Hay que pasar de la indignación y el desconcierto para entender qué está pasando desde que Trump tomó de nuevo el poder, el pasado 20 de enero. Hay dos entradas que pueden ayudar, una es la que ha elaborado Nancy Fraser y otra es un editorial reciente de David Brooks en el New York Times.
Se ha editado un libro interesante de Fraser, ¡Contrahegemonía ya! (Siglo XXI, 2019). En el texto hay ensayos y entrevistas que explican lo que pasaba con el primer gobierno de Trump, sin embargo, la explicación sirve también para comprender al segundo Trump. La autora recurre al concepto de Gramsci, hegemonía, para “designar el proceso por el cual una clase dominante hace que su dominación parezca natural, al instalar las premisas de su cosmovisión como el sentido común de la sociedad en su conjunto”. Sin duda, eso intentan muchos gobernantes para prolongar sus proyectos políticos más allá de sus periodos administrativos, pero no todos lo logran. El trumpismo de hoy es una continuación que se profundiza y se amplifica. AMLO tuvo éxito y Trump regresó para terminar la tarea.
Trump llegó con un despliegue de recursos de poder mediante órdenes ejecutivas para todas sus ocurrencias y deseos. Como un poderoso gerente que tomó posesión del cargo, quiere aprovechar su condición de ganador y avanzar todo lo posible. Con amenazas reales y ficticias y con intimidación, despliega sus proyectos para modificar a su favor un orden global que atraviesa por graves problemas. Hay trumpismo para destruir el multilateralismo, para acabar con la pluralidad y las políticas de reconocimiento, terminar con las políticas ambientales, salirse de los organismos y pactos internacionales como la OMS y el Acuerdo de París, hasta la locura de demandar al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Trump fija una agenda que obliga a los otros a ponerse a la defensiva: a Dinamarca por Groenlandia, a Panamá por el control del Canal, a México y Canadá por aranceles, a Colombia y otros países para recibir deportados, a Gaza para volverla una riviera del Medio Oriente. Dentro de Estados Unidos quiere desconocer la ciudadanía por nacimiento, cierra la agencia de cooperación USAID (con un presupuesto de 27 mil millones de dólares en 2024), monta operativos para la deportación en ciudades santuario y un largo etcétera. Cada día una novedad, una locura, o una estupidez, como dice Brooks.
En su artículo Brooks dice que: la estupidez es un comportamiento que no se pregunta ¿qué pasará después? Por eso, señala que su predicción es que Trump y su gobierno producirán en los próximos cuatro años “un flujo constante de políticas estúpidas, y cuando las consecuencias de esas políticas empiecen a golpear el índice de aprobación de Trump, cambiará de rumbo (…) Ama la popularidad más que cualquier idea” (The New York Times, 30/01/2025). El editorialista desarrolla varios principios sobre la estupidez, como los comportamientos que generan desconcierto, los peligros de la negación, la falta de conciencia. Esas formas de estupidez no se oponen a la inteligencia, sino a la racionalidad.
Fraser argumenta sobre la necesidad de ejercer una contrahegemonía, que llevaría a combatir el sentido común del trumpismo y la ultraderecha que hoy parecen conquistar cada vez más espacios. Dar la pelea por otra visión del mundo, otro sentido común. En Estados Unidos poco a poco las fuerzas que se oponen al trumpismo han empezado a responder y, de igual forma, en otras partes del mundo. Con recursos jurídicos se empiezan a detener varias órdenes ejecutivas de Trump. En México el gobierno de Claudia Sheinbaum ha realizado acciones de racionalidad para posponer los aranceles. En el plano internacional prácticamente todo el mundo árabe se opone a que el trumpismo se apropie de Gaza; ya hay 79 países que han salido en defensa del Tribunal de La Haya (El País, 8/02/2025). Quizá pronto se empezarán a ver los excesos y las estupideces del trumpismo que terminarán por afectar negativamente su aprobación. Trump ganó la elección sólo por dos millones de votos y en dos años vienen los comicios intermedios.
Algunas voces son optimistas, por ejemplo, Joseph Stiglitz consideran que pronto habrá “descontento y la gente despertará”. ¿Será?
Investigador del CIESAS. @AzizNassif