobre todo en la promoción de divorcio] se convierten en una droga que alimenta la euforia y nubla la realidad que sufren los ciudadanos, cada vez más distantes de sus líderes.

Como en la vida misma, lo que llega fácil, se va igual de rápido: el amor, el poder, la imagen y el legado. Todo se desvanece. Lo que perdura es lo esencial: miles de homicidios, un gobierno mal administrado que no resolvió lo prioritario, un deterioro en la calidad de vida, la salud, la educación y la seguridad de los bajacalifornianos. Por más publicidad, acarreados o campañas mediáticas pagadas con recursos públicos, los rechiflos y abucheos terminarán alcanzando la nube en la que creían flotar.

Es por demás obvio que se generó una campaña de posicionamiento en redes sociales sobre el divorcio, lo cual es deplorable al convertir la vida privada en espectáculo. Y sobra decir que esto no servirá para recomponer ninguna de las dos figuras. Al contrario: avivará sospechas y, por supuesto, no generará interés en la esfera política de primer nivel de Morena, mal harían los liderazgos si cierran fila por la figura de Marina como víctima, pero todos sabemos que como, lo mencionó el presidente AMLO en su momento sobre el caso de Segalmex, “el director no sabía, lo engañaron”. El rompimiento de la presidenta Sheinbaum con su otrora marido, por ejemplo, no ocurrió en un momento crítico ni se usó para paliar una caída política. Es claro que Marina navega sin rumbo.

Hoy sabemos que la gobernadora de Baja California está intentando reposicionar su imagen y utilizar señuelos para contar con apoyo político; sigue intentando burlar al poder federal y específicamente a la presidencia con falsos distanciamientos entre sus colegas en el Senado y la Cámara de Diputados. El mismo grupo sigue acuerpando a la gobernadora, para qué mentir. Puedo decir que todo lo que sube tan rápido, no solo caerá con la misma velocidad, sino que se convertirá en una anécdota de lo que no debe hacerse en materia política, una lección para la carrera de Ciencias Políticas.

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