Los medios abordan la gran historia, la tragedia humana que vive Israel, en duelo por sus mil 400 muertos debido a los ataques terroristas de Hamás, los miles de heridos y desaparecidos, los 260 jóvenes asesinados salvajemente en el festival Supernova, los más de 200 secuestrados. Y el sufrimiento indescriptible de los palestinos en Gaza que lloran a sus 3 mil muertos y sus 11 mil heridos, civiles inocentes en su mayoría, que ha dejado la venganza indiscriminada por órdenes de Netanyahu, la que ayer arrasó con un hospital lleno de gente. Un acercamiento a vidas personales nos revela otras historias.

Carolina Tannenbaum vive en Sohan, pequeña ciudad entre Tel Aviv y Jerusalén. Me cuenta desde su casa: “Tengo dos hijas en el ejército israelí, ahora mismo están enroladas, lo que estamos viviendo es tremendo. Pero para mí, la mamá palestina en Gaza es igual que yo. Mi sufrimiento y el suyo son lo mismo”. Es una voz ciudadana, una voz de mujer cuya hija menor se oculta en el bunker de su casa con su perrito. Y mientras habla se escuchan incesantes las sirenas.

Carolina tiene un doctorado, es especialista en medicina de emergencia para discapacitados en situación de guerra. Conserva el acento chileno de su tierra natal, donde vivió hasta que, hace 29 años, viajó con una beca a la Universidad Hebrea de Jerusalén para hacer su doctorado en investigación médica. Se casó y después se llevó a sus papás a vivir con ella, después la alcanzarían una hermana y un hermano. Tanto su madre como su padre son sordos.

Relata: “El sábado 7 de octubre en Israel estábamos de vacaciones celebrando fiestas sagradas. Salí hacia la sinagoga, era el shabat, cuando la policía me indicó que todo estaba cerrado.  Llegué a mi casa y cinco minutos después escuché ¡bum! los cohetes, corrimos al bunker que todos tenemos en nuestras viviendas. Ahí encendí el celular y vi lo que estaba pasando, el asesinato brutal de civiles, algo terrible que no habíamos vivido a pesar de la tensión de siempre. Mis padres, de 80 y 77 años, venían en coche del sur donde vive mi hermana y no escuchaban las sirenas ni los cohetes. A las dos de la tarde mis dos hijas ya estaban enroladas.

Su hija mayor tiene 23 años, se llama Miel y cursa el quinto año de medicina. Ahora hace servicio en el hospital y ha visto cosas tan terribles que ni les cuenta, solo ese día ya había más de 2 mil 500 heridos. Otra de sus hijas se llama Paz “porque nació el día que Irak amenazaba con lanzar misiles a Israel”, tiene 20 años y está en la base militar, es soldada. Y Mía, la menor de 17 prepara paquetes de ayuda para los niños y las niñas de la guerra. “Trato de que no vea redes sociales por la violencia que contienen y las fake news, pero es difícil. Vivimos en una ciudad muy pequeña y ya están saliendo los nombres de los muertos, van tres de aquí y uno es de la edad de mi hija”. Cuenta que duermen con ropa de día, se bañan velozmente por si hay emergencia, hay supermercados con filas tan interminables como los sobresaltos.

“La gente de Gaza no es Hamás. Es gente como yo y como tú que quiere ir a la playa, comer un asado… hacer una vida normal en paz. Yo misma trabajo en la universidad, dirijo la escuela de enfermería y tengo colegas palestinos israelís, y estudiantes musulmanes, beduinos, rusos… todos los días convivimos. Muchos tienen familia en Gaza”.

Carolina hace un llamado a conocer las historias de las personas detrás de los números y los prejuicios. El ejército de Israel “son mis hijas, mis sobrinos, mis vecinas… Y queremos paz”.

Una semana después de la llamada del 9 de octubre, ayer hablamos de nuevo. A su marido, Ariel, lo acaban de enrolar en el ejército. Ella está en casa de una amiga cuyo hijo resultó herido por un misil lanzado desde Líbano por Hezbolá. Como promotora de ayuda a personas con discapacidad en situaciones de conflicto, antier acudió al Parlamento en Jerusalén, a un comité de emergencia. Cuando salió del edificio un misil lo sobrevoló. Ahora mismo, del otro lado de la línea, desde su casa cerca del aeropuerto de Tel Aviv, se escuchan los cohetes. “Así están todo el día y llegan de todos lados”.

La gente en Israel se ha unido en solidaridad. Ella misma acompaña a su vecino y amigo Guillermo, “Willie”, cuya nieta, Mia Shem, fue secuestrada y exhibida antier en un video de Hamás. El chileno de 80 años ha sufrido lo indecible, pero sintió alivio al ver a su nieta viva. Otra vecina dio a luz, su madre murió hace tiempo y su marido está en la guerra, así que Carolina la visita para asesorarla en la lactancia …

“Todos ayudamos y vamos de pésame en pésame, de cementerio en cementerio…”. La vida cotidiana que describe es: calles vacías, escuelas y trabajos cerrados, todo el mundo pegado al celular o a la televisión. Su universidad, cerrada, al sobrino de su directora lo mataron. Todos sus estudiantes, excepto los árabes, están en el ejército, mujeres y hombres por igual.

Los misiles no paran de sonar. Implora: “Esperamos que se entienda que los israelís no somos los malos, que todos sufrimos y ¡queremos paz!”.

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