La inflación está de regreso y amenaza con quedarse. Sólo la actuación constante, fuerte y decisiva por parte de los bancos centrales puede evitar que este riesgo se convierta en realidad.
Después de años de situarse por debajo de los objetivos de la mayoría de los bancos centrales, la inflación ha avanzado fuera de la zona de confort tanto de los hogares como de las empresas y los responsables de las políticas públicas. La guerra en Ucrania elevó los precios de las materias primas y de la energía, contribuyendo a una inflación también avivada por la respuesta fiscal y monetaria a la pandemia.
En nuestro Informe Económico Anual más reciente, en el Banco de Pagos Internacionales echamos un vistazo “bajo el cofre” al proceso de inflación para examinar más de cerca qué es lo que hace que su motor funcione. Examinamos por qué y cómo los cambios en el precio de los artículos en una canasta básica pueden transformarse en una inflación de base más amplia. Identificamos dos fases de inflación distintas con características y comportamientos muy diferentes.
Cuando la inflación es baja durante mucho tiempo, se desvanece de la conciencia pública. Incluso los saltos en los precios de los bienes comunes, como los alimentos y la gasolina, dejan poca huella a largo plazo y no afectan las expectativas de inflación futura. La inflación se estabiliza en un nivel bajo. Esto es lo que ha sucedido en las economías avanzadas durante las últimas dos décadas.
Pero si el aumento de los precios individuales es lo suficientemente grande y ocurre con frecuencia, la gente lo percibe más claramente. En dicho entorno, y sobre todo con políticas monetarias y fiscales acomodaticias, se arraiga la sicología de la alta inflación. La gente comienza a exigir salarios más altos para recuperar las pérdidas en el poder adquisitivo. Toman medidas para protegerse de los futuros aumentos de precios. Intentan vincular de manera automática sus salarios a la inflación. Del mismo modo, con una inflación alta, las empresas tienen más incentivos para subir los precios y compensar los márgenes de ganancias reducidos.
Con los salarios persiguiendo a los precios, y los precios persiguiendo a los salarios, puede venir un aumento perjudicial y reforzado de la inflación. Una vez que se establece una espiral de precios y salarios, el impulso es difícil de detener. La inflación alta engendra una inflación más alta. En ese punto, es mucho más difícil volver a un entorno de baja inflación: se necesita más esfuerzo para reducir la velocidad del vehículo una vez que su velocidad de crucero ha aumentado.
Nos estamos acercando a ese punto de inflexión. En muchos casos, los bancos centrales han actuado de forma decisiva para evitar pasar de una era de inflación baja a una de inflación alta. Pisar el freno, en lugar de simplemente quitar el pie del acelerador, podría ser perjudicial temporalmente para la economía, pero vale la pena si con ello se evita una desaceleración aún más pronunciada y perdurable en el futuro.
Es cierto que la situación actual es delicada para los bancos centrales de todo el mundo. Las perspectivas de crecimiento se están oscureciendo. Incluso podríamos ver que la inflación se combinara con un estancamiento del crecimiento para revivir el espectro de la estanflación mundial. La combinación actual de alta inflación junto con niveles de deuda históricamente altos no tiene precedentes. Con los precios de las viviendas y otros activos elevados y aumentando, los deudores y la economía en general son más sensibles a los incrementos de las tasas de interés.
Pero la prioridad debe ser evitar que se instale una alta inflación. Debemos prestar atención a las lecciones de la década de 1970. En ese entonces, las sucesivas sacudidas del precio del petróleo redujeron a más de la mitad el crecimiento mundial y elevaron la inflación a dos dígitos. Tomó una década volver a controlar la inflación, en parte porque los bancos centrales no tenían las herramientas y el conocimiento que tienen ahora. La experiencia muestra que endurecer la política monetaria de forma rápida y decisiva reduce las probabilidades de un aterrizaje forzoso en comparación con una respuesta más lenta y gradual.
Mientras los responsables de las políticas públicas luchan con desafíos inmediatos y urgentes, no pueden perder de vista el panorama general. Durante demasiado tiempo, las políticas fiscal y monetaria han sido las soluciones convencionales a los problemas económicos, lo que ha resultado en un crecimiento impulsado por deuda. Ahora, han llegado al final del camino. Sólo las reformas estructurales pueden reavivar los motores del crecimiento a largo plazo, incluyendo la promoción de la competencia, la inversión en infraestructura pública y educación, la capacitación para la era digital, y un uso responsable de diferentes fuentes de energía. En lo que los bancos centrales hacen su trabajo en el corto plazo, otros hacedores de política pública deben trazar la ruta para la siguiente etapa del viaje, buscando un crecimiento económico más acelerado y sostenible para el beneficio de toda la sociedad.
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