Cinco años después de aquella imagen icónica de una Plaza de San Pedro iluminada con antorchas cuya luz temblaba al fragor de una leve pero pertinaz lluvia, el recuerdo vive. La noche del Viernes Santo: El papa Francisco camina lento como si lo agobiara un gran peso, como mil cruces rumbo al nuevo Gólgota. Y solo también en la oración frente al Cristo del Milagro, aquel que la tradición ubica como quien ahuyentó de Roma una epidemia de peste hacía 500 años. El flagelo ahora, entonces, era el Covid-19 y su larga secuela de víctimas.
La escena, bajo otro parámetro, regresó el domingo pasado, fiesta de la resurrección de Cristo. El Papa frente al balcón central de la portada de la basílica de San Pedro, de cara a la multitud, pero también de cara al viento helado. El riesgo frente a la expectación de un mensaje y bendición urbi et orbi (de Roma para el mundo). El resumen de un pontificado de 12 años: paz, fraternidad, misericordia, esperanza. El diagnóstico de una humanidad enferma, y la receta de fraternidad. El Papa no lee. El Papa sólo saluda, palabras leves, lentas, fatigosas. Y la bendición de la indulgencia plenaria traduce el esfuerzo de quien se sabe agotado.
No obstante, el Papa decide recorrer la plaza de los brazos abiertos con forma de columnas, como tantas mañanas de miércoles. La gente, su gente, los niños, sus niños. La última vez como la primera: abrazando, acercando, aunque el evidente sufrimiento impide la habitual sonrisa…o quizá la broma siempre a flor de piel.
La otra Semana Santa. El Papa que recorre, convaleciente, la basílica de San Pedro. El Papa que sale de su casa para ir una cárcel el Jueves Santo. El Papa que desafía a la prudencia en el Urbi et Orbi.
El mensaje llegó el día que, con cautela, con resquemores, los médicos decidieron su alta del Hospital Gemelli tras dos episodios de altísimo riesgo, cuando el pontífice argentino, mejor dicho, latinoamericano, ya a unos metros del Vaticano, a unos minutos del descanso en su sencillo departamento de la Casa Santa Marta, decide desviar la ruta para entregar un ramo de flores que le había regalado a su vez una mujer, a la Virgen icónica de la Basílica de Santa María la Mayor.
El Papa, frágil de envoltura, quebrado de sufrimiento, pero férreo de espíritu, decide omitir o quizá solo acotar la recomendación de una convalecencia de dos meses con reposo casi total, morir como el primer día de su pontificado. Como en su época de arzobispo de Buenos Aires: bendiciendo a las ovejas”. Salgan del confort de los tronos episcopales, recomendaba a los obispos, para encontrarse con la gente”. La iglesia en sinodalidad. El papa Francisco en camino con el pueblo, junto al pueblo.
Nuevo Vía Crucis: Morir en la misma senda.
Embajador de México ante la Santa Sede