Papalote Museo del Niño, esa ciudad azul enclavada en Chapultepec que las infancias de todo el país han hecho suya para aprender jugando, que simboliza la alegría del conocimiento, la emoción de descubrir cómo palpita el mundo, de comprender experimentando cómo funcionan las cosas, los fenómenos naturales, el cuerpo humano, las artes. Ese espacio que desde hace 27 años y tres generaciones de visitantes ha sido parte entrañable de la vida en la Ciudad de México, está a punto de cerrar.
Hay contradicciones a nivel del absurdo. Mientras que al megaproyecto presidencial “Chapultepec, naturaleza y cultura” se le destinarán este año 3 mil 500 millones de pesos, un museo tan emblemático como necesario y significativo, golpeado por la pandemia y el confinamiento, lanza, desde la segunda sección del mismo bosque, un SOS. Para sobrevivir a esta emergencia necesita 50 millones de pesos.
En octubre de 1993 tuve la suerte de cubrir la creación del museo y, poco antes de su inauguración, entrevistar al equipo encabezado por Marinela Servitje, su primera directora. Ya se asomaba al Periférico el edificio de 10 mil metros cuadrados diseñado por Ricardo Legorreta. Su objetivo, me dijo entonces el arquitecto, “es que el niño se adueñe de él y lo haga suyo desde que lo ve”. Por dentro, las teorías de María Montessori, Jean Piaget y John Dewey eran una inspiración. Para despertar la curiosidad de los niños, para que aprendan a interactuar con el mundo, para estimular su potencial, su inteligencia y su capacidad creativa.
Papalote (“mariposa” en náhuatl) ha sido vanguardia en muchos aspectos: La interactividad que pone ciencia, tecnología y arte en las manos de niñas y niños. El cine Imax, como punto de despegue al Universo, a mares profundos, desiertos, montañas, bosques y la vida de sus habitantes. Una biblioteca activa, secciones para estimular empatía con la discapacidad, la exposición de juguetes tradicionales mexicanos…. Han pasado por ahí 22 millones de visitantes, entre mil 500 y 2 mil diarios, 680 mil al año, pequeños de escuelas privadas y públicas (cuyas visitas son financiadas por empresas) de todo el país, maestros y familias.
Desde que se inauguró como asociación civil sin fines de lucro, concesionaria del gobierno de la Ciudad de México, el museo se ha sostenido con ingresos autogenerados que se reinvierten en sus exposiciones y proyectos educativos. Funcionó con números negros y salud finan5ciera hasta 2020. Pero llegó la pandemia y aunque se emprendió un exitoso programa en línea y se tomaron medidas preventivas como una reducción del 50% al salario de todo el equipo y el cierre de sucursales en Monterrey y Cuernavaca, el largo confinamiento y la falta de una política pública integral de apoyo y rescate a espacios y proyectos culturales lo tienen en crisis.
Dolores Beistegui, directora del museo, hace un llamado urgente al gobierno federal y al de la Ciudad de México, a la iniciativa privada y a la sociedad civil, en busca de apoyo y solidaridad. La campaña de recaudación #SalvemosPapalote ya está en marcha en www.papolote.org.
mx/donativos. El salvavidas cuesta 50 millones.
Se trata de la infancia, uno de los sectores más afectados por el confinamiento. Y de un espacio para la alegría, que hoy constituye un bien de primera necesidad. Beistegui pregunta: “¿De quién es la derrota si cierra Papalote?”. Yo pienso que de todos.